GUTMAN, MARGARITA; HARDOY, JORGE ENRIQUE.
Buenos Aires contemporánea: 1955-1991. En Buenos Aires. Historia urbana del área metropolitana. Mafre, Madrid 1992. P.213-243.
Buenos Aires Contemporánea: 1955-1991
Los últimos 36 años
En 1955, después de casi 10 años de gobierno constitucional, la vida política argentina fue una vez más interrumpida por un golpe militar. Entre 1955 y 1983 todas las presidencias constitucionales, elegidas con o sin proscripciones de candidatos o partidos, fueron interrumpidas por los militares. En 1983, al término de los oscuros y penosos años de un gobierno castrense, se recuperó el sistema democrático en el país, con plena vigencia de la constitución, la libertad de expresión y la vida cívica.
La última etapa industrialista, puesta en marcha durante la presidencia del doctor Arturo Frondizi (1958-1962), produjo una sostenida expansión industrial, que se prolongó hasta mediados de la década de 1970. El «desarrollismo» —nombre con el que se conoce esta política económica— incorporó capitales y tecnología del exterior y auspició las inversiones de capital intensivas que hicieron más complejo el aparato productivo y desarrollaron las ramas de la industria pesada y semipesada. El área metropolitana de Buenos Aires concentró, como en las décadas anteriores, la mayor parte de ese desarrollo industrial.
La política económica aplicada por el último gobierno militar (1976-1983) basada en medidas económicas de tipo monetarista y en la apertura de las importaciones, y afectada por los vaivenes de la crisis económica mundial, las políticas de ajuste y la deuda externa, llevaron al país a un estado económico netamente recesivo. No sólo la Argentina sufrió los efectos de la crisis económica, sino también otros países latinoamericanos que, en mayor o menor grado, tuvieron un gran deterioro social y económico durante la llamada «década perdida» de 1980.
Algunos datos muestran la magnitud que alcanzó la desindustrialización en la Argentina durante la década de 1980: el producto manufacturero de 1987 retrocedió a los mismos valores que tenía en 1972; la ocupación fabril cayó en 400.000 personas en valores absolutos (35 por ciento) entre 1975 y 1987; se cerraron el 20 por ciento de los establecimientos industriales de mayor tamaño; la inversión industrial cayó cerca de un 50 por ciento entre 1975 y 1987; la participación de los asalariados en el ingreso nacional disminuyó un 28 por ciento; y la producción manufacturera por habitante —que había crecido un 47 por ciento entre 1960 y 1975— cayó un 25 por ciento entre 1975 y 1987. De manera simultánea aumentó la concentración del capital industrial y se formaron grandes grupos económicos, mientras las pequeñas y medianas empresas se debilitaban.
Por haber concentrado históricamente el mayor desarrollo industrial del país, el área metropolitana de Buenos Aires sufrió los peores efectos de la crisis, perdiendo empleos y establecimientos industriales en los partidos del gran Buenos Aires. Mientras tanto la Capital Federal ganaba en actividades comerciales, burocráticas, financieras y de comunicación. La diferencia de calidad de vida entre la capital y la mayor parte de los partidos del gran Buenos Aires aumentó. La capital mantuvo e incrementó su papel de centro de decisiones políticas, económicas y sociales más importantes del país, mientras los municipios periféricos concentraron buena parte de los habitantes más pobres de la Argentina.
Población: El área metropolitana crece cada vez más lentamente
Entre 1960 y 1991, la población del área metropolitana pasó de 6.875.000 personas a 11.323.000. Los 4.450.000 personas incorporadas en los últimos 30 años, se incorporaron a la población de los partidos del gran Buenos Aires, tal como venía sucediendo desde la década de 1940.
El crecimiento cada vez más lento de la población es una de las características más notables del área metropolitana en su conjunto durante las últimas tres décadas, aun cuando el número de nuevos habitantes representa cifras muy grandes. Desde 1960 en adelante se sumaron por década cada vez menor número de personas: entre 1960 y 1970 se agregaron 1.670.000, entre 1970 y 1980 alrededor de 1.500.000 y entre 1980 y 1991 cerca de 1.270.000. Se quebró, de ese modo, de la década de 1960 en adelante, una de las tendencias históricas más características del área metropolitana de Buenos Aires: su peso creciente en la población urbana del país. A partir de 1980 también fue disminuyendo su peso respecto al total de la población argentina (cuadros números 5, 6, 7 y 8). Por primera vez, la tasa anual de crecimiento de la población del área metropolitana está por debajo de la tasa anual de crecimiento de la población del país.
Esta tendencia se relaciona con cambios en la distribución espacial de la población en el país, detectable a partir del período intercensal 1947-1960. A partir de ese período intercensal, las ciudades pequeñas (entre 20.000 y 49.999 habitantes) e intermedias (entre 50.000 y 1.000.000 de habitantes) aumentaron su población, y el peso de la población de las intermedias se hizo cada vez mayor con relación al total nacional: mientras en 1950 la población en ciudades de tamaño intermedio constituía el 16 por ciento del total, en 1980 esa participación había crecido el 28 por ciento. Algunas ciudades de tamaño intermedio, de crecimiento estancado hasta 1970, aceleraron notoriamente sus tasas de crecimiento demográfico entre 1970 y 1980. Algunas capitales de provincia crecieron debido a las políticas nacionales de promoción industrial puestas en marcha a finales de la década de 1970 como San Luis, Catamarca, La Rioja, San Juan, Neuquén y Ushuaia. Con estos nuevos regímenes de promoción, provincias que tradicionalmente expulsaban población y perdían empleos comenzaron a recibir, en sus ciudades capitales, habitantes de otras provincias.
Otros factores que influyeron decisivamente desde 1976, en la desaceleración del crecimiento demográfico del área metropolitana están relacionados con la ya mencionada implementación a escala nacional de políticas monetaristas, la apertura de la importación, y el retroceso y deterioro del proceso productivo, que se manifestó en una reestructuración de la industria manufacturera nacional. Este proceso de «desindustrialización» afectó de lleno al área metropolitana de Buenos Aires por ser el área más industrializada del país, pero también afectó a otras áreas industrializadas como Córdoba y Rosario.
Debido a estos cambios, desde mediados de 1970 el área metropolitana de Buenos Aires dejó de atraer a emigrantes del interior del país en igual medida que lo había hecho antes. Más aún, los datos estadísticos del período intercensal 1980-1991 indican que algunos de los residentes del área metropolitana regresaron al interior y probablemente otros engrosaron el creciente contingente de emigrantes al exterior, proceso éste que venía acentuándose desde la década de 1960. El área metropolitana comenzaba a dejar de ser atractiva porque ofrecía menores oportunidades de trabajo formal mientras aumentaba la inestabilidad de las relaciones laborales y el número de gente que trabajaba por su cuenta. Esta situación, más la escasa infraestructura existente en la que el gobierno invertía cada vez menos, los largos viajes en ómnibus y los cada vez menos eficientes y más inseguros viajes en tren y en los colectivos, desmejoraron notablemente las condiciones de vida en los partidos suburbanos de la metrópoli y desalentaron la radicación de población.
Si bien el área metropolitana de Buenos Aires disminuyó la velocidad de su crecimiento, sigue siendo, y por mucho tiempo, la aglomeración más importante de un país con un porcentaje muy alto de población urbana, duplicando la población de las áreas metropolitanas que le siguen en tamaño: el gran Rosario y el gran Córdoba (cuadros números 17 y 18).
