ROWE, COLIN
La IBA entre respublica y resprivata. En A&V, 2, Madrid 1985. p.26-35.
 
Un comienzo oportuno podría ser una cita de la difunta Hannah Arendt. esa admirable representante de la civilización emigré alemana que aportó tantas ideas al enriquecimiento de! mundo anglosajón y que no es aún suficientemente conocida, según creo, en tierras alemanas.
Hablando de las esferas pública y privada, dice Arendt:
La esfera pública, como mundo común, nos reúne a todos y, sin embargo, evita que caigamos unos sobre otros... Lo que hace que la sociedad de masas sea tan difícil de soportar no es el número de personas implicadas, o al menos no es primordialmente eso, sino el hecho de que el mundo que hay entre ellos ha perdido el poder de unirlos, de relacionarlos y de separarlos. El carácter misterioso de esta situación recuerda una sesión espiritista donde cierto número de personas reunidas en torno a una mesa pudieran, por medio de algún truco mágico, ver la mesa desvanecerse entre ellos, de modo que dos personas sentadas una enfrente de otra ya no estuvieran separadas, pero tampoco relacionadas por algo concreto.
Esta cita está sacada de The Human Condition; y hoy en día, dondequiera que se viaje, la mesa que se ha desvanecido ha llegado a ser la principal referencia de la vida contemporánea. «No... separados, pero tampoco relacionados por algo concreto», la mesa esfumada es, desde luego, la desaparecida respublica, esa esfera pública que antes relacionaba y separaba tanto a objetos como a individuos, que simultáneamente establecía la comunidad e ilustraba la identidad, Así pues, si no absolutamente traumática, la desaparición efectiva de la respublica es, al menos, perturbadora; y con seguridad no hay lugar en el mundo donde la «presencia» de esta «ausencia» sea más acusada que en Berlín.
Porque, inevitablemente, uno piensa en lo que fue. Uno piensa en el Berlín franco-holandés de Federico el Grande; uno piensa en esa ciudad de estilo Biedermeier que, a pesar de la ausencia de instituciones liberales, seguía siendo aparentemente feliz, serena y próspera; y después uno contempla que sucedió. Uno piensa en ese Todesfahrt emprendido por los peligrosos arrebatos de Bismarck y ampliado por las his-triónicas insensateces del Kaiser Guillermo (un pobre hombre, sumamente brillante, con su brazo marchito y sus «difíciles» antecedentes dinásticos); y después uno piensa en las secuelas. Con esto quiero decir que uno repasa lo que apenas ha sido imaginado: el sublime pathos de la República de Weimar, la desenfrenada extravagancia del Tercer Reich, y la Gotterdammerung resultante de 1945; y observando esta falta de proporción cada vez mayor, cuando se mira después al Kultur Forum desde las ventanas de la Staatsbibliothek, llega a ser imposible no sentirse como Edward Gibbon, sentado en las escaleras del Aracoeli meditando sobre las ruinas de Roma.
No es que Berlín haya ocupado nunca en la geografía del alma humana una situación mínimamente, comparable a la de Roma. Pues, a pesar de su importancia, su brillantez y sus muchos éxitos, Berlín es todavía una ciudad que, si no hubiera sido por la tragedia, ocuparía solamente un lugar periférico en el mapa de la conciencia humana. Pero desde 1945 la tragedia ha cambiado todo esto y ha dado a una ciudad patéticamente dividida y todavía en ruinas una centralidad que nunca fue capaz de presentar en los grandes días de su máxima prosperidad. De hecho, debido al penoso drama trágico que ha tenido lugar en Berlín desde 1848 en adelante, y debido a que ese drama ha consumido casi completamente un tejido tan inteligible, la ciudad ha surgido entre las primeras muestras de la confusión de las ideas arquitectónicas contemporáneas, y entre tales muestras debe ser sin duda el ejemplar de laboratorio.
Cogito ergo sum o je pense done je suis: éste era el leitmotiv de las elaboraciones intelectuales de Descartes. Sin embargo, alguien que visite ocasional pero atentamente Berlín debe quedar excusado si se ve obligado a suponer que esta ciudad ha malinterpretado el mensaje. No era je pense donc je suis lo que Descartes había intentado decir.
