PORTAS, NUNO
Interpretaciones del proyecto urbano. En Urbanistica 110, Italia 1990.
 
El surgimiento del proyecto urbano
La expresión proyecto urbano no es nueva. De hecho, ya fue utilizada para referirse a aquellos proyectos unitarios de arquitectura, de dimensión apreciable, que pretendían representar, a pesar de los propios límites físicos, la forma ejemplar de la ciudad moderna. Pienso que esta visión, que aparece en los años ‘60 com el Team X y las intervenciones propuestas entonces como nueva dimensión, demostraría a las claras la renuncia entre los más conocidos arquitectos al urbanismo ambicioso aunque gris de los estados asistenciales de la segunda posguerra. Al mismo tiempo, esta visión daba a entender la imposibilidad de extender una lógica de arquitectura de autor a todos los frentes de transformación de las ciudades europeas. Esta doble limitación inducía a la intervención proyectual y más a la búsqueda de intensidad en ejemplos limitados, incluso con una dimensión decididamente visible, que a la tentativa de definir una reforma planeada, para la continuidad de ciudad y periferias. De esta manera era posible integrar, en concepciónes tridimensionales, todos los elementos estructurales normalmente separados en la ciudad genérica (Bakema, Smithsons, Candilis, Hodgkinson, Womersley, Tange, los metabolistas, Gregotti).
La segunda generación del proyecto urbano empieza con la crisis fiscal de los años ‘70 que lleva a optar por intervenciones puntuales, de naturaleza municipal y normalmente no estatal. Estos proyectos mantienen la arquitectura de autor como señal de identificación, pero se inscriben en tejidos preexistentes (Rossi, De Carlo, Solà-Morales, Bohigas, Portzamparc, Ungers, Siza y, como modelo general, el Iba de Berlín). El proyecto no invierte en la extensión del capital fijo urbano sino en la tipología y en el lenguaje de lo edificado y, al mismo tiempo, en la creación de un espacio colectivo, articulado con la morfología que lo delimita. En este caso, está aún viva la esperanza de contribuir indirectamente a la recalificación de los alrededores. La insuficiencia de estas diferentes estrategias de intervención conjuntamente con los nuevos ambientes con los que se enfrentan las ciudades (determinados por la competición, cohesión y sustentabilidad), obliga a la teoría urbanística y a las políticas urbanas a investigar y definir tanto el sistema de planificación, como los procesos y los tipos de intervención, así como, finalmente, las relaciones entre estos dos aspectos.
La tercera generación de los proyectos urbanos no se distingue de las precedentes ni por la dimensión ni por la composición funcional de la intervención. El propio protagonismo del arquitecto es, aún, una nota dominante. Es más, estos proyectos se diferencian, bajo nuestro punto de vista, sobre todo por el programa y las nuevas oportunidades ofrecidas a las intervenciones; asimismo, por los procesos, o mecanismos, de organización de las realizaciones; finalmente, y subordinadamente, por la relación biunívoca y no jerárquica, que el proyecto tiende a establecer con el plan, es decir, por el estilo de planificación que caracteriza al nuevo proyecto.
El estilo de la planificación
Es fácil entender que los gobiernos locales más innovadores hayan intentado, durante los dos últimos decenios, ejercer sus propias funciones de planificación territorial y de desarrollo urbano según un régimen dualista. Es decir, según la articulación de decisiones pasivas (autorización de iniciativas de terceros) y activas (determinadas por el aprovechamiento de ocasiones imprevistas). El objetivo consistía, evidentemente, en intentar encontrar una respuesta para las áreas problemáticas. En algunos casos, la delimitación y la naturaleza de las transformaciones estarían previstas en un documento regulador general y, por lo tanto, el proyecto urbano encontraría en las previsiones del plano, deductivamente, su justificación. En otros casos, la posibilidad de realización de una determinada intervención sería fruto de hechos o decisiones exógenas, no dependientes de la entidad política local, ni previsible en el momento de la elaboración del plan y, ni siquiera, con frecuencia, conformes a sus disposiciones. Por estas y otras razones, que en el fondo no dependen de los proyectos urbanos, los instrumentos de planificación del territorio han llegado a adaptarse al nuevo contexto político operante. Esto exige del plan mecanismos de regulación variable que sustituyan el habitual determinismo de las reglas sobre lo que se puede hacer (división en zonas del uso de los suelos) por reglas sobre cómo y con qué criterio debe ser tomada la decisión administrativa, cuando intervienen input o iniciativas que no dependen exclusivamente de los agentes tradicionales.
Por otra parte, el actual déficit de la intervención pública, en el mercado del suelo y en el capital fijo urbano, determina que las decisiones que denominamos activas sean cada vez menos la regla y cada vez más la excepción. Así, las tomas públicas de posición son ahora mucho más selectivas e interactivas, habiéndose consumado la prioridad de la extensión física, ahora sustituida por el intento de alcanzar determinados efectos, especialmente cualitativos (catalizadores, sinergéticos, etc.). La solución procesual consiste, en los casos más ortodoxos, en las formas típicas de las cadidaturas-convenciones o de los contratos enmarcados en el proceso de planificación estratégica; o en los casos más arriesgados, en partnership o sociedades mixtas.