Mayor crecimiento vegetativo y menos migraciones
En las últimas tres décadas, la composición del crecimiento de la población del área metropolitana de Buenos Aires cambió nuevamente y comenzó a depender más del crecimiento vegetativo y menos de las migraciones internas. A partir de 1970 el crecimiento natural fue el responsable de las dos terceras partes del aumento de población, mientras que las migraciones netas sólo representaban un tercio del mismo. El crecimiento natural aumentó su importancia durante la década de 1970. El censo de 1980 registraba los valores menores de migración interna e inmigración externa del siglo.
En 1980, el 90,5 por ciento de los habitantes del área metropolitana eran argentinos. La mitad había nacido en la provincia de Buenos Aires, mientras que el 40 por ciento provenía de otras provincias del interior del país, fundamentalmente de Entre Ríos, Corrientes, Santiago del Estero, Tucumán, Chaco, Santa Fe y Córdoba. La mayor proporción de nacidos en la provincia de Buenos Aires (entre el 50 por ciento y el 77 por ciento) se encontraba en los partidos del sur del primer y segundo anillo y en todos los del tercer anillo. El mayor porcentaje de emigrantes de otras provincias (entre el 45 y 55 por ciento) se encontraba al oeste y norte del primer y segundo anillo. De los extranjeros, que representaban el 9,4 por ciento de la población del área metropolitana, el 3 por ciento provenía de los países limítrofes y el 6,3 por ciento de otros países. Los porcentajes más altos de nacidos en los países limítrofes —paraguayos y uruguayos principalmente— se habían establecido en La Matanza, Lomas de Zamora y Quilmes, y en el oeste y sur del segundo anillo. En todo el área metropolitana quedaban muy pocos extranjeros nacidos en los países europeos. Los mayores porcentajes de italianos y españoles se encontraban en la capital y en los partidos adyacentes.
Mayor crecimiento en los partidos más alejados de la Capital Federal y menor o nulo en los más cercanos
Si bien entre 1960 y 1991 fue cada vez más lento el crecimiento de la población en el área metropolitana de Buenos Aires, este comportamiento no fue parejo: algunos municipios se mantuvieron estables, como la Capital Federal; otros crecieron a un ritmo bajo y cada vez más lento, como los del primer anillo; otros mantuvieron un ritmo decreciente pero alto, como los partidos del segundo anillo; y, por último, sólo crecieron rápidamente los partidos más periféricos y menos poblados del tercer anillo (cuadros 9 y 10 y figura número 11).
Del 1.670.000 personas que se agregaron en total al área metropolitana entre 1960 y 1970, poco más de 900.000 se instalaron en el primer anillo y poco menos de 700.000 en el segundo. Mientras las personas que se agregaban al primer anillo eran cada vez menos -720.000 entre 1970 y 1980, y 370.000 entre 1980 y 1991-, las personas que se agregaban cada década en el segundo anillo se mantuvieron alrededor de 700.000.
En 1960 el volumen de la población instalada en el primer anillo casi había igualado al de la capital y juntas constituían el 83 por ciento del total de la población del área metropolitana, 43 por ciento la capital y 45 por ciento el primer anillo. En las décadas posteriores, el primer anillo siguió conservando una proporción similar —entre el 45 por ciento y 47 por ciento— mientras disminuía la proporción de la Capital Federal, cuyo crecimiento demográfico estaba detenido desde 1947 y aumentaba la proporción del segundo anillo, desde el 10 por ciento en 1960 hasta el 24 por ciento en 1991. Los partidos del tercer anillo, los únicos que tuvieron un crecimiento acelerado y sostenido entre 1960 y 1991, fueron los que, entre 1980 y 1991, registraron las mayores tasas de crecimiento anual, reemplazando el papel cumplido —entre 1947 y 1970— por los partidos del segundo anillo. Pero, si bien los partidos del tercer anillo fueron los que más rápido crecieron, su incidencia en el volumen total de la población es muy escasa porque representaban sólo el 2,25 por ciento en 1960 y el 3,9 por ciento en 1991 del total de la población del área metropolitana.
En 1991, dos tercios de la población se concentraban en el primer y segundo anillo del gran Buenos Aires —el 45 por ciento en la primera y el 24 por ciento en la segunda—; es decir que, casi la mitad de toda la población del área metropolitana vivía en los partidos del primer anillo, un poco menos de un cuarto en el segundo y algo más de un cuarto en la Capital Federal. La situación era inversa a la registrada en 1914, cuando a finales del primer período de gran crecimiento del área metropolitana, la capital concentraba el 74 por ciento de la población de la aglomeración.
Entre 1980 y 1991 al estancamiento de la población de la capital se agregó el estancamiento demográfico de dos partidos adyacentes, Tres de Febrero y Avellaneda, y la pérdida neta de población de otros dos del primer anillo, Lanús y Vicente López. Eran los partidos que más tempranamente quedaron integrados a la metrópoli, aquéllos que conformaron el cordón industrial del gran Buenos Aires y que luego fueron muy afectados por la reestructuración de la industria.
Expansión Urbana
Los vaivenes de la industria manufacturera
Entre 1930 y 1960, tal como se mencionaba en el capítulo anterior, las nuevas industrias se instalaron formando un anillo alrededor de la capital. En 1963, de los 1.800 establecimientos industriales con más de 25 obreros que existían en el conjunto del área metropolitana, el 85 por ciento estaba ubicado en un círculo a 20 kilómetros de la plaza de Mayo y sólo cinco establecimientos estaban a más de 30 kilómetros. A partir de esa fecha, con la construcción del acceso Norte, comenzó a definirse una nueva zona industrial a lo largo de esta autopista, inaugurada por la empresa Ford en la localidad de Pacheco, partido de Tigre. Esta nueva concentración se integró al denominado Eje Fluvial Industrial, que corre a lo largo del río Paraná y de la Plata desde el área metropolitana de Rosario, en la provincia de Santa Fe, a 320 kilómetros al norte de la ciudad de Buenos Aires, al área metropolitana de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, 70 kilómetros al sur.
Durante los años de vigencia del modelo económico «desarrollista» (1958-1975), las inversiones intensivas en capital y tecnologías predominantemente extranjeras, se habían volcado hacia la fabricación de automóviles, tractores, química, petroquímica, máquinas herramientas, farmacia y siderurgia. Por las ventajas comparativas que ofrecía el polo industrial del gran Buenos Aires, los nuevos establecimientos industriales se radicaron principalmente en él. La desindustrialización promovida por la aplicación, a mediados de la década de 1970, de las nuevas políticas económicas, tuvieron su mayor impacto en el área metropolitana de Buenos Aires, ya que concentraba la mayor actividad industrial de las ramas que, hasta entonces, habían sido los motores de la actividad industrial y que fueron las más afectadas en este proceso: la metalmecánica y las industrias de base en general. Las cifras de la evolución del empleo evidencian la magnitud del impacto: en 1984 el área metropolitana de Buenos Aires —que era la más diversificada del país con 169 ramas industriales— ocupaba al 51 por ciento del total de la ocupación industrial del país, habiendo disminuido en un —8,72 por ciento con respecto a 1973.
Por efectos de esta reestructuración industrial, disminuyó el número de los empleos industriales y también el número de grandes establecimientos industriales en el área metropolitana. A mediados de 1985 el área metropolitana de Buenos Aires era considerada, junto con las de Rosario y Córdoba como un área de «desindustrialización neta». Pero la pérdida de empleos industriales se hizo sentir más en los partidos que habían adquirido mayor concentración industrial hasta esa fecha: los del primer anillo perdieron empleos industriales en números absolutos, mientras que en los del segundo hubo un aumento pero éste fue menor que el aumento de la población (cuadro número 19).