De ningún modo era eso. Más bien era je parle done je suis. Porque, en Berlín, es solamente en la conversación, siempre agitada y con frecuencia reveladora, donde exclusivamente parece residir ahora la respublica. No hay gestos construidos que la respalden. El aparato de soporte físico es fragmentario y deficiente; y a falta de un consenso urbanístico, hay reuniones y comités. protesta social disfrazada de participación. una interminable preocupación por las trivialidades burocráticas, informes sobre los aspectos más intrascendentes y, en general. una maraña de palabras. En realidad, ante la falta de una sociedad altamente estructurada y un mundo construido que se le pueda comparar, es como si la humanidad hubiera vuelto casi a sus orígenes: «En el principio existía el Verbo».
Podría ser entretenido e instructivo considerar la versión que hace Le Corbusier de la mesa de Hannah Arendt; como era de esperar, la mesa del Corbu tiene que ver mucho más con el detalle físico que con 13 prístina superficie horizontal que constituye la imagen de Arendt de la respublica. De hecho, la mesa del Corbu está repleta de todos los restos posibles de una comida. Dice el Corbu:
Observez un jour, non pos dans un restauran! de luxe oü ¡'intervention des garcons et des sommeliers detruil mon poéme, observez dans un petit casse-crout populaire, deux ou trois convives .ayant pris lew café et causant. La lable est couverte encoré de verres, de bouteilles, d'assiettes, l'huiler, te sel, le poivre, la serviette, le rond de serviette, etc. Voyez l'ordre fatal qui met tous ees objets en rapport les uns avec les autres; ils ont tout serví, ils on été saisi par le main de l'un ou de 1'autre des convices; les distances qui le se-parent sont la mesure de la vie. C'est une composition mathématiquement agencée; U n'y a pos un lieu faux, un hiatus, une tromperie.
A un cierto nivel (aunque no en sus empeños urbanísticos) Le Corbusier estaba intensamente preocupado por tener cosas en las manos, por las cualidades táctiles de todo lo que está inmediatamente próximo. Sin embargo, ésto no quiere decir que la mesa de Le Corbusier en su taberna popular rebaje la importancia de esa mesa que Arendt presenta como el teatro fundamental de la esfera pública. Porque lo que ambos especifican con sus imágenes alternativas es un «campo para la interacción». La mesa (creo que los dos lo dan a entender) promueve una convergencia de intereses; y con las personas que están en torno a ella suficientemente informadas (ésta es la contribución del Corbu), llega a parecer que la mesa. como versión de la respublica, es el gran agente, tal vez el único agente, que tiene probabilidades de producir un acuerdo político, un diálogo interesante, una dialéctica útil y un debate importante.
Pero si Arendt presenta una imagen abstracta de la esfera pública, más bien a la manera de un pintor italiano del Quattrocento (quizá Francesco di Giorgio), y Le Corbusier hace esta imagen más íntima (el Corbu introduce los detalles de modo que la superficie de la mesa se convierte casi en la superficie de un cuadro de Juan Gris), debe ser evidente por qué estoy deseoso de recrear ambas imágenes con referencia al Berlín de finales del siglo XX.
La mesa, pues, que en ambos casos es el campo evidente de la interacción, es también, con seguridad, ese «fondo» esencial postulado por la psicología de la Gestalt como dato primordial de la experiencia. Es ese «fondo» en cuyos términos la «figura» emerge al primer plano, y que sirve como marco en el que la «figura» queda suspendida, que «relaciona» y «separa», y que no sólo sostiene la «figura» sino que también la cualifica. De este modo Arendt y Le Corbusier, con unas mesas comparables, nos obsequian con dos «fondos» totalmente diferentes. El «fondo» de Arendt es principalmente socio-político y sus «figuras», estoy seguro, son en su mayoría individuos; el «fondo» del Corbu es principalmente socio-estético y sus «figuras», se podía adivinar, son en su mayoría objetos. De modo que una mesa tiene que ver principalmente con las «personas» y la otra principalmente con las «cosas»; pero, dado que ambas hacen referencia a argumentos compatibles acerca de la libertad y el orden, de la felicidad privada y las estructuras públicas que actúan para garantizarla, considero personalmente muy fácil colocar estas dos mesas una junto a otra en el mismo restaurante e imaginar un movimiento entre ellas, escuchando sus diversas observaciones y obteniendo inestimables impresiones de ambas.