La diferencia más evidente entre una intervención generada por un plan regulador y una generada por un proceso de planificación estratégica, consiste en el diverso margen de elección de la posición geográfica o de la configuración espacial del área. En particular, en el primer caso la localización está previamente definida por la división en zonas, pudiendo sin embargo comprobarse que, en el momento de la decisión, el programa no encuentre en el suelo disponible las características consideradas necesarias o aceptables. En el segundo caso (quizá el más frecuente) se le da la prioridad a las condiciones de viabilidad y a los impactos, positivos o negativos, siendo la localización y el terreno únicamente una de las variables a tener en consideración y con frecuancia aún en forma de alternativas. Además, en el primer caso el método es determinista, deducido el todo por la parte, mientras que en el segundo es iterativo y considera la previsión reglamentar del Prg como una de las posibilidades, sujeta a la prueba de anulación en el momento en que el programa es definido y se pueden por consiguiente comparar las alternativas de localización. Ambos modelos de decisión están dentro de un campo de planificación que cuenta con instrumentos de plan de diversa naturaleza temporal y jurídico-administrativa. El método estratégico es más contínuo y menos definido espacialmente: esto se puede comprobar en los magníficos ejemplos de articulación de las variables económico-sociales con las acciones de naturaleza territorial (Barcelona y Lyon, por ejemplo). El problema está en la resistencia, ideológica o burocrática, a aceptar la legitimidad del proceso estratégico. Éste, inevitablemente, no puede sino levantar sospechas, dado que puede implicar derogaciones que consienten, en una determinada circunstancia, un programa no previsto por el plano regulador; aún así, con frecuencia, la razón de esta incongruencia está en la simple ausencia de esta información en el momento de la redacción del plano. La ocasión es así el factor perturbador de la tradicional lógica sistémica (y también estática) que esconde, bajo la apariencia de la propia forma jurídica, las evidentes diferencias de aquellos grados de certeza o incertidumbre, de aquellas razones políticas o técnicas, que en el momento de elaboración y aprobación de un plan, habían conducido a una determinada configuración. La noción de regulación variable, que defiendo y que se aproxima a las consideraciones de Mazza, Feludi y otros, reduciría en la práctica los casos de conflicto entre previsión y ocasiones. Por consiguiente, veremos reducirse la frecuencia de las peticiones de derogación o revisión de los planes o, en alternativa, los lastres burocráticos que hacen perder estas oportunidades cuando la racionalidad sistémica del momento de la intervención no coincide con la previsión global u holística.
El programa
La posibilidad de que en una intervención destinada a un proyecto urbano no proceda de planes formales sino más bien del aprovechamiento de ocasiones (especialmente cuando éstas no son previsibles), comporta que el momento del programa (de intervención) aparezca como una característica específica de este proceso. De hecho, es el programa, y no tanto el proyecto en sentido estricto, el que interpreta la decisión política o el que es sometido a la evaluación oportuna. Es en la misma fase del programa donde se definen las condiciones financieras, de organización, de márketing y, con frecuencia, la elección de los técnicos consultores, así como la búsqueda del consenso que reconfirmará por lo menos la viabilidad de la intervención. En función del programa se instruyen las candidaturas (a fondos, organizaciones tutelares o internacionales) en forma de concurso, es decir, en competencia con otros programas de otras ciudades, de acuerdo con términos de referencia preestablecidos. El programa del proyecto urbano debe responder por un lado a la prueba de eficacia (en relación a los objetivos), por otro a la prueba de viabilidad (en relación a los medios que moviliza y cataliza) y, finalmente, a la prueba de visibilidad o adecuación de la imagen en el contexto, urbano o territorial, elegido.
- El programa así entendido es más que una vulgar lista de objetivos genéricos o de indicaciones sobre la distribución preliminar de los volúmenes a construir: deberá ser considerado como un programa urbanístico (para poder ser evaluado en relación a los planos formales de previsión) que considere los problemas de viabilidad, de las insfraestructuras, del aprovechamiento de los stocks de edificación y de los valores patrimoniales en su capacidad de regeneración. Last not least, deben ser examinados los intereses de grupos sociales afectos o destinatarios de la operación, como segmentos de búsqueda y sobre todo, como agentes de transformación a movilizar. La coherencia urbanística de la intervención impone, desde el inicio, un ejercicio de simulación, de impactos socio-económicos y ambientales, sobre el contexto territorial de la intervención, reproduciendo "desde abajo", la misma lógica sistémica que habrá justificado el plan con el que ahora se enfrenta.
- La prueba de viabilidad es indisociable de la precedente y está ligada a la característica esencial del proyecto urbano, su carácter inmediato, con frecuencia impuesta por razones exógenas. Probablemente existirán temporalizaciones preestablecidas (eventos, catástrofes, duración de programas financieros o de mandatos gubernamentales, articulaciones con grandes infraestructuras, etc.). Así, el tratamiento de urgencia deberá ser justificado a través de la solidez de su concepción en términos de costos-beneficios, de mecanismo institucional y financiero, de disponibilidad inmediata de suelo y de infraestructura, etc. El momento del programa, generalmente, es también la ocasión para las negociaciones entre partner institucional y/o privado, conducidas en algunos casos por los organismos municipales, en otros por sociedades mixtas de desarrollo y en otros por consorcios privados. La importancia de este mecanismo institucional ocasionó la aparición en la escena urbana de un nuevo tipo de experto: el gestor de grandes proyectos (amenageur, en Francia) que, siendo independientes de propietarios, inversores y proyectistas, y disponiendo de una autonomía suficiente en relación a la autoridad pública, tiene como función la preparación del programa, la elección de los actores, de los autores y de las condiciones de viabilidad, para, a continuación, conducir el proyecto y, fase a fase, comercializar o poner en funcionamiento las nuevas estructuras.