Otra de las causas de la disminución de la actividad industrial en el área metropolitana fueron las disposiciones provinciales que desincentivaron y luego prohibieron la instalación de nuevas industrias a menos de 60 kilómetros de la Capital Federal. A ellas se sumó la ya mencionada política nacional de desconcentración industrial promovida por los regímenes de promoción industrial provinciales, que en los últimos años fueron suspendidos. Otro factor relevante fue la tendencia general hacia la «terciarización» de la economía, es decir, el mayor desarrollo del sector finanzas, comercio, servicios y comunicaciones.
A pesar de estos nuevos procesos, que marcarán posiblemente cambios profundos en el futuro, el cinturón industrial del área metropolitana tenía, en 1985, un papel importante en la actividad económica urbana. En los partidos del primer anillo la industria manufacturera tenía mayor participación en el Producto Bruto Interno que el comercio y los servicios. Entre los partidos con mayor producción industrial se encontraban Avellaneda, San Martín, San Fernando, San Isidro y Vicente López en el primer anillo, y Tigre, Florencio Varela, Berazategui y Merlo en el segundo. Por el contrario, la Capital Federal, que venía perdiendo empleos industriales ya desde la década de 1950, tenía un predominio del sector comercio, finanzas y servicios, anticipando quizá, la futura orientación del área metropolitana hacia estas actividades del sector terciario.
Después de 1960 la ubicación de las industrias no tuvo el mismo efecto que habían tenido las industrias de la década de 1920 y 1930 en el sur, atrayendo población en sus cercanías y densificando partidos como Avellaneda, Lanús y Quilmes. Con el desarrollo del transporte colectivo y las rutas y el aumento del valor de los terrenos provocado por la urbanización, la vivienda de los trabajadores industriales de bajos salarios tendió a ubicarse en zonas más periféricas, en los partidos del segundo y tercer anillo. Allí también se instalaron, por ser los lugares donde podían comprar un terreno o armar una casilla en una villa miseria, buena parte de los trabajadores por cuenta propia con ingresos más bajos y los que conseguían empleo esporádicamente. Lo hacían en zonas de baja densidad, con escaso o ningún servicio de agua corriente, cloacas y recolección de basura, en casas autoconstruidas sobre un lote propio o en terrenos invadidos, muchas veces inundables. La inversión pública en infraestructura y servicios en esas zonas era escasa y además decreciente. Tras los loteos y sus facilidades de pago, los grupos más pobres, fueron alejándose no sólo de las instalaciones fabriles, cuyo empleo era cada vez menos numeroso, sino también del centro y de la Capital Federal en general, que constituía un gran mercado de trabajo en el comercio y en los servicios. Después de 1960 la localización de las viviendas de los trabajadores dependió más de los precios del mercado de lotes a plazos y menos de su cercanía a las zonas fabriles, aumentando el número y el tiempo empleado en los viajes diarios.
Aumento de la pobreza en el área metropolitana de Buenos Aires:
los nuevos pobres
Durante las últimas décadas aumentaron los niveles de pobreza de los habitantes del área metropolitana. Según un estudio basado en el censo de 1980, un cuarto de la población del área metropolitana vivía en condiciones precarias, hacinados y sin servicios sanitarios en sus viviendas. La distribución de esta población no era pareja en todo el área metropolitana: mucho menor era el porcentaje que se encontraba en la Capital Federal (7,4 por ciento) que en el gran Buenos Aires, donde algunos partidos del segundo y tercer anillo, como Florencio Varela, Moreno, Escobar y Pilar, tenían cerca del 40 por ciento de su población con necesidades básicas insatisfechas (cuadro número 20). En cifras absolutas, sin embargo, el mayor número de pobres se encontraba en la misma capital y en el populoso partido de La Matanza.
Hacia 1990, por efecto de los factores ya mencionados y por la constante retracción de la participación del Estado en la promoción de políticas sociales, el aumento de la pobreza no fue un problema de magnitudes sino también de tipo: no sólo hubo más pobres sino que se mutliplicaron las diferentes clases de pobres. Además de aquellos que nunca pudieron salir de la pobreza —los pobres estructurales, como se los denomina— entraron en la clasificación de pobres —con la denominación de «pauperizados»— muchos miembros de los tradicionales grupos con ingresos medios, con educación y vivienda, cuyos salarios bajaron tanto que ya no les alcanzaba para cubrir los gastos de alimentación, ropa y el pago de servicios públicos e impuestos. Esta situación obedeció a una polarización muy fuerte de los ingresos, caracterizada por una marcada baja en la franja de los salarios medios.
El aumento del volumen de la pobreza estructural y su impacto desarticulador sobre las familias dejó mayores cantidades de niños solos deambulando por las calles del centro y cerca de las estaciones de ferrocarril. La menor atención a la salud y la educación ya está deteriorando el estado físico y el nivel de instrucción de numerosos habitantes de la metrópoli. De no mediar cambios, las consecuencias se harán sentir en pocos años. Asimismo, la pauperización de los grupos medios, en una aglomeración que se ha caracterizado básicamente y hasta hace poco tiempo atrás, por su extendida presencia, puede desmejorar rápidamente la calidad de vida de estos grupos y a un mediano plazo puede llegar a tener impactos relevantes sobre la distribución espacial de la población en su conjunto.
Una mayor segregación espacial
Tanto la extrema pobreza como la extrema riqueza no se ven mucho en las calles del centro de la ciudad ni en la Capital Federal en general. Muchos pobres no pueden llegar al centro porque no pueden pagarse el pasaje y pasan la mayor parte de sus vidas en los suburbios y barrios del gran Buenos Aires. Al mismo tiempo, muchas personas de alto nivel económico trabajan, se reúnen y asisten a espectáculos también fuera del centro, en barrios como Belgrano y Palermo, o en los enclaves caros del gran Buenos Aires, como los que se encuentran en los partidos de Vicente López y San Isidro (figuras números 15 y 16). Se arman así circuitos cada vez más cerrados de uso y de vida de diferentes áreas de la metrópoli (figura número 17). No es infrecuente encontrar gente, de una u otra condición que jamás ha visitado ciertas localidades de la metrópoli y ni siquiera tiene cabal idea de dónde están ubicadas.
Aunque actualmente Buenos Aires no sea una aglomeración muy segregada espacialmente, como tantas otras de América Latina, la segregación espacial tiende a aumentar. En algunos lugares de alto poder adquisitivo del gran Buenos Aires es frecuente ver las garitas callejeras de los servicios de vigilancia privados pagados por los vecinos para controlar su seguridad, ante el aumento de los robos y la disminución de la vigilancia policial. En el otro extremo, hay lugares del gran Buenos Aires, como algunos conjuntos de viviendas en el sur y oeste, que se han vuelto de circulación restringida por la inseguridad, aun para las fuerzas policiales que no dominan buena parte del territorio del gran Buenos Aires.
No sólo espacialmente fueron separándose estos extremos, sino que se conviertieron en el reflejo de economías cada vez más diferenciadas pero complementarias: en el centro y norte de la capital, y en algunas zonas del norte del gran Buenos Aires se localizan economías con tecnologías muy desarrolladas, en empresas con mucha productividad, personal muy especializado y salarios relativamente altos; mientras que en otras zonas suburbanas, la economía se organiza en pequeñas empresas de poca productividad y capital, ocupando gente poco especializada, con bajos salarios y muy poca estabilidad en los empleos.
Hay excepciones, como las antiguas zonas residenciales de Adrogué y Lomas de Zamora y los nuevos enclaves de los countries en la zona norte y oeste del gran Buenos Aires, ubicados muy cerca de viviendas precarias o de asentamientos no legalizados. Los saqueos a varios supermercados de principios de 1989, evidenciaron con dramaticidad estas coexistencias y las necesidades básicas insatisfechas de muchas familias.