A pesar de todo. supongo que ese oportuno eclecticismo no es una opción disponible en Berlín, donde, más que la adaptación. es la confrontación lo que siempre parece preverse y lo que suele sobrevenir; donde el papel de la mesa es plenamente «literal» y escasamente «metafórico»; y donde las razones para tal incapacidad ya se han señalado. Y es que en Berlín los recuerdos de 1945 siguen siendo plenamente visibles; y sobreviven para hacer exigua cualquier respublica política. Pero además, a la conmoción de la destrucción se han añadido desde entonces las conmociones adicionales inducidas por la reedificación; y éstas, que han aturdido progresivamente las sensibilidades, han servido en correspondencia para inhibir el nacimiento de cualquier respublica de la forma construida.
Porque, si bien la guerra dio como resultado la destrucción despiadada de incomparables encarnaciones de la esfera pública como Dresde. tras ella una reconstrucción igualmente sin sentido ha exacerbado los resultados. Desde 1945 las llamadas «artes de la paz» se han demostrado tan lamentables en su influencia como, antes de 1945. las llamadas «artes de la guerra», y me refiero por supuesto a esa tendencia fatal de la arquitectura moderna a no imaginar nunca una coalición entre los edificios y el espacio, atribuyendo siempre, por el contrario, una misión figurativa al edificio y concibiendo el espacio nada más que como una extensión naturalista o un «ambiente».
En otras palabras, supongo que el problema urbanístico de Berlín, en este caso lejos de ser singular, es una versión de la actual incapacidad para concebir una ordenación del espacio. Porque la ordenación del espacio no es únicamente un asunto italiano; y tanto Schinkel como Lenné lo sabían muy bien. Berlín no es Italia, como tampoco lo son Londres ni París; pero, sean cuales sean la latitud y el lugar, estas diferencias no impiden el establecimiento de algo parecido a una «ley». Esto es: si se asume, para bien antes que para mal. que una ciudad es un sólido construido, se deduce necesariamente de ello que sus elementos «figurativos» deben ser en su mayoría espaciales. Debe haber, presidiéndolo todo, unas cuantas torres o cúpulas, pero en su mayor parte la «figura» sólo puede ser una combinación de vacíos importantes y cuidadosamente considerados, como eran en sus tiempos la Pariser Platz la Leipziger Platz, o la Belle Alliance Platz. Y, tras las imágenes que estos nombres traen a la mente, contémplese simplemente —una vez más— el llamado Kultur Forum.
Se trata de un terreno indeterminado y "desierto que se ha querido dignificar de un modo absurdo dándole un nombre romano; forma parte de un mundo que desgraciadamente anula cualquier posibilidad de convergencia. Porque, opuesto a cualquier idea de espacio abstracto rodeado por extensos elementos continuos —como solía ser el Lustgarten— el Kultur Forum es un «anti-espacio», una interrupción de las comunicaciones cívicas, una condición de guerra no declarada entre sólidos compactos y centrados en sí mismos que son independientes de cualquier concepto de comunidad, que son independientes —hasta limites inhumanos— de cualquier marco de apoyo, que no están en absoluto «relacionados unos con otros por algo concreto».
Y henos aquí ante esta catástrofe grotesca y deprimente que. aunque su existencia es todavía difícil de creer, puede llegar a ser aún más asombrosa cuando uno se toma la molestia de reflexionar sobre la medida en la que el descubrimiento del «espacio como figura activa» fue una aportación del pensamiento germánico (y especialmente vienes).