- Sucede, además, que la importancia de la imagen (arquitectónica, mediática) traducida en los conceptos de espacio público y a la escala de la tipología arquitectónica, justifica, generalmente, una previsualización del resultado esperado que no sirve sólo para el márketing de la intervención sino, sobre todo, para la evaluación de las autoriadades públicas y de otros actores, relacionados con los impactos positivos o negativos. Las conclusiones vienen posteriormente transmitidas, como hipótesis, al momento siguiente del proyecto propiamente dicho.
El programa, con esta triple constitución, puede prescindir de la intervención de los proyectistas que coordinarán las fases sucesivas. Hay que tener presente que la capacidad y la autonomía, en las fases de programa y de proyecto, no serán las mismas, incluso en el caso de que el número y el nombre de los arquitectos permanezcan inalterados. Y como estas fases no siempre son linealmente dependientes, sino que pueden superponerse, se puede considerar ventajoso disponer de grupos diferentes con diferentes cualificaciones. Obviamente, el proyecto requiere la máxima certeza posible, para ser asequible incluso cuando esta conquista de la certeza se dé por etapas o por partes. Por el contrario, las posibilidades dependientes de respuestas exógenas o de los efectos catalizadores de las primeras fases del mismo proyecto se definirán gradualmente. En este sentido, el proyecto urbano adquiere características de proyecto-plan o, cuando actúa a través de transformaciones del suelo, de plan-proyecto (o proyecto de suelo). Esto se debe a que el proyecto urbano es sobre todo un concepto (o modo de intervención) que invierte instrumentos de planificación y/o de proyecto de acuerdo con el contexto; que contamina las soluciones, los grados de certeza y de incertidumbre, esto es, cuanto debe ser ejecutado o, mejor cuanto debe inducir o regular todo lo que se ejecutará sucesivamente.
Mientras la form-appeal es un vector determinante del proyecto, el process-condicioning será su aspecto complementario, decidido en el momento de redacción del programa. Esta estrategia de adecuación al contexto debe ser aclarada por el propio programa.
El gran proyecto modernista podía ignorar condicionantes tales como los vínculos de la propiedad, la diversidad de los actores contrapuestos, la composición del capital y las incertidumbres de los mercados o, aún, la indeterminación de ciertas partes del proyecto que, por definición, era global y definitivo. Esto es, el tiempo no era un factor referente al proyecto sino, más bien un virus... Aún menos sería admitida una geometría variable para las diferentes componentes de una operación: el "proyecto del suelo", distinto de la forma edificada, las "acciones inmateriales" y los "efectos sinergéticos o catalizadores" (simulables pero no determinables) o las "alteraciones de programa" dictadas por la oportunidad o por la crisis...
Por el contrario, las condiciones presentes son en muchos casos ineluctables e influyen desde el inicio en la concepción de las soluciones y por lo tanto de sus formas. Cuando estas condiciones no son asumidas por los proyectistas o no fueron superados en el momento de la redacción del programa, el proyecto urbano se vuelve factor de rigidez o está sujeto a alteraciones o amputaciones que lo privan del carácter originario.
Para resistir mejor los imprevistos, el proyecto urbano deberá, entonces, superar la concepción holística de integración en el espacio y en el tiempo, o sea, conservar grados de libertad entre sus partes sin perder elementos de continuidad e de legibilidad: precisamente en sintonía con la capacidad, característica en los proyectos urbanos de la segunda mitad del siglo XIX, de transformar las incertidumbres en una nueva arte urbana o, como se dice ahora, en un meta-proyecto (aunque de grado cero). Este diseño aseguraría que la integración de las formas y el mix de las actividades puedan resistir incluso aunque se compruebe la (relativa) desintegración, y consiguiente autonomía, de las partes. Una vez más, esta no será una opción del proyecto sino del programa y condicionará, sin sorpresas, el propio proyecto.
Aunque en este artículo se hable de proyectos urbanos que se materializan en intervenciones arquitectónicas articuladas a través de elementos urbanísticos (sistemas generales, infraestructuras, espacio público, etc.), los proyectos más complejos de la última generación, especialemte los de iniciativa pública, llegaron a explicitar y a reforzar los componentes considerados inmateriales para explorar la lógica de sinergia o de catálisis.
Con frecuencia el análisis de las candidaturas a fondos supra-locales (nacionales, de la Unión Europea) o a grandes eventos internacionales (juegos, expos, capitales de la cultura) valora los efectos económico-sociales o culturales, obligando a explicitar las relaciones directas e inducidas entre "acciones físicas" (las piedras) y las no físicas (las personas). El momento programático es también, en este sentido, central y decisivo, por lo menos tanto como aquel en que es más fuerte la expresión formal.