Sin embargo, no es tajante esta segregación espacial en el área metropolitana. También en la capital, que en general alberga a una población de recursos medios y altos y ha recibido inversiones públicas y privadas de mayor envergadura, se encuentran viviendas muy precarias. Son las habitaciones, hoteles y pensiones del centro, algunas casas «tugurizadas» como las del barrio del Abasto o la Boca y Barracas, y los bolsones de villas miseria ubicados en la zona sudoeste de la capital.
A pesar de esta tendencia hacia la mayor segregación, persiste en el área metropolitana cierta continuidad del tejido urbano y social otorgada por la presencia de los grupos medios y medios bajos. Tanto en los suburbios como en la capital, adoptan ámbitos físicos y de nivel económico distintos. En líneas generales, en el gran Buenos Aires se ha conservado la histórica escala de mayor a menor nivel económico según dos direcciones: una radial, tomada desde la capital hacia la periferia y una anular, que va de norte a sur. Un recorrido por el camino de cintura evidencia este gradiente.
La mejor habitabilidad de los partidos del norte sobre los del sur se observa en la calidad de las viviendas, en la disponibilidad de servicios de recolección de basuras, de redes viales y de transporte. Las obras viales, por ejemplo, han sido en el norte de mayor importancia que en el sur: el acceso norte tiene varias ramificaciones y recorridos extensos que llegan hasta ciudades como Rosario y Santa Fe, mientras que el acceso sudeste tiene aún una extensión reducida que no llega a la Plata, la cercana capital provincial, ni se conecta con la Capital Federal como autopista. Lo mismo sucede con el acceso oeste, que si bien se prolonga 80 kilómetros hasta la ciudad de Lujan, termina algunos kilómetros antes de la capital, entorpeciéndose el tránsito al tener que atravesar zonas muy urbanizadas cruzadas por numerosas calles y avenidas de tránsito local.
La política de inversiones públicas, la actividad del mercado inmobiliario, la construcción de las autopistas y el desarrollo del mercado automotor, fueron factores que aumentaron el histórico privilegio de la capital sobre los suburbios, y del norte sobre el sur. El análisis de los medios de transporte utilizados para entrar y salir de la capital evidencian también esta diferenciación global. En valores agregados y siguiendo la tendencia registrada ya desde la década de 1940, entre 1960 y 1980 los viajes en ferrocarril decayeron en un 40 por ciento, los viajes en colectivos y autotransporte de pasajeros aumentaron un 30 por ciento y los viajes en automóviles particulares se cuadruplicaron al ritmo del desarrollo de la industria automotriz y las autopistas. En lincas generales, entre 1960 y 1980 aumentó el número de viajes desde los partidos ubicados al norte y el oeste del área metropolitana de la capital y disminuyeron los viajes desde el sur. Sin embargo, fueron diferentes las cantidades de viajes y los medios de transporte más usuales según provenían del norte, oeste o sur del gran Buenos Aires: en 1980 la mayor parte de los viajes desde el norte se hacían en automóviles particulares, los provenientes del sur en omnibuses y los provenientes del oeste se repartían equilibradamente entre el ferrocarril, el automóvil y el ómnibus.
Transformaciones en el área metropolitana 1955-1991
En los 36 últimos años no hubo en el área metropolitana otros cambios físicos significativos que los producidos por la continuación, y en algunos casos la aceleración, de tendencias preexistentes. En líneas generales, se acentuó la diferencia —en la cobertura de infraestructura y servicios urbanos y en la calidad de la vivienda— entre la capital y los partidos del gran Buenos Aires, con un mejoramiento en la capital y un empeoramiento en los partidos. De hecho, se profundizó la brecha entre las zonas más carenciadas y las más privilegiadas. En el gran Buenos Aires, las zonas más pobres y peor servidas aumentaron su población y superficie urbana, y sólo mejoraron los sectores históricamente bien servidos de los partidos del norte y algunos centros suburbanos y enclaves residenciales del oeste y sur. En la capital, las mejoras fueron más marcadas en el distrito central y el norte que en el resto.
La capital tuvo planes y códigos urbanos más elaborados y contó con mejores instrumentos de aplicación. El plan director de la Capital Federal, aprobado en 1962 y aún no derogado, sólo contenía sugerencias para el área metropolitana, y para su área de influencia —delimitada por un radio de 100 kilómetros—, algunas indicaciones generales. Para el área metropolitana se sugería una zonificación funcional y administrativa, un sistema vial que enfatizara las comunicaciones paralelas a la costa del Río de la Plata y una remodelación de las áreas industriales existentes, entre otras. Asimismo planteaba un sistema de coordinación intermunicipal para superar la histórica fragmentación administrativa del área, que aún no ha sido revertida, a pesar de los organismos creados en la década de 1980 para su coordinación y los diversos planes formulados desde organismos nacionales.
En la capital: mejoras
a) Centro. La histórica preeminencia del centro se mantuvo y se intensificó en estas últimas décadas. El distrito central reforzó su papel como principal centro de decisiones del país y del área metropolitana, y siguió concentrando las más importantes actividades comerciales, financieras, de comunicaciones y de servicios. En el centro están ubicadas las principales oficinas administrativas del gobierno nacional y, naturalmente, las del gobierno municipal de la ciudad de Buenos Aires (figura número 18).
Dejó de ser, sin embargo, el principal centro recreativo y de consumo de los grupos de ingresos más altos, quienes se volcaron hacia los subcentros comerciales más sofisticados ubicados en el norte, como Belgrano en la capital, y Acassuso y San Isidro en el gran Buenos Aires, y en los grandes shoppings urbanos y suburbanos construidos durante la última década. Los tradicionales cines del centro fueron desplazados por nuevas salas cinematográficas más pequeñas y mejor equipadas, construidas cerca de estos subcentros, rápidamente complementadas con restaurantes, bares y negocios. Los principales teatros del centro no se mudaron, pero muchos se cerraron. Otros más pequeños y numerosos «café concert» se abrieron tanto en el centro como en el norte de la capital.
El incremento de la actividad bancaria privada impulsó la construcción de numerosas sucursales de bancos en los barrios y de nuevas sedes centrales en la city financiera. Entre estas últimas se encuentran, por ejemplo, la sede central del Banco de Londres y América del Sur (1964), una de las obras de arquitectura moderna argentina más relevantes del período, la del Banco Popular Argentino (1968) y, últimamente el Banco de Tokyo (1982) y el Banco do Brasil.