Así pues, aunque Benard Berenson ya estaba aprovechando las intuiciones de Hildebrandt (Das Prohiem der Form in der bildenden Kunst) a mediados de la década de 1890, sin duda los americanos y los ingleses —con muy pocas excepciones— apenas tuvieron conocimiento del «espacio como figura activa» hasta que esa idea les fue transmitida desde finales de los años 1930 en adelante por emigres o visitantes germánicos. Porque, al igual que la Prusia del siglo XVIII si benefició de la Revocación del Edicto de Nantes y de la inmigración hugonote que la siguió. América e Inglaterra también pudieron aprovechar, a mediados del siglo XX, las persecuciones del Tercer Reich y la consecuente diáspora de gran parte de los intelectuales y eruditos alemanes.
Y, por tanto, ha de pensarse en algunos nombres tan ilustres como los hugonotes venidos a Prusia: Sigfried Giedion. Nikolaus Pevsner (de reputaciones actualmente eclipsadas). Erwin Panofsky. Fritz Saxi, Rudolf Wittkower. Edgar Wind. o Ernst Gombrich.
Todos ellos merecen estar entre los nombres de quienes introdujeron, no exactamente en pays sauvages, las sofisticaciones de las Geisiegeschichte y Kunstegeschichte germanas. Pero estos nombres también deberían ir acompañados de otros. Como en Inglaterra Karl Popper, y en los Estados Unidos los introductores de la psicología de la Gestalt como Kurt Koffka, Wolfgang Koehier y Rudolf Arnheim.
Y es que todos estos nombres pueden unirse para ilustrar el estilo general de un ataque absolutamente brillante, pero también totalmente inadvertido, a las tradiciones criticas en lengua inglesa, un ataque dirigido en términos de ideas: a veces, los lugares comunes de una tradición de observación muy distinta. Pues no cabe ninguna duda, al menos en lo que se refiere a los temas visuales, de que en los últimos cuarenta años las tradiciones críticas anglosajonas se han visto radicalmente transformadas por el ejemplo germánico. En los primeros años del siglo lu sede de la autoridad crítica era París: pero después de 194(1 tendió a pasar a los emigres alemanes que deslumbraban al mundo de habla inglesa gracias a lo completo de su información y a lo elegante de sus intuiciones.
A pesar de todo, el panorama del Kultur Forum, que es lo que ha evocado todas estas observaciones, nunca debería considerarse como prueba de una indiferencia germánica o de una amnesia cultural. Realmente no es algo tan singular. Siguiendo las reflexiones hechas hacia 1890 por Schmarsow y más tarde por Hildehrandt, el espacio, como algo más que extensión insignificante, se convierte en un tema primordial de la historia del arte alemana; pero entonces, ¿qué influencia ejercieron estos temas sobre el arquitecto fuera o no alemán? Y la respuesta parece ser: aparentemente ninguna. Sin duda le proporcionaron una coartada cultural: pero a pesar del continuo hablar germánico sobre eI espacio (que, en mi opinión, debería haber sido instructivo) el arquitecto, convencido de su «modernidad», continuó actuando a su manera habitual, conservadora e imperturbable. Esto es: el arquitecto se vio conducido progresivamente a hacer «edificios-objeto». edificios que por su naturaleza, podrían únicamente interrumpir el espacio, pero nunca encerrarlo.
Puede que fuera en París, con Le Corbusier, y en Berlín, con Ludwig Hilberseimer y otros, donde por vez primera se fraguó o se planteó la disolución de la ciudad como un sólido continuo perforado por vacíos ocasionales; y las dos únicas muestras, demasiado evidentes, de esta excitación son el Plan Voisin de Le Corbusier, de 1925, y el proyecto de Hilberseimer para la Friedrichstrasse, de 1927: y ambos fueron polémicos. El Corbu proponía la destrucción del Marais. Hilberseimer violaba agresivamente la continuidad del Unter den Linden. En ambos casos —imagino— el objetivo patente era irritar. En ambos casos era una cuestión de épater le bourgeois. Pero después de 1945. con la burguesía casi desaparecida en ese mundo vacío y devastado, las irresponsables estrategias vanguardistas de los años 1920 comenzaron a ser aceptadas como el programa inevitable para los años 1950. El mensaje se había transmitido. Era lógico, igualitario e higiénico. Todos íbamos a ser «felices». La arquitectura ya nunca más iba a ser «opresiva»; y a falta de edificación «coercitiva» el mundo recibió el Hansavierlel: «democracia en acción» en términos iconográficos. que aún está a la espera de ser interpretado como un éxito cualificado.