Tipologías del proyecto urbano
La gran variedad temática y territorial de las intervenciones consideradas proyectos urbanos no facilita ni la percepción de las características más significativas ni la comprensión de los papeles que juegan en las políticas urbanas. Como intervienen variables de naturaleza muy diferente, experimentamos un marco definido por el cruce de dos coordenadas iniciales: la primera explica el objetivo o el problema que se quiere resolver con un cierto proyecto ( su programa dominante) mientras que la segunda individualiza la situación exógena que lo desencadena o lo hace posible (el tipo de ocasión). Comprobamos después que podía ser interesante confrontar los ejemplos resultantes de las dos cuestiones iniciales con una tercera, que permitiría saber en que contexto territorial serían colocados los proyectos. Este ejercicio didáctico sirve aún para poner en evidencia las dificultades de clasificación en los casos de los proyectos que puedan responder a más de una característica elegida, además de la posibilidad de aclarar las deficiencias de las propias formulaciones. Así, para desagregar los tipos de objetivos programáticos, escogemos como carácter dominante del proyecto urbano:
1. El espacio colectivo como objeto de recalificación complemento o extensión de infraestructuras, equipamientos y ambiente;
2. Las relaciones como objeto de transformación de las redes, sistemas modales e interconexiones;
3. Las actividades como objeto de revitalización o nueva localización;
4. La centralidad como objeto de recentralización o formación de sistemas policéntricos para superar, por ejemplo, una condición más periférica;
5. El parque temático como recinto de revitalización e innovación funcional o de valorización de corredores o áreas naturales.
En cuanto a las ocasiones, imprevisibles o programadas en el proceso de planificación y que marcan el inicio, la temporalización, la localización y los recursos movilizados para un proyecto, definimos:
A. Decisiones sectoriales, en general públicas y supra-locales que, obedeciendo a lógicas de sistema especializadas, crean ocasiones de mejora del contexto cuando es objeto de aquella negociación institucional que pocura la articulación de decisiones sectoriales y locales;
B. Ocasiones excepcionales, de eventos especiales y también de catástrofes, que permiten en el primer caso la organización de candidaturas y en el segundo programas de emergencia con financiación especial, siempre objeto de protocolos, regímenes legales de excepción, etc.;
C. Iniciativas de inversión privada que pueden coincidir con objetivos estratégicos y que tienen condiciones de escala o lucro que permiten negociaciones de partnership o contrapartidas de interés general;
D. Programas de intervención municipal, previstas por el plan local o desencadenadas por concursos a fondos comunitarios o nacionales, en régimen de contratos-programa o en la secuencia de candidaturas o de subvenciones temporales.
La tercera dimensión de esta matriz define el tipo de localización de los proyectos urbanos. Han sido tomadas en consideración dos grandes categorías (la ciudad consolidada, o histórica, y la ciudad emergente) en las cuales los sistemas estructuradores son insuficientes y los tejidos construidos fragmentarios o inexistentes. En la primera indicamos los proyectos que implican áreas centrales, del centro histórico o moderno, y espacios vacíos incluidos en la red urbana, o áreas obsoletas, y, aún, edificios degradados ligados a infraestructuras existentes. En la segunda categoría encontramos proyectos ya en tejidos periféricos o no urbanos, sea en extensiones incompletas o antiguas del límite urbano, sea en forma de urbanizaciones difusas entre centros; en fin, espacios naturales o privados de infraestructura. Aquí se encuentran terrenos cuyos usos se transforman por acción de nuevas infraestructuras que crean otras ocasiones y áreas con características morfológicas o paisajísticas elegidas para nuevas actividades.
Obviamente, se podría proceder a una mayor discriminación de situaciones tipo, referentes tanto a los objetivos cuanto a las ocasiones y a los lugares.
El proyecto urbano en la práctica reciente
-El PU y la política territorial.
La nueva generación de proyectos urbanos refleja un dinamismo municipal al cual no son ajenas dos tendencias, de origen diferente, que en algunos casos se oponen y en otros se refuerzan: la competitividad entre ciudades próximas, o del mismo espacio globalizado, y las nuevas estrategias del capital privado. Éste cada vez con más frecuancia manifiesta interés por programas más complejos que justifican consorcios de agentes promotores con intereses diferentes pero complementarios, cooperaciones con la iniciativa pública bajo forma de contractualizaciones (contratos) o de sociedades mixtas, o entonces la definición de una organización única y global pero interesada en la promoción de acciones diferenciadas (parques temáticos, centralidad, infraestructuras).
El estímulo a la competitividad se materializa, con frecuencia, con perjuicio de la complementaridad "en red" que podría reforzar la competitividad de territorios más vastos: piénsese en los casos de las ciudades capitales, dotadas de lobbies potentes o de una mejor organización que, además, han perdido la ocasión de reducir las diferencias insoportables de sus periferias. Por otra parte, el surgimiento de las grandes empresas privadas de prestigio, que los organismos municipales ven con interés porque soportan problemas externos de otra forma irresolubles, se tradujo en la oferta a la ciudad de recintos relativamente cerrados en sí mismos, que hacen difícil la difusión de los efectos de recalificación extensiva del espacio público urbano.
En todo caso, la falta de estrategias amplias y solidarias del poder local, o la falta de poder contractual en la confrontación de grupos de gran fuerza económica, pueden conducir a la pérdida de la oportunidad de diseminar o alternar los efectos de sobredosis de la inversión concentrado en áreas restringidas, afectando frecuentemente a importantes fracciones de la inversión pública que faltarán en otras partes más deficitarias del territorio urbanizado.