El aumento de las actividades de servicios y financieras se manifestó en la construcción de edificios de oficinas en torre, como el de Fiat (1965), Brunetta (u Olivetti, 1968), Chacofi y el edificio circular Prourban (o Sevel, 1987), entre otros. Sin embargo, la transformación urbana más importante originada por las necesidades administrativas y representativas de las grandes empresas, propuesta por el plan director de 1962, fue la construcción de un centro de oficinas para empresas de primer nivel, en antiguos terrenos del ferrocarril conocidos como Catalinas Norte, ubicados entre la ciudad y el puerto, frente a la estación Retiro. Al primer edificio, el Buenos Aires Sheraton Hotel (1970) uno de los primeros grandes hoteles que más tarde se construyeron al norte del distrito central, le siguieron edificios de oficinas como el Conurban (1971), el Madero (1975), el Carlos Pellegrini (Unión Industrial Argentina, 1977) y el IBM (1980). Este conjunto de torres revestidas de carpinterías de acero y cristal, constituye un verdadero «centro de negocios» que conforma, junto con los edificios de similar tipología y sistemas constructivos que se levantaron sobre el frente de Leandro Alem y alrededor de la plaza San Martín, una unidad urbana de características propias. Esta localización continuó la antigua tendencia de las actividades comerciales y administrativas de ubicarse en el norte del distrito central (figura número 19).
b) Obras de la intendencia militar. A la vez que el gobierno militar (1976-1983) aplicaba políticas monetaristas y recesivas y se endeudaba con créditos externos, y al tiempo que la construcción privada comenzaba a retraerse, el intendente nombrado por los militares llevó a cabo en la capital una serie de obras. Entre ellas se cuentan las encomendadas para organizar el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978, como la remodelación de dos grandes estadios (River Plate y Vélez Sarsfíeld), la ampliación del aeroparque metropolitano y el edificio para Argentina Televisora Color (ATC); la terminal central de ómnibus, en el barrio de Retiro, escuelas primarias en toda la capital y el rediseño de numerosas plazas públicas. Una de las obras que más impacto tuvo sobre el tejido urbano fue la construcción de las autopistas urbanas elevadas. Para ello se expropiaron y demolieron todos los edificios del centro de las manzanas que las autopistas atravesaban, constituyendo uno de los planes de demolición de más envergadura llevados a cabo en la capital. Por primera vez en la historia de la ciudad, las autopistas penetraron hasta el centro de la ciudad, que de ese modo quedó conectado directamente con el aeropuerto internacional de Ezeiza y con la avenida de circunvalación General Paz. A pesar de la instalación de estacionamientos, canchas de tenis y paddle, clubes, sedes policiales y otros usos bajo las autopistas, están lejos de resolverse los problemas que traen las superficies cubiertas residuales ubicadas por debajo de ellas. Paradójicamente, mientras en Buenos Aires se construían estas autopistas urbanas, en algunas grandes ciudades europeas, como Madrid, se las demolía por sectores debido a los serios problemas que causaban. También completó el gobierno militar la apertura total de la avenida 9 de Julio entre Constitución y la avenida Libertador, vía que se une a la autopista del sur y secciona en dos el antiguo barrio de Barracas, debido al gran ancho de su trazado.
c) Borde costero. En los últimos años, el borde costero de la ciudad fue nuevamente modificado. En el sur se rellenaron terrenos que se destinaron originariamente a la ciudad deportiva del club Boca Junior, y más tarde se inició un relleno a gran escala frente a la avenida costanera Sur, donde se formó la llamada reserva ecológica. Este relleno no contempló la posibilidad de dejar espejos o entradas de agua frente a la costanera y dejó, a este otrora referido paseo dominguero de los porteños, convertido en una avenida mediterránea que no conduce a ninguna parte ni bordea río alguno. Secó también el antiguo balneario municipal, hoy invadido por viviendas precarias, que ya había sido desactivado años atrás por la contaminación de las aguas del Rio de la Plata.
En cambio, la costanera Norte tiene un nuevo desarrollo y en los pocos sectores donde se rellenó el río, se han multiplicado en los últimos años solariums, instalaciones deportivas y confiterías. Dado su carácter privado y sofisticado estas facilidades excluyen a los que no pueden afrontar los gastos de su uso. La construcción de grandes restaurantes reemplazando los antiguos, pintorescos y poco higiénicos despachos de carne asada llamados «carritos», de la ciudad universitaria de Núñez (1962-68) donde funcionan dos facultades de la Universidad de Buenos Aires, y el aeroparque, constituyen otros factores de vitalización de la mencionada costanera Norte, pero de separación física y visual del río desde la ciudad.
d) Barrios. Durante la década de 1960 y 1970, la construcción de edificios de departamentos de propiedad horizontal densificó algunos barrios de alto nivel adquisitivo, como barrio Norte, Belgrano y algunos sectores de Palermo. Las calles conservaron los árboles pero las fachadas ganaron en altura y aumentó el número de comercios y su calidad. La vida en esos barrios cambió, se transformaron las pautas de consumo y los encuentros cotidianos en las veredas perdieron un poco la intimidad que tenían cuando el número de vecinos por cuadra era menor.
Una transformación extrema de un viejo barrio se puede observar en Belgrano, entre las avenidas Libertador y Cabildo, en la zona de las torres de vivienda de alta calidad construidas en las últimas décadas. Las viejas calles se desdibujaron en esa zona más que en ningún otro barrio de la ciudad, tanto en su aspecto físico como en las costumbres. Algunos edificios se retiraron de la línea municipal y de los límites laterales del terreno y desaparecieron los muros medianeros y los frentes continuos y compactos sobre las calles. El estacionamiento en las plantas bajas o sótanos, el aumento de las compras realizadas en los cada vez más numerosos supermercados y shoppings, la escuela y el trabajo alejados de la vivienda a los que se llega en autobuses privados o automóviles, los fines de semana en las casas de los countries, y el aumento de tránsito automotor, son algunos de los factores que vaciaron las veredas de gente y modificaron la antigua vida del barrio. A pesar del mayor número de personas por cuadra, hay menos personas en las calles, los encuentros casuales en la vereda, en la esquina y en los almacenes son más escasos y se distancian las relaciones personales, tan características de la vida de los barrios de viviendas unifamiliares.
Otra zona de vivienda en altura de gran calidad es el barrio Norte, donde se concentró buena parte de la construcción de propiedad horizontal de las últimas décadas, definiendo un frente casi compacto de edificios sobre las calles. Es, actualmente, el área más densa de la ciudad, albergando la mayor proporción de habitantes con ingresos altos. Cambios semejantes en los perfiles de las calles y en el modo de vida, aunque de menor envergadura, se produjeron en algunos sectores centrales de barrios como Caballito, Villa Crespo y Almagro.
A pesar de los cambios registrados en algunos sitios de la ciudad, en la mayor parte de los barrios se mantiene la continuidad del tejido urbano y social que otorga la vivienda y el trabajo de los grupos medios más antiguos, aquéllos cuyos abuelos poblaron los barrios, compraron el terreno y construyeron la casa. Muchos de aquellos habitantes de los barrios que no se mudaron a los departamentos en altura ubicados en el barrio Norte o en los sectores más valorizados de sus propios barrios, o no tuvieron que vender la casa heredada para irse a vivir más lejos, han quedado en los barrios. Las viejas casas familiares a veces agregaron un piso, o construyeron en el fondo más dependencias o fueron divididas para alojar a más familias. Otras fueron vendidas y rehechas por sus nuevos dueños —algunos que volvían ansiosos a la vida de barrio— sin perder su imagen original, tal como sucedió en Palermo Viejo. Allí, las viejas calles añoradas por Borges se poblaron de nuevos nostálgicos de la vida de barrio. Pero están cerca del centro, en una zona hasta hace poco muy deprimida en su valor inmobiliario y con todo el excelente equipamiento del barrio de Palermo disponible a pocas cuadras de distancia. Otras casas fueron reemplazadas por nuevas viviendas bajas modernas; y por último otras fueron convertidas en negocios, oficinas, institutos privados, jardines de infancia, escuelas privadas, o simplemente demolidas para construir un edificio de propiedad horizontal en las cercanías de las avenidas o calles más valorizadas.
La sanción, en 1977, del código de planeamiento de la capital, reglamentando menores superficies edificables por lote y suprimiendo los patios interiores, frenó la densificación y la construcción de edificios en altura, aun cuando numerosas obras que se atenían todavía al código de 1944 obtuvieron en ese año permisos de construcción. La menor renta del suelo urbano definida por este nuevo código, más la posterior paralización de la industria de la construcción en el contexto recesivo de la década de 1980, determinó una muy lenta renovación urbana en la capital, tanto en el centro como en los barrios. La actividad quedó reducida principalmente a las remodelaciones y a la construcción de supermercados y shoppings en la capital y en algunos suburbios, y a las casas de campo en los countries.