Sin embargo, esto es anticiparnos; ahora hemos de examinar los dictados de Le Corbusier y Hilberseimer tal como fueron recibidos en Inglaterra y los Estados Unidos, donde toda la opinión progresista estaba a su favor. Pero un vacío de unos diez o veinte años puede provocar grandes diferencias en la recepción de una idea: y en la empírica Inglaterra y la pragmática América, al menos antes de 1945, las formulaciones de los años 1920 habían llegado a parecer deficientes, demasiado abstractas, demasiado doctrinarias y demasiado incapaces de producir un sentido de relación. Reacciones típicas, estoy seguro; pero hacia la misma época todo ello constituía una duda que ya había aflorado a la superficie en mayor escala. Está presente en la «Conferencia sobre el corazón de la ciudad» de los CIAM en 1947, tal vez de ahí surgió, a través de una complicada genealogía, esa doctrina de los «centros» que llegó a ser adoptada con tanto entusiasmo (antes que nada en Londres en 1951), y que luego conquistó el mundo.
 
De acuerdo con esta doctrina, propuesta en gran parte por Josep Lluis Sert, la ciudad neutral, la ciudad de la resprivata, la ciudad de Le Corbusier y Ludwig Hilberseimer, debía asimilarse fácilmente a un «corazón» o «núcleo», en otras palabras, a una respublica inmediata. Entre la neutralidad y la jerarquía, entre la divergencia y la convergencia, no se entendía que hubiera demasiados problemas, y leer los pasajes más representativos de finales de los años 50 y principios de los 60 es hallarse en una posición de absoluta sorpresa. Porque ciertos diagramas de los años 1920. aunque transgredidos, aparentemente se suponían todavía infalibles. De esta manera, en varias versiones diluidas de la Ville Radieuse y de la Stadt Zeilenbau, comenzaron a aparecer entonces series enteras de puntos locales de énfasis: «centros» comerciales, «centros» comunitarios, deportivos, de convenciones, de negocios, y esos desafortunados ejemplares como el Lincoln Center en Nueva York, el South Bank en Londres, y el Kultur Forum en Berlín. Y cualquiera que sea su contexto, bien el entorno abstracto postulado por los reformadores de los anos 20, o bien las localizaciones más descuidadas de la ciudad existente, todos ellos siguen asentándose con dificultad. Respecto a cualquier comunicación con su vecindad inmediata son abismos aislados e insalvables.
Pero ¿quién no conoce estos lugares, evidencia tardía de un estado de ánimo que no podía tolerar la heterogeneidad, que todavía se sentía impulsado a insistir en la segregación absoluta de la función? ¿Y quién, conociendo estos lugares, no preferiría pasar una noche en La Scala de Milán, en La Fenice de Venecia o en L 'Opera de París, mejor que afrontar el panorama de bajar las escaleras de edificios tales como el Festival Hall de Londres o la Philarmome de Berlín, no para gozar de la vida de las luces y el tráfico de una calle brillante como Picadilly o la Kurfürstendamm, sino para verse condenado únicamente a la desolación de una oscuridad casi suburbana?
No, el futuro límpido y bello que la reforma de la ciudad pretendía no ha sido precisamente inaugurado: y, en correspondencia, el talante es ahora más falso de lo que el estilo de 1920 a 1960 hubiera sido capaz de aceptar. De repente todos nos hemos vuelto cínicos. No siendo ya una idea pura y revolucionaria. se ha ido revelando que la arquitectura moderna, como un simple acto de vida. ha sido un asunto muy mezquino y muy poco inteligente. El mundo feliz que se vislumbraba se ha convenido en una realidad más que sórdida; y es en esta situación de desilusión, cruel pero estimulante, donde se deben situar las actividades de la Internationale Bauaustellung.