-El "grado cero" del PU.
Se podría afirmar que la infraestructura urbana, sea de nueva realización sea dependiente de la reconversión o de la conclusión de la existente, es el elemento base que hace las funciones de soporte de los objetivos de la intervención y también a la articulación con los elementos urbanos externos.
Una familia importante de proyectos urbanos se reduce, por estrategia o por táctica, a la (re)construcción de la infraestructura y del espacio público, realizando o recalificando los cruces o la relación entre las distintas áreas. Este tipo de proyecto urbano, de "grado cero", no puede ser, sin embargo, tomado en consideración como un simple proyecto sectorial (de ingeniería municipal o paisajístico), no sólo porque es en sí mismo complejo, sino también porque está pensado para producir efectos sobre los "espacios servidos". Considérese una favela de Río de Janeiro o un sector periférico de Lyon y se verá que el papel del espacio público es similar, a pesar de los "diferentes medios" utilizados, en el sentido de que supone una relativa autonomía, en la concretización temporal, con respecto a lo edificado.
En consecuencia, el proyecto urbano será elaborado como proyecto de ejecución para el espacio público y como un conjunto de reglas procesuales o formales para los elementos urbanos que se espera que ahí puedan ser inducidos por la intervención. Y, aún, este mismo elemento infraestructural, cuando implica y conjuga sistemas de transporte diferentes (nudos o interconexiones complejas, que contienen actividades diferenciadas directamente ligadas a las conexiones que esos sistemas permiten), justifica la existencia de proyectos urbanos (como Euralille o Paris, Rive Gauche) en las cuales la tridimensionalidad se impone a través del tratamiento proyectual, no sólo del sistema de soporte, como ocurre en el caso precedente, sino también (generalmente o en parte y en simultáneo o secuencialmente) de las estructuras edificadas para los espacios servidos. Aún, en otros casos, la intervención infraestructural alcanza una escala territorial amplia, completa redes entre aglomerados y crea nudos que puedan inducir la transformación de elementos de centralidad (las edge periféricas, los ejemplos de Barnett). También en estos casos, el proyecto puede ser sectorial en su ejecución mientras que no lo será su programa, que implicará acciones articuladas con la construcción de infraestructuras, de naturaleza agrícola, paisajística o aún referentes al trazado de redes complementarias de nudos, para integrar urbanizaciones preexistentes. Por extensión del término infraestructura, podemos hacer referencia a otra familia de proyectos urbanos, de contenido preferentemente ambiental que pretende construir soluciones paisajísticas para la sustentabilidad del desarrollo de la construcción, que pueden ser los corredores verdes, los waterfront, cordones de dunas o, como se quiere realizar en el Rhur, verdaderos sistemas lineales ramificados que unen ciudades, áreas industriales y grandes equipamientos, prevalentemente infraestructurales, y que son frecuentemente lineales o reticulares; podemos introducir aquellos que intervienen a través de áreas delimitadas o recintos y que han llevado a generalizar la definición de parques, a veces seguidos de adjetivación, temáticos, por corresponder a equipamientos públicos y/o privados que tienden a instalar sobre el territorio, inmediatamente, valores funcionales (de educación y ciencia en forma de campus, de difusión tecnológica, de tiempo libre o de pura valoración ambiental) de los cuales se espera un atractivo para usuarios o visitantes (y empleos), la regeneración de áreas obsoletas o simplemente la protección de ecosistemas.
Las realizaciones por "recintos", además de la tendencia a la clausura, por razones y pretextos varios suscitan, con frecuencia, el problema de la escasa difusión de aquellos efectos regeneradores que impulsaron a los programas estratégicos de las ciudades a apostar por la atracción de este tipo de inversiones. La conjunción de las dos formas dominantes (infraestructuras y recintos) podrá superar los límites ya referidos, consiguiendo negociar los problemas externos que aseguran la obsorción o la permeabilidad de las inversiones concentradas.
Lo dicho refuerza la idea del proyecto urbano de alcance variable, en función de las diferentes valencias y dimensiones que, desde la redacción del programa, y de acuerdo con la estrategia, podrán serle atribuidos.
-El PU de definición variable.
La distinción de grados de (in)certidumbre en la propia organización del proyecto urbano es, de todos modos, como ya se ha dicho, su principal característica, si la comparamos con otros instrumentos de planificación, como los planes reguladores o los proyectos sectoriales destinados a la ejecución. En realidad, se busca un proyecto urbano tan integrado como exigido por la estrategia y definido por el programa (‘únicamente!) y este grado de integración (o por el contrario, el grado de autonomía de sus componentes) se refleja en la misma representación proyectual. No es necesariamente mejor el proyecto que define todo al mismo tiempo y al mismo nivel (visión tradicional del arquitecto, que subestima los procesos y el factor tiempo), de igual manera que no es mejor su opuesto, que se limitaría a definir intenciones programáticas o coordenadas de referencia para proyectos parcelares (visión simplista del gestor que subestima la importancia de la configuración y de la continuidad espacial).