Recién en los últimos meses de 1991, la estabilización económica permitió una reactivación de la construcción, cuyo proceso está en sus fases iniciales.
Otro cambio, esta vez de tipo étnico, se ha producido en la zona sur de Flores con la radicación de numerosos inmigrantes asiáticos que se instalaron en la ciudad con capitales suficientes para comprar bienes inmuebles y desarrollar actividades comerciales e industriales. Algunos son propietarios de numerosos pequeños y medianos supermercados en los barrios, y otros se han integrado en la vida comercial del antiguo barrio del Once dedicándose, principalmente, a la confección de vestimenta.
Reciclajes
a) La industria se va yendo. Los antiguos edificios fabriles desocupados por el desplazamiento de la industria de la capital, han sido en algunos casos utilizados y reciclados para nuevos usos. Entre ellos se cuenta la antigua fábrica de cigarrillos Piccardo, transformada en museo de Arte Moderno, los talleres del diario La Prensa actualmente sede de un centro deportivo, y una vieja imprenta en el barrio de Belgrano que junto con antiguas caballerizas fueron reciclados como pequeños centros comerciales con bares, pubs y restaurantes semicubiertos, definiendo una nueva y atractiva zona de esparcimiento.
En el antiguo y extenso enclave industrial donde había funcionado la cervecería Palermo, se instaló uno de los centros comerciales urbanos más grandes de la ciudad que fue complementado con torres de vivienda de alta calidad; la antigua cancha de fútbol de San Lorenzo fue vendida y en su lugar construido un gran centro comercial. Otras grandes instalaciones fabriles han sido simplemente abandonadas deprimiendo la zona que las rodea, como la algodonera Argentina en Chacarita, los talleres y depósitos en desuso en vastos sectores de Barracas y los grandes terrenos y talleres del ferrocarril en Liniers, entre otros.
Algunos grandes establecimientos industriales del área suburbana también están cambiando de usos, como por ejemplo las instalaciones y terrenos de la Volkswagen en La Matanza que fueron comprados por el gobierno nacional para instalar la futura Universidad de La Matanza, y los terrenos de la fábrica textil Sniafa, en el sur, comprados por la provincia de Buenos Aires para instalar viviendas, comercios, talleres y centros comunitarios. También se han concursado las obras para la transformación del ramal ferroviario costero del norte, a lo largo de la costa del Río de la Plata, en un paseo público.
b) Centro histórico. El barrio de San Telmo, ubicado al sur de la plaza de Mayo, es el centro histórico de la ciudad. En las décadas de 1950 y 1960 fueron formulados varios planes para su remodelación, ninguno aplicado, entre los que no faltaron los que proponían demolerlo y construirlo de nuevo. Aunque un poco deteriorado física y socialmente, San Telmo conservó en líneas generales sus características arquitectónicas de mediados y finales del siglo XIX (figura número 20). La acción desplegada por el museo de la Ciudad en la década de 1970 impidió una drástica renovación urbana y fomentó las actividades artesanales, fiestas y exhibiciones, que atrajeron a artesanos, comerciantes y público. Actualmente, es un centro de ventas de artesanía y antigüedades, complementado con restaurantes y bares, que constituye una visita obligada para los turistas y es muy frecuentado por los habitantes de la ciudad durante los fines de semana y en las tardes y noches veraniegas. Una nueva reglamentación de protección de áreas históricas que incluye el barrio de Montserrat y la avenida de Mayo, sancionada en diciembre de 1991 por el Concejo Deliberante, espera compatibilizar las necesidades de renovación de las zonas declaradas áreas históricas (APH) con la protección de su patrimonio edilicio y urbano. A principios de 1992 se licitaron cinco de los viejos galpones de puerto Madero, otro fue transformado por la municipalidad en un centro cultural y cinco más saldrán a licitación próximamente. Reciclados y conservando su aspecto exterior serán utilizados para usos mixtos de comercios, viviendas y lugares recreativos. Actualmente se está elaborando el plan urbano para puerto Madero. De este modo, el predio de 170 hectáreas que es hasta el momento propiedad de la nación, será ofrecido en venta a la actividad privada, a través de la gestión de la «Corporación Antiguo Puerto Madero» formada a partes iguales por el municipio y la nación. Se concreta de este modo, el viejo proyecto de rcmodelación del puerto Madero formulado varias décadas atrás. Constituye, por su envergadura, una de las transformaciones más importantes de la capital y su evolución probará la eficacia o ineficacia del sistema utilizado, de gestión coordinada entre el gobierno y la empresa privada.
Nuevos conjuntos de vivienda en altura y nuevas villas miseria en el área metropolitana
Durante la mayor parte de las últimas tres décadas, la actividad privada fue el sector más dinámico en la construcción y financiación de viviendas tanto en la capital, donde tuvo mayor auge la constructión de propiedad horizontal, como en los partidos del gran Buenos Aires. La ingerencia del sector público en la construcción de viviendas, que había disminuido anualmente entre 1955 y 1965, adquirió mayor peso en la década de 1970. Diversos organismos fueron creados para ocuparse de la construcción y financiación pública de vivienda para grupos de población de ingresos bajos, incluso para la erradicación de villas miserias. En la práctica, la mayor parte de las unidades fueron adquiridas por grupos de ingresos medios. En la capital, en las zonas bajas del sudoeste, fueron construidos por la Comisión Municipal de la Vivienda algunos barrios de gran envergadura que, determinaron el nuevo perfil urbano de esa zona. El barrio General Savio I y II (ex Lugano) es el de mayor tamaño con cerca de 10.000 viviendas y 50.000 personas sobre un predio de 68 hectáreas. El diseño de este barrio, basado en edificios altos en forma de pantallas quebradas, con comercios y servicios en las plantas bajas y primeros pisos y pasillos elevados —que no son utilizados por los habitantes—, define un modo de vida urbano muy diferente y de peor calidad que el de cualquier calle, tradicional o no, de la ciudad. Su tamaño, diseño, funcionamiento y ubicación relativamente aislada en la ciudad, condujo a que se la denomine —y también se la perciba— como una «ciudad satélite». El conjunto de Catalinas Sur (1965), ubicado cerca del río, entre los barrios de San Telmo y La Boca, con 2.200 viviendas en 32 torres, tienen en cambio un funcionamiento bastante integrado con el barrio que lo rodea y ofrece una calidad de vida aceptable, muy cerca del centro de la ciudad. Otros conjuntos de grandes dimensiones fueron posteriormente construidos en las zonas bajas del sudoeste como el de Piedrabuena entre 1973 y 1983 (676 viviendas, para 2.800 habitantes) y el de Villa Soldati (3.200 viviendas), compuesto por torres y tiras de bloques unidas por puentes donde a la gente le es difícil orientarse y organizar el mantenimiento de los edificios y los espacios comunes. Al primitivo conjunto Parque Almirante Brown, sectores A y C (1962, 1.700 viviendas) se le agregó entre 1984 y 1988 el sector E con una capacidad de 1.232 unidades.