I. Como reacción —pienso— a los absurdos del concurso de la Hauptstadt Berlín de 1958 —los disparates manifiestos de Le Corbusier y de los Smithsons— la IBA ha propuesto un retomo a la ciudad de las calles y de los muros de control; y, en relación a ésto, la solución preferida parece ser la «manzana perimetral». esa solución de principios de los años 20 que precedió inmediatamente a las novedades de las Zeilenbauen y de las maisons a redents. Pero la manzana perimetral, una estrecha franja de edificios que rodean un patio central —del tipo del Karl Marx Hof en Viena— presenta inevitablemente un problema sobre lo que es privado y lo que es público. ¿Son las calles el componente principal del mundo público? ¿O son los patios? En este estilo de desarrollo las calles y los patios existen en una relación precaria y es imposible asignar prioridad a uno de ellos. Además, en una forma de desarrollo tan dispersa en términos de sólidos y tan generosa en términos de vacíos, es fácil sospechar que las calles nunca auspiciarán la animación que presumiblemente se prevé. Y es que las calles animadas requieren una estructura de apoyo de cierta densidad. y la manzana perimetral apenas es capaz de proporcionarla. AI nivel de la calle simplemente no se puede engendrar todo ese aparato de entradas, tiendas pequeñas, restaurantes, etc., que requiere una actividad próspera.
En otras palabras, la manzana perimetral es una construcción sumamente ambigua que sólo puede plantear la cuestión siguiente: ¿pasea uno «a lo largo de» las calles o «a través de» los patios? Y yo creo que la respuesta a esta pregunta es muy simple. La ruta preferida será por medio de los patios: con lo cual las calles quedarán como algo residual, vacías y escasamente capaces de llamar la atención.
Pero si ésto es una crítica a la manzana perimetral «como propuesta general», debe señalarse que «como estrategia ocasional» e insertada dentro de un tejido distinto, puede producir a veces los resultados más satisfactorios. Pues ¿qué es en Munich el Hofgarten, qué es en París el Paláis Royal, qué son en Londres los Inns of Court, qué son en Oxford y Cambridge los colleges. sino ejemplos de un uso sumamente específico de la manzana perimetral? No obstante, todos ellos son lugares de entrada restringida. Esto es: están bajo vigilancia y al anochecer llegan a convertirse por su naturaleza en pequeñas comunidades esencialmente «aisladas». Por lo que yo sé. ni los lunáticos, ni los asesinos, ni los violadores abundan en ninguno de los lugares que acabo de enumerar. Su seguridad se consigue cuidadosamente. Pero ¿puede garantizarse alguna seguridad para esos innumerables patios de libre acceso que parece van a proliferar en Berlín? Esta es una cuestión muy seria.
II. Frente a los índices de París. Nueva York, Londres y Roma, Berlín es una ciudad de manzanas inmensamente grandes; y esto pensando en particular en las de la Südliche Friedrischstadl. Entonces ¿podrían contraerse (el persistente argumento de León Krier) o podrían subdividirse?
La manzana de León Krier (que debe estar basada en esa zona del Nápoles del siglo XVII que sube por las colinas hacia Castel Sant'Elmo) es invariablemente una miniatura; y, como tal, le permite presentar una preferencia neoclásica en términos graciosamente «modernos» de desigualdad, síncopa y alto «staccato». Pero esta solución no permite (salvo quizás en Nápoles) tener una calle animada en mayor medida que lo hace la manzana perimetral de la IBA. Sencillamente porque hay demasiada calle, demasiados metros de frente de calle para no agotar las posibilidades de la scena cómica de Serlio. Y es así. aunque expresando mi mayor consideración por las pequeñas manzanas de León Krier (como «suceso» ocasiona) en una «estructura» completamente distinta). como vuelvo a la idea de la subdivisión.