Por lo tanto, el proyecto urbano, variable por definición y geometría, responde a la naturaleza de la actuación y al desarrollo temporal previsto o, en otras palabras, los diversos grados de certeza de cada componente, aproximándose, de vez en cuando, al proyecto global o, por el contrario, del metaproyecto. Por consiguiente, es necesario definir un conjunto de reglas sintácticas(?) (y semánticas) para articular proyectos de ejecución en los cuales cliente y proyectista no son aún conocidos o, siéndolo, no están en condiciones de establecer un programa ni de definir la propia contribución para el conjunto. De este modo, el denominado "proyecto de suelo" puede ser simultáneamente entendido como proyecto de ejecución del soporte, y también como metaproyecto para los componentes con respecto a los cuales este soporte constituye el elemento irrenunciable de referencia espacial.
En caso de que la entidad que dirige la intervención no esté interesada en la ejecución inmediata, el proyecto urbano adquirirá semejanzas de plan sea en términos de gestión, consecuente con la operación inicial, sea en la definición de reglas perdeterminadas por terceros. En estos casos, será aprobado y dirigido como tal por las autoridades. Esta variación de contenidos, presentada por los proyectos urbanos, pone en evidencia la importancia decisiva del mecanismo operativo de las transformaciones que se quieren realizar a través del proyecto y constituye una componente del programa a cuyas indicaciones explícitas debe someterse el proyecto. El mecanismo guía las elaboraciones del proyecto, sobreviviéndoles (a ellas), en la medida en que éste será parte o etapa de las soluciones programadas.
-PU y participación.
Algunos grandes proyectos urbanos recientes se han encontrado con obstáculos en su concretización, por la oportuna oposición de movimientos promovidos por las poblaciones locales directamente afectadas, o por grupos de opinión preocupados con los posibles impactos negativos (piénsese en los acontecimientos del King’s Cross en Londres). Independientemente de la discusión de fondo sobre condiciones según las cuales un movimiento local se puede oponer con éxito a un proyecto de ámbito urbano o regional aprobado por los órganos democráticos, la frecuencia de estas situaciones levanta preocupaciones en el momento de programación de un nuevo proyecto. En estas circunstancias no bastan las condiciones de viabilidad financiera y la presunción del interés colectivo si, contemporáneamente, no se alcanzó el nivel de transparencia y de consenso necesario para la aprobación. O sea, cuestiones controvertidas como la de la "sustentabilidad" o la de los "mix" de la composición social o de las actividades pretendidas, o aún de integración de la nueva intervención con los valores patrimoniales próximos (para citar apenas aquellas que provocan los conflictos más frecuentes) deberán clarificarse a través de los canales formales e informales de la participación, antes del inicio de los proyectos de ejecución. La formación del consenso y de los consecuentes compromisos necesarios son condiciones de viabilidad a las cuales el programa debe ser sometido hasta consentir el proyecto.
Otra consideración recurrente en los juicios que se elaboran sobre los proyectos urbanos de mayor impacto visual o funcional se refiere a la excesiva cercanía, cuando no directamente sumisión, al márketing político y a los calendarios electorales. Resulta obvio que el riesgo de perversión coyuntural de las iniciativas de fuerte impacto sobre el perfil urbano, reforzado por la relación con eventos de gran magnitud o de innovación tecnológica o arquitectónica, estará siempre latente en la actuación por grandes proyectos. Por lo demás, la historia urbana presenta está condición como norma, independientemente de los sistemas o de las personalidades.
Lo cierto es que, por sus mismas cualidades, estas "intervenciones de magnitud" sirven también a la democracia local o supra-local, consolidándolas gracias al prestigio que puedan producir en la ciudad y/o por los problemas que resuelven. Al mismo tiempo, sirven para confirmar los juicios del electorado sobre partidos y personalidades que los hayan propuesto y desarrollado. Se trata de una ambigüedad inevitable, tanto más discutible cuanto más exploren los proyectos en causa las señales externas o apariencias o se alejen de criterios de eficiencia/costos razonables.
La actuación a través de grandes proyectos podrá siempre ser contrastada por una alternativa producida por la dispersión de sistemas de acciones discretas, estando así quizá más cerca de las deficiencias que afectan a la mayoría. Por lo demás, este segundo tipo de estrategia se efectuará igualmente a través de proyectos urbanos, a pesar de que el nuevo término está más connotado con intervenciones mediáticas, siendo menos horizontales o dispersas en el territorio de cuanto lo sean los problemas.
Este será el espacio de validación de la intervención a través de proyectos urbanos. En los casos mejor considerados (recuerdo Lyon y Nantes, Barcelona, Glasgow o Curitiba y Río de Janeiro) coexisten inteligentemente proyectos urbanos de dos tipos y por eso habrá tenido un papel decisivo la explicitación de estrategias a medio plazo, con el recurso a pacientes negociaciones inter-institucionales y de partnership público-privado, con la implicación más o menos explícita de la sociedad civil. También en estos casos son aún excepción aquellas que han implicado en la misma estrategia de cohesión ciudades fuertes y ciudades débiles, inductoras e inducidas, con prestigio y "sin calidad". En este sentido, el proyecto urbano es, todavía, un tipo de intervención privilegiado y de algún modo deformante. La legitimación de la intensidad del capital invertido, sobre todo público, que es difícil en puntos concretos del territorio de los problemas, es aún posible en la medida en que se demuestre la eficacia de estos proyectos en la multiplicación y dispersión de contaminaciones positivas, tanto si son territoriales como si son sectoriales. Urge, por esta razón, ampliar la investigación sobre los impactos, la evaluación de la productividad económica y social de los recursos movilizados y así concentrados y, todavía, la capacidad de apropiación más generalizada de las cualidades ambientales, arquitectónicas, en los espacios vacíos entre las intervenciones de magnitud, en ocasiones transformadas en "cadáveres exquisitos".