Entre 1976 y 1986, en la capital y los 19 partidos del primer y segundo anillo del gran Buenos Aires, el Fondo Nacional de la Vivienda (FONAVI) financió, a través de la Secretaría de Vivienda y Ordenamiento Ambiental y los institutos de vivienda respectivos, la construcción de cerca de 27.000 unidades de viviendas a través de contratos con las grandes empresas constructoras. Entre los de mayor envergadura figuran el conjunto de Villa Tranquila (1974), ubicado en Avellaneda, compuesto por 5.000 viviendas organizadas en torres unidas por puentes descubiertos; Las Catonas (1981) en Moreno, con 1.600 viviendas en diversos tipos de bloques; Don Orione (1981) ubicado en Claypole, partido de Almirante Brown, de 4.290 viviendas dispuestas en bloques y viviendas individuales. En éste, quizá, uno de los conjuntos que presenta mayores problemas sociales, de equipamiento y de falta de seguridad en todo el gran Buenos Aires. Otros conjuntos de menores dimensiones como el Ciudadela I y II (960 y 2.400 viviendas, respectivamente) o el de San Justo, en La Matanza, también presentan problemas de seguridad.
Mientras se desarrollaba esta actividad constructiva, tanto privada como pública, la población instalada en villas miserias en la capital aumentó: los 33.920 habitantes villeros de 1956 mencionados en el capitulo anterior, aumentaron a 179.322 en 1975 y a cerca de 280.000 en 1977. Hubo varios intentos de erradicación de villas, de los cuales el de finales de la década de 1970, llevado a cabo por el gobierno del proceso militar, fue el más drástico ya que no contempló plan alguno para realojar a la población expulsada. En 1978 se estimaba que la población que quedaba en las villas de la capital había disminuido a cerca de 50.000 personas. En los hechos, esta erradicación auspició la creación de nuevas villas miseria en los partidos más cercanos a la capital, principalmente los del eje sur: Avellaneda, Lomas de Zamora, Lanús y Quilmes.
En 1990 se estimaba que en los 19 partidos del primer y segundo anillo había 580.000 personas en villas miserias, el 6,49 por ciento del total de la población de esos partidos, con las mayores concentraciones en Avellaneda, Lanús, Quilmes, La Matanza y San Fernando.
Desde 1987 a 1991, en los partidos del área metropolitana, como consecuencia de un cambio de política a nivel provincial, se comenzó a descentralizar la gestión de vivienda derivando fondos hacia los municipios. A través de ellos se otorgaron en venta mediante cuotas muy bajas, lotes con servicios destinados a una franja de población de muy escasos recursos, se diseñaron y construyeron localmente pequeños grupos de viviendas y también se alentaron la autoconstrucción y la cooperación con organizaciones no gubernamentales. Son iniciativas de descentralización muy bien orientadas, pero cuyos resultados es aún prematuro evaluar, dada la enorme dimensión que tiene el problema de la vivienda en el área metropolitana de Buenos Aires.
En el gran Buenos Aires, mas que transformaciones: problemas ambientales
El área metropolitana de Buenos Aires se extiende sobre un medio natural benigno que de por sí no tiene grandes problemas ambientales, ni éstos alcanzan la magnitud de otras metrópolis iberoamericanas como México, San Pablo y Santiago de Chile, a pesar de que durante los últimos años se han agudizado. Los factores que incidieron sobre esta agudización son de índole social, política y económica, como el crecimiento del número de habitantes pobres en el área metropolitana, una menor disponibilidad de fondos en los municipios provocado por la menor participación de la provincia de Buenos Aires en los fondos de coparticipación federal, la tendencia a un menor protagonismo del gobierno en las políticas sociales y la menor inversión pública en obras de infraestructura. A ellos se suman la gran extensión que adquirió el área metropolitana, la complejidad de los procesos de transformación de la ciudad y la sobreexplotación de sus recursos naturales, en particular de las aguas subterráneas.
Algunos viejos problemas se agudizaron, como las inundaciones que siempre fueron parte de la historia de la ciudad, y aparecieron otros nuevos. Entre los nuevos problemas, los más graves surgieron en el gran Buenos Aires y son: la contaminación del agua, tanto en sus cursos superficiales como subterráneos y el agotamiento y la salinización de las capas freáticas; las insuficientes conexiones de agua potable y redes de desagüe cloacal y pluvial en gran parte del gran Buenos Aires; y el escaso y casi inexistente sistema de recolección de residuos. Las inundaciones, que en los últimos años fueron importantes en la capital por los efectos de la mayor impermeabilización de los terrenos suburbanos tributarios de los arroyos entubados como el Maldonado, han tenido sin embargo, mucho mayor impacto sobre los partidos suburbanos. Los mayores daños se produjeron en la cuenca del río Matanza-Riachuelo afectando a las viviendas precarias de un gran número de habitantes que estaban asentadas en terrenos inundables. También se inunda el litoral costero del Río de la Plata, cuando sopla el viento del sudeste «la sudestada», especialmente la costa sur, donde sus efectos son más destructivos que antes, porque involucran a un mayor número de habitantes ubicados en terrenos no aptos para la vivienda, y la cuenca del río Reconquista al norte del área metropolitana.
En el caso de las inundaciones, como en los demás problemas ambientales del área metropolitana, son los más pobres los que mayores problemas padecen. Lo mismo sucede en las áreas no servidas con redes de agua potable, donde la contaminación del agua subterránea de las capas más superficiales y el descenso del nivel del agua en las capas perjudica más a quien no pueden pagar la construcción de un pozo profundo.
El nivel de abastecimiento de agua corriente y desagües cloacales se ha mantenido estacionario aunque aceptable en la Capital Federal y en los partidos de antigua urbanización y escaso crecimiento demográfico, como Vicente López, Avellaneda y Lanús. Pero fue cada vez menor en los partidos del segundo y tercer anillo, donde el crecimiento de la población presionó sobre la escasa infraestructura existente. La escasez de agua corriente se hizo sentir desde mediados de la década de 1950 en adelante, cuando el gran crecimiento de la población no fue acompañado por un crecimiento de las obras de saneamiento, tal como venía sucediendo desde los momentos más tempranos de la expansión urbana de Buenos Aires. A partir de la década de 1960 la inversión total del gobierno nacional fue cada vez menor en infraestructura de agua potable y desagües, y en el quinquenio 1981-1985 se registró una caída importante que ubicó los niveles de inversión en un tercio de los niveles de las décadas de 1970. La proporción de población del área metropolitana abastecida de agua corriente fue en continuo descenso a partir de 1947, cuando se estimaba que era el 94 por ciento; en 1960 disminuyó al 76 por ciento; y en 1980 entre el 55 por ciento y 60 por ciento, con sólo un 30 por ciento y 35 por ciento de la población conectada a la red cloacal. Estos porcentajes promedio eran más bajos que los nacionales, que estaban en el orden del 66 por ciento de la población cubierta con agua corriente y el 37 por ciento con cloacas. En 1990, los partidos mejor abastecidos, aquéllos que tenían más del 40 por ciento de la población con servicio de agua corriente, eran los municipios de San Isidro y Vicente López al norte y Avellaneda, Lanús, Quilmes y Berazategui al sur, mientras que las áreas peor servidas eran las de General Sarmiento, Merlo y La Matanza al oeste y Florencio Varela al sur. El deterioro tiende a agravarse por la falta de inversiones.
La población no cubierta por las redes de agua corriente hace perforaciones individuales, pero la de pocos recursos llega solamente a la primera capa freática que está casi totalmente contaminada en toda el área metropolitana. Un acuífero más profundo, que constituye la reserva de agua más importante y más utilizada, está contaminado en extensas zonas. También ha influido un descenso en el nivel de las aguas debido a la sobreexplotación a la que fue sometido por las industrias que se abastecieron casi en su totalidad de aguas subterráneas, con excepción de las industrias ubicadas sobre las costas de los ríos.