Estoy pensando en todas esas manzanas híbridas, tanto en París como en Roma, que combinan cierto número de hôteis particuliers o palazzi y con frecuencia también otras cosas. No obstante, todos ellos son entidades separadas, a menudo equipadas al mismo tiempo con patio y con jardín: y aparte de su contigüidad, no hay por naturaleza ninguna otra comunicación entre ellas. Su relación primordial es con la calle; y, una respecto a otra, la relación es poco más que fortuita.
Este tipo de manzana híbrida, que permite que cierto número de mundos no completamente revelados existan uno junto a otro, está representado por supuesto una y otra vez en el plano de París hecho por Turgot y en el de Roma hecho por Nolli; y, dado que este tipo de manzana provoca sin duda una lectura excitante y enigmática de la ciudad como misteriosa confrontación de la reserva privada y el comportamiento público, al menos para mí es sorprendente cómo, durante tanto tiempo, no ha recibido la atención que merece. Y es que la manzana híbrida deja sitio al menos para el juego de la imaginación. No es un lugar de paso para unos y otros. Se puede pasar adentro, pero sólo se puede volver por el camino por el que se ha venido; y las inevitables dificultades para descifrarlo como conjunto sólo pueden aportar un singular valor de comunidad a cada una de sus partes. Una ciudad que se puede leer instantáneamente con todos sus detalles exhibidos públicamente no es una experiencia estimulante. Su estructura está al descubierto y, como resultado, no hay secretos.
En cualquier caso, como propuesta de experiencia espacial, las enormes manzanas de la Südliche Friedrichstadt me dejan indiferente; y, como problema de seguridad en potencia, me aterrorizan. No puedo despreciar estas manzanas en términos numéricos; pienso en particular en la asignada a Aldo Rossi. Y es que, sin abandonar los índices de la Soziale Wohnungsbau, sigue siendo posible imaginar la subdivisión de una manzana como ésta en unidades menores con espacios a la vez múltiples y reducidos, con toda la zona convertida en algo más privado y, como tal, sujeto a la supervisión de sus residentes más próximos quienes a falta de «portero» tendrán todos ellos las llaves que abren la puerta de la calle.
¿Una idea exclusivista? Sin duda. ¿Una idea de procedencia aristocrática? Quizá. Pero entonces no veo razón alguna para que las estrategias, probadas y afirmadas, no deban adaptarse a los propósitos del Existenzmimmum: y. para cualquiera con la suficiente imaginación, la mirada más superficial a las páginas de Blondel, Krafft y Ransonette, o Letaroilly puede dejar de revelar las posibilidades de la manzana híbrida.
Así pues, a propósito de la IBA, una ciudad de manzanas perimetrales necesariamente ha de ser mejor que una ciudad de Zeilenbauen. Contribuye a su buena contextura; pero, a pesar de todo, una ciudad de manzanas perimetrales está lejos, por el momento, de ser «suficientemente buena».
III. La preocupación por la manzana es absolutamente excesiva en Berlín. Todo se distribuye por manzanas y nunca parece apreciarse que una calle posee, la mayoría de las veces, dos lados. Con el renovado culto a la calle en Berlín, la de tipo simétrico (tal como la proyectó Félix Weinbrenner en Karisruhe, o como la Maximilianstrasse en Munich) y la calle acondicionada con más esmero (Unter den Linden, la Ludwigstrasse en Munich, o Regent Street en Londres) parecen no haber sido nunca consideradas como posibilidad. Y es que las manzanas son manzanas y, en los términos de esta hipótesis, la calle siempre ha de imaginarse como una batalla entre potencias contendientes.
Acerca de la calle organizada, tengo simplemente la impresión de que la IBA ha permanecido extremadamente pasiva. La IBA propone la reconstitución de la calle, pero después no prosigue con su objetivo. Por el contrario, la calle de la IBA es una versión del Rin, que corre sin esperanza entre Francia y Alemania. En otras palabras, la calle de la IBA nunca podrá admitir .al tiempo a Alsacia y a Badén. Aunque están intrínsecamente relacionadas, ambas han de estar siempre separadas. Se ha trazado el mapa. Tanto las calles como los ríos separan pero do unen. Pero si ésto es un disparate topográfico, histórico y urbanístico, esta situación se agrava más aún en la intersección de la Kochstrasse y la Friedrichstrasse.