Otros textos:
Tipologías de proyectos urbanos (p. 52):
Los proyectos indicados en el esquema ilustran las diversas tipologías de intervención en la ciudad contemporánea y se refieren casi exclusivamente a waterfront, comprendiendo los más importantes proyectos portugueses de los últimos diez años. Sólo en unos pocos casos, paradigmáticos, fueron introducidos proyectos extraeuropeos. En todo caso, se trata de áreas circunscritas y reconocibles en el tejido urbano, por lo que resultan excluidos los proyectos de última generación que buscan una relación polifónica con la ciudad, una redefinición general fundada en la recuperación urbanística y en el relanzamiento económico. Se trata siempre de proyectos realizados o en curso de realización.
Para ordenar los ejemplos, la coordenada "ocasiones" fue dividida en: decisiones públicas sectoriales, eventos únicos/catástrofes, iniciativas de inversión privada, programas integrados de los municipios. La correspondencia entre los ejemplos y cada coordenada no es simplemente biunívoca: muchos proyectos se caracterizan por una pluralidad de componentes. Como demuestran los escritos que acompañan a las imágenes, se toma siempre en consideración el aspecto retenido como dominante o el más apropiado para las conclusiones del texto de Nuno Portas.
Los ejemplos significativos en relación a cada célula de la matriz pueden ser numerosos, como ocurre con el tradicional cruce entre decisiones públicas sectoriales (A) y transformaciones de las conexiones (2). En otras circunstancias, una célula puede representar una relación entre agentes de transformación y tipología de intervención que aún no es corriente en Europa: es el caso, por ejemplo, del cruce entre iniciativas de inversiones privadas (C) e instituciones de parques temáticos y/o sistemas ambientales (5). Aquí hemos hecho referencia a países (Japón, Estados Unidos) donde esta experiencia está ya consolidada.
La diversa acepción de los términos en los varios países se ha debido al diferente contexto social e institucional y a los múltiples caracteres del desarrollo económico.
Decisiones públicas sectoriales
Las decisiones públicas sectoriales, aunque sean redimensionadas por la crisis del welfare state y por el fin de la exuberante fase de expansión, siguen representando una ocasión privilegiada para la intervención sobre el territorio. Con mucha frecuencia, las decisiones unilaterales de los entes públicos han producido, y continúan produciendo, más un motivo a posteriori de manutención del espacio vacío que una contribución para la construcción de un lugar. O sea, estas intervenciones generalmente, sólo posteriormente forman parte de una visión general de la ciudad, abandonando la condición monofuncional y geográficamente delimitada que las genera. Según esta acepción, se han seleccionado aquí una serie de proyectos urbanos emblemáticos cuya secuencia sigue la articulación de los objetivos definidos en el cuadro sinóptico, esto es, procede de la renovación del espacio colectivo y de la transformación de las accesibilidades, hasta la revitalización de las actividades urbanas, la fundación de nuevas centralidades y la institución de parques temáticos y sistemas ambientales.
El proceso de reconversión y revalorización de la frente de rio de Lisboa, fruto de la cooperación de comisiones ministeriales de la administración central, se puede definir como una transformación urbana dirigida a la atracción de inversiones de las empresas privadas. En el ámbito de estas comisiones, creadas para elaborar soluciones integradas para el desarrollo de la red estatal y ferroviaria de las zonas portuarias de Alcântara y santa Apolónia, trabajan en cooperación el ayuntamiento de Lisboa, la administración del puerto, la sociedad Parque Expo ‘98 y la Refer (sociedad nacida de la escisión de la antigua compañía de ferrocarriles del estado portugués). La estimativa de inversión en las dos áreas, en relación a las infraestructuras viarias y ferroviarias, oscilan en torno a los 12 billones de escudos. A lo largo de esta margen del río, sujeta a la jurisdicción del puerto de Lisboa, el objetivo esencial consiste en devolver el área al uso colectivo, en mejorar el acceso al puerto y en reducir los conflictos en la integración con el tejido urbano. Este proceso de recalificación del espacio público a lo largo del río puede contar con la presencia de actividades lúdicas y deportivas concentradas en edificios existentes o en nuevas estructuras.
Con una dimensión ciertamente menos pronunciada, el Ferry terminal de Hamburgo, que también se integra en una lógica de transformación general de aquella zona portuaria de la ciudad, constituye un importante intercambio entre conexiones terrestres y marítimas. Las diversas funciones, ligadas a la definición de un espacio público poliédrico, se concentran en un edificio de grandes dimensiones.