Actualmente es posible detectar varios conos de depresión, que encarecen la extracción de agua e inutilizan las perforaciones existentes, ubicados en un anillo alrededor de la capital y se supone que tenderán a ampliarse. Los sectores más afectados por este proceso están ubicados en la zona paralela al Río de la Plata y sobre las márgenes del río Matanza, afectando el noroeste de los partidos de La Matanza, Lomas de Zamora y Avellaneda. También se han encontrado salinizadas otras perforaciones ubicadas en Avellaneda y Bernal.
La red de desagüe cloacal, que abastece una menor proporción de población que la de agua corriente, tiene parte de sus cañerías deterioradas y obstruidas y le falta un sistema de depuración de agua. El sistcma de desagües se canaliza hacia el sur, donde descarga la mayor parte su contenido sin depuración previa directamente en el Río de la Plata, aguas abajo a la altura de Berazategui. Cuando sopla la «sudestada» el agua contaminada llega a la estación Bernal, que tuvo que internar más adentro en el río su torre de captación por este motivo. Hay una planta de tratamiento en La Matanza que es de proceso incompleto, y vuelca sus aguas insuficientemente tratadas al río Matanza aumentando su contaminación.
La falta de un adecuado sistema de recolección de basura en el área metropolitana ha convertido a ésta en uno de los problemas más acuciantes que afectan al medio ambiente metropolitano, tal como sucede en otras áreas metropolitanas al ser superada la capacidad de la naturaleza por absorberla o reconvertirla.
De toda el área metropolitana de Buenos Aires, sólo la capital y tres partidos tienen cubierto el 100 por ciento de la recolección domiciliaria, el resto lo hace de manera parcial con mayores problemas en los partidos más periféricos, donde la basura que no se recoge de manera «oficial» y se deriva a basureros a cielo abierto en terrenos baldíos y hondonadas del mismo partido, creando focos contaminantes de alta peligrosidad. Hay estimaciones que computan más de 100 zonas de este tipo con una superficie de 600 hectáreas y aproximadamente 5.000.000 de metros cúbicos de residuos. Esta actividad ilegal tiene la forma de una red de operaciones que selecciona ciertos elementos de la basura y luego los vende, lo que popularmente se denomina «cirujeo». Se calcula que ocupa a unas 300.000 personas y sólo en la capital, en el circuito clandestino de basura, intervienen cerca de 250 camiones diarios. Para canalizar el problema de la basura, en 1977 fue creado el Cinturón Ecológico del Área Metropolitana, Sociedad del Estado (CEAMSE). Integrada por representantes de la capital y de la provincia de Buenos Aires su objetivo era disponer los residuos como relleno sanitario. En los terrenos destinados para este fin se creó una franja verde anular entre los partidos del primer y segundo anillo, y en ellos se trazó la tercera ruta de circunvalación: el «Camino del Buen Aire». Sin embargo, las consecuencias de esta nueva ordenación fueron nefastas, ya que los municipios, por no estar en condiciones de abonar lo que el CEAMSE estipula para tirar la basura a los terrenos del Cinturón Ecológico, habilitan como basureros otros terrenos. En numerosos municipios prácticamente no se hace la recolección de basura en toda su extensión y las bolsas deshechas con la basura desperdigada por las orillas de los caminos importantes y secundarios, son una de las constantes más habituales del paisaje suburbano, y uno de los mayores peligros para la salud de la población.
El proyecto de traslado de la Capital Federal
En 1986, después de 106 años de resuelta la capitalidad de la nación, un sorpresivo proyecto del presidente doctor Raúl Alfonsín, asesorado por un reducido número de políticos y especialistas, propuso el traslado de la Capital Federal a Viedma-Carmen de Patagones. Son dos ciudades separadas por el río Negro ubicadas en la región patagónica, a 800 kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires. Un año más tarde, el Congreso Nacional sancionaba la ley de traslado de la capital.
Con este proyecto se pretendía descongestionar el mayor centro de decisiones del país concentrado históricamente en la ciudad de Buenos Aires, reformar y descentralizar el Estado y promocionar el desarrollo de la región patagónica. Se presentó como una respuesta al histórico malestar de las provincias respecto al mayor desarrollo y privilegio de Buenos Aires, y como un modo de federalizar efectivamente el país. Sin embargo, no contenía un plan viable de reordenamiento económico y estructural del territorio nacional, tendente a superar las desigualdades regionales agudizadas en la última centuria por el desarrollo centrado en la región pampeana.
Tampoco se tuvo en cuenta que el desequilibrio regional había .ifcctado principalmente a las provincias de la región noroeste, mien-tr.is las provincias patagónicas, a pesar de estar muy poco pobladas, registraron el mayor crecimiento relativo de población del país.
Con el objeto de lograr el desarrollo económico de la región patagónica -de 1.000.000 de kilómetros cuadrados y 2.000.000 de habitantes—, la creación de una ciudad burocrática ubicada en su extremo nordeste parecía bastante poco eficaz con relación al gasto público y a las inversiones implicadas. Más adecuado hubiera sido pensar en canalizar la inversión pública en obras de mejoramiento de la infraestructura básica necesaria para llevar adelante programas de explotación sustentable de sus abundantes recursos naturales, entre ellos la pesca, el petróleo y el gas, y alentar la radicación de las inversiones privadas.
Entre las numerosas opiniones vertidas acerca de los presupuestos básicos de la ley, la nueva ubicación elegida y la planificación —escasamente difundida—, pocas se preocuparon por el futuro que le esperaba al área metropolitana de Buenos Aires. No se llegó a formular un modelo legal posible para la administración de la Capital Federal ni para el área metropolitana. Entre las variadas alternativas, muchas descartadas por presiones políticas, se propuso la provincialización o transformación en territorio nacional de la ciudad de Buenos Aires y/o del área metropolitana. Otra proponía la partición de toda la aglomeración a lo largo de la avenida Rivadavia, para formar las capitales de dos nuevas provincias en las que se dividiría la actual provincia de Buenos Aires. Pocos indicaron la necesidad de una reordenación administrativa que estuviera de acuerdo con las necesidades del área metropolitana que, con o sin sus funciones centrales concentradas en su distrito central, seguiría ocupando un lugar decisivo en la estructura urbana del país.
Tampoco se discutieron los problemas con los que se enfrentaría la ciudad al retirarse gran parte de sus funciones administrativas nacionales —aunque no se había aclarado cuáles se mudarían—, ni se pensó en el uso probable de los numerosos edificios que quedarían vacantes, ni en el modelo de gestión urbana que permitiese un reciclaje y una desconcentración adecuada.
No sólo la ciudad de Buenos Aires fue olvidada en esta euforia del traslado; tampoco se tuvo en cuenta la reubicación de la capital de la provincia de Río Negro, hasta entonces ubicada en Viedma.
Toda la discusión se hizo en el contexto de una economía recesiva y en crisis que restaba credibilidad a la propuesta produciendo una escasa receptividad de la población en general. A pesar de todo, se fijó como fecha de la mudanza las postrimerías de 1989. El traslado nunca se hizo. En medio de sucesivas y violentas crisis económicas y oleadas inflacionarias, Alfonsín renunció seis meses antes de cumplirse su mandato y en julio de 1989 asumió el presidente electo Carlos Menem. Las tres comisiones nacionales encargadas del traslado fueron disueltas, la última en 1990, y todo el proyecto fue dejado de lado. La nueva capital, para quien nadie logró formular un nuevo nombre que fuese aceptable, fue rápidamente olvidada. Pero la ley nacional no ha sido aún derogada.