¿No fue aquí, en las proximidades del Checkpoint Charlie, donde Robert Krier tuvo una gran idea: hacer una plaza pequeña como monumento al lugar y como decoración de la Friedrichstrasse en una futura ciudad reunificada? Pero. en vez de algo parecido, en este lugar nos vemos amenazados actualmente por una especie de zoo arquitectónico que ya ha sido descripto por esa mujer que se llama a sí misma Claire Obscure: un fuerte catalán de Bohigas. un esquisse de Rossi, un quadrillage ésotérique de Eisenman, y una colección de almacenes hanseátícos tomados de Lugano.
IV. Es obvio que la solución para el Zentraler Bereich debe pasar entre la Potsdamer Tor y el Kultur Forum. Como versión de la Museum Insel, situada en el borde más alejado de Berlín occidental, está claro que se pretendía que el Kultur Forum fuera un gesto de conciliación. Su iconografía trata toda ella de la vinculación del Este y el Oeste; y como algo actual, el Kultur Forum es todo lo que ya he descripto, particularmente de noche.
Así pues. en mi opinión el Kultur Forum sólo podría empezar a verse recuperado y conseguir brillantez si la Natíonalegallerie pudiera permanecer abierta hasta muy tarde. Y tratemos de imaginar ese objet de luxe de Mies, esa caja de cristal, ese foco de la hospitalidad y la «inspiración» de Weimar, Tal como presumiblemente aparecería. El Altes Museum puede cerrarse a las cinco o a las seis pero sin duda él es la expresión del Berlín de Federico Guillermo IV y no del Berlín occidental de hoy día. en el que la transparente Nationalgallerie «debería» convertirse en una almenara, un faro de cualesquiera que sean los valores que la ciudad representa.
No obstante, si existiera en Nueva York una caja de cristal de estilo Mies, organizar su iluminación no sería cieñamente un gran problema: la cuestión básica sigue siendo la ordenación del Zeniraler Bereich a su paso por la Potsdamer Tor. Y, sobre esto, tanto la IBA como la ciudad continúan siendo embarazosamente desconfiadas. Y si no. ¿cuál es el propósito de dotar para siempre a la Potsdamer Tor de un tridente de mini-calles que se quedan pequeñas casi antes de nacer?
A pesar de las deficiencias que he alegado, estoy seguro de que la IBA es por el momento lo mejor que existe. Se ha encomendado, estoy convencido, una misión imposible. Su constitución es un evidente conflicto de intereses. Por lo que puedo ver, ninguna ciudad puede hacerse realidad únicamente a base de Sozialegewohnungsbauen. La gran ciudad requiere algo por encima de «eso», requiere mucho más que la mente calculadora con la que el gobierno y la burocracia del siglo XX están dispuestos a contribuir. Para conseguir la felicidad y el amour propre de la gente que vive dentro, para hacerlos sentirse «orgullosos», la gran ciudad «requiere» el despliegue esmerado de otros emblemas inútiles. Todos nosotros necesitamos la Brandenburger Tor (que forma parle de la idea del mundo) y todos necesitamos sus muchos equivalentes que no es necesario enumerar.
Sin embargo, la IBA no ha sido capaz de presentar ninguno de estos emblemas del discurso urbanístico. En su ambición por promover la respuhlica, la IBA ha quedado, por razones políticas, penosamente atrapada dentro de la resprivata y esta observación me lleva de nuevo al comienzo. Por lo que yo puedo apreciar, Berlín occidental (¿varios barrios en busca de una ciudad?) no permite un consenso, sino solamente un estudio hostil de los detalles; y, acerca de esta condición, me viene a la memoria una afirmación de Samuel Johnson. Hace ya tiempo, en el siglo XVIII, el Doctor Johnson decía algo así: «Si todas las objeciones debieran superarse primero, nada se podría llegar a realizar».