En Génova, la intervención en la zona portuaria coincide, por una vez, no con la transformación del destino de uso, sino con una revitalización de la actividad originaria. Nuevas relaciones comerciales están en la base del relanzamiento del puerto, cuya autoridad decidió dotarse de un instrumento de planificación flexible, para que pudiese ser más fácil absorber los efectos producidos por un futuro todavía incierto. La intervención tiene como finalidad integrar la actividad portuaria con las actividades residenciales urbanas, a lo largo de los quince quilómetros de la área de intervención.. Puntualmente actúa, por el contrario, el museo Guggenheim de Bilbao, cuya considerable acción catalizadora hace de él el edificio fundador de una nueva centralidad. Este edificio, cuyos costos de construcción rondan los 14 billones de pesetas, constituye una inversión de la administración pública ligada a la promoción de temas culturales de alcance, hasta el punto de poder representar a toda el área de Bilbao.
En un contexto de transición urbana se coloca el Parc de la Villette en París. La definición de una temática específica constituye también en este caso el elemento más característico. Integrados en el parque, entendido como soporte natural, encontramos el museo de la ciencia y de la industria, la ciudad de la música y la Grande Halle para exposiciones y un espacio para conciertos de rock. Paralelamente, se introdujeron funciones complementarias que sustentan la relativa autonomía de este espacio (restaurantes, galerías de arte, talleres de música y pintura, etc.).
Eventos únicos/catástrofes (p. 56)
Los eventos únicos y las catástrofes constituyen las intervenciones excepcionales también en la ciudad contemporánea. Una de sus caracteríaticas más señaladas es la rapidez de la acción: precisamente el tiempo cumple la función de elemento de presión sobre la inercia de los mecanismos burocráticos (por esta razón se crean estructuras ad hoc). Del mismo modo es importante observar cómo en esta circunstancia la garantía de la viabilidad y de la conclusión en los tiempos previstos sean elementos atractivos y determinantes también para la inversión privada. Además del aspecto mediático, que proyecta la ciudad a la búsqueda del ciudadano, es necesario subrayar la importancia que revisten cada vez más estas ocasiones, especialmente en la recuperación de áreas obsoletas y en la fundación de nuevas centralidades.
La recuperación del waterfront de Barcelona, o sea, la Vila Olímpica está ligada, como es sabido, a los Juegos Olímpicos de 1992. Este evento se presenta como una "idea-fuerza" para la ciudad, provocando intervenciones infraestructurales y funcionales que permitiesen la configuración de un espacio colectivo importante de escala territorial. En términos de política urbana, dada la enorme dimensión del evento, fue posible utilizar las transformaciones necesarias para redefinir, recompactando, el tejido urbano. Esta operación, coordinada por la Vila Olímpica SA, costó cerca de 50 billones de pesetas, proporcionadas por el Ayuntamiento de Barcelona, por el gobierno autónomo catalán y por la administración. Es ejemplar la experimentación en la construcción del Cinturó del Litoral que, como nuevo modelo de autopista, constituye una carretera de circulación rápida, en trinchera (?) o en túnel, no sujeta a semaforización y con vías secundarias que se integran en el tejido urbano del área metropolitana.
Naturalmente, la introdución de nuevos sistemas de conexión implica transformaciones que sobrepasan los límites físicos del área directamente afectada. Un ejemplo es el dado por la Nueva Estación de Ferrocarriles de Santa Justa en Sevilla, complemento esencial para la Expo de 1992, así como también ocasión para la recuperación del área de la ciudad más inmediata.
En agosto de 1988 un incendio destruye parte de tres manzanas del límite oeste de la baixa pombalina: empieza así la intervención de recuperación del área del Chiado, zona central, consolidada y representativa de Lisboa. Uno de los aspectos que se deben subrayar en este proyecto, además de los procesos programáticos y de gestión concretos, consiste en la singular disponibilidad de recursos, tanto de la administración central y local como de la Comunidad Europea. En términos de programa, es importante poner de relieve que la recuperación de los valores tradicionalmente ligados al lugar se asocia a la revitalización de las actividades originarias en su triple articulación, comercio/almacén, oficinas y vivienda. El estudio cuidadoso, no sólo de la ciudad pombalina sino también de la Lisboa anterior al terremoto de 1755, permitió redefinir la necesaria articulación de recorridos y espacio público.
La ocasión para una reestructuración urbana ofrecida por la realización de la Expo de 1998 afectó, por el contrario, a una zona industrial, portuaria, del área oriental de la ciudad. La operación Expo ‘98, dirigida por una sociedad privada de capital público, con derechos de gestión, concesión y venta de los terrenos a urbanizar, el Parque Expo ‘98, se concretiza en la reutilización de un área de 330ha, a la que se suman las 50 ocupadas por el áera propia de la exposición. Esta operación urbana integra una componente de promoción inmobiliaria que, más allá del mercado tradicional, se dirige a empresas y a la universidad. La continuidad en el tiempo de esta nueva centralidad está garantizada por la implantación permanente de equipamientos culturales, deportivos y lúdicos. Relacionada con el área que rodea a la Expo, el Parque urbano do Tejo e do Trancão corresponde a la conclusión hacia el norte del proceso de regeneración y redefine la transición entre el río Tajo y el Trancão, dotando a este sector del territorio de un parque urbano (metropolitano) de dimensiones significativas. Consta de ochenta y cuatro hectáreas e incluye actividades deportivas, lúdicas y culurales, recreando, simultáneamente, un hábitat natural. Por supuesto, en términos ambientales, esta operación se asocia a acciones complementarias y esenciales, tales como la descontaminación del río Trancão.