Hechos urbanos y teoría de la ciudad

 

La ciudad, objeto de este libro, viene entendida en él como una arquitectura. Hablando de arquitectura no quiero referirme sólo a la imagen visible de la ciudad y el conjunto de su arquitectura, sino más bien a la arquitectura como construcción. Me refiero a la construcción de la ciudad en el tiempo.

Pienso que este punto de vista, independientemente de mis conocimientos específicos, puede constituir el tipo de análisis más global acerca de la ciudad. Esta se remite al dato último y definitivo de la vida de la colectividad, la creación del ambiente en el cual ésta vive.

Concibo la arquitectura en sentido positivo, como una creación inseparable de la vida civil y de la sociedad en la que se manifiesta; ella es, por su naturaleza, colectiva.

Así como los primeros hombres se construyeron moradas y en su primera construcción tendían a realizar un ambiente más favorable para su vida, a construirse un clima artificial, igualmente construían según una intencionalidad estética. Iniciaron la arquitectura al mismo tiempo que el primer5 trazo de ciudad; la arquitectura es, así, connatural a la formación de la civilización y un hecho permanente, universal y necesario.

Creación de un ambiente más propicio a la vida e intencionalidad estética son los caracteres permanentes de la arquitectura; estos aspectos emergen en cada búsqueda positiva e iluminan la ciudad como creación humana.

Mas, puesto que da forma concreta a la sociedad y puesto que está íntimamente relacionada con ésta y con la naturaleza, la arquitectura es diferente y tiene una originalidad con respecto a todo otro arte o ciencia.

Estas son las bases para el estudio positivo de la ciudad, que ya se dibuja en los primeros asentamientos. Pero con el tiempo, la ciudad crece sobre sí misma; adquiere conciencia y memoria de sí misma. En su construcción permanecen sus motivos originales, pero con el tiempo concreta y modifica los motivos de su mismo desarrollo.

Florencia es una ciudad concreta, pero la memoria de Florencia y su imagen adquieren valores que valen y representan otras experiencias. Por otra parte, esta universalidad de su experiencia nunca podrá explicarnos concretamente aquella forma precisa, aquel tipo de cosa que es Florencia.

Este contraste entre lo particular y lo universal, entre lo individual y lo colectivo, es uno de los puntos de vista principales desde los cuales está estudiada la ciudad en este libro; este contraste se manifiesta en diversos aspectos, en las relaciones entre la esfera pública y la privada, en el contraste entre el diseño racional de la arquitectura urbana y los valores del locus, entre edificios públicos y edificios privados.

Por otra parte, mi interés por los problemas cuantitativos y por sus relaciones con los cualitativos constituye una de las razones del origen de este libro; los estudios que he realizado sobre ciudades determinadas siempre han agravado la dificultad de establecer una síntesis y de poder proceder tranquilamente a una valoración cuantitativa del material analítico. En realidad, toda zona parece ser un locus solus, mientras que cada intervención parece que deba referirse a los criterios generales de implantación. Así, mientras por un lado niego que se puedan establecer de forma racional intervenciones vinculadas a situaciones locales, por el otro me doy cuenta de que estas situaciones son también las que caracterizan las intervenciones.

Por esto, en los estudios urbanos nunca daremos suficiente importancia al trabajo monográfico, al conocimiento de los hechos urbanos particulares. Omitiendo éstos -aun en los aspectos de la realidad más individuales, particulares e irregulares, pero por ello también más interesantes- terminaremos por construir teorías tan artificiales como inútiles.

Fiel a esta tarea, he tratado de establecer un método de análisis que se preste a una valoración cuantitativa y que pueda servir para reunir el material estudiado según un criterio unitario; este método se deduce de la teoría de los hechos- urbanos antes indicada, de la consideración de la ciudad como manufactura y de la división de la ciudad en elementos primarios y en zona residencial. Estoy convencido de que hay una buena posibilidad de progresar en este campo si se procede a un examen sistemático y comparativo de los hechos urbanos sobre la base de la primera clasificación intentada aquí.

Acerca de este punto me es necesario todavía decir esto: que si la: división de la ciudad en esfera pública y esfera privada, elementos primarios y zona residencial, ha sido varias veces señalada y propuesta, nunca ha tenido la importancia de primer plano que merece.

Esa división está íntimamente relacionada con la arquitectura de la ciudad, porque dicha arquitectura es parte integrante del hombre, es su construcción. La arquitectura es la escena fija de las vicisitudes del hombre; con toda la carga de los sentimientos de las generaciones, de los acontecimientos públicos, de las tragedias privadas, de los hechos nuevos y antiguos. El elemento colectivo y el privado, sociedad e individuo, se contraponen y se confunden en la ciudad, constituida por tantos pequeños seres que buscan una sistematización y, al mismo tiempo, juntamente con ella, un pequeño ambiente para ellos, más adecuado al ambiente general.

Los edificios de viviendas y la zona sobre la cual persisten se convierten, en su fluir, en los signos de esta vida cotidiana.

Contemplemos las secciones horizontales de la ciudad que ofrecen los arqueólogos: son como una trama esencial y eterna del vivir; como un esquema inmutable.

Los que recuerden las ciudades de Europa después de los bombardeos de la última guerra tendrán presente la imagen de aquellas casas despanzurradas, donde entre los escombros permanecían firmes las secciones de las habitaciones familiares, con las tapicerías descoloridas, las fregaderas suspendidas en el vacío, el entresijo de tuberías, la deshecha intimidad de cada lugar. Y siempre, envejecidas extrañamente para nosotros mismos, las casas de nuestra infancia en el fluir de la ciudad.

Así, las imágenes, grabados y fotografías de los despanzurramientos nos ofrecen esta visión; destrucción y escombros, expropiación y cambios bruscos en el uso del suelo así como especulación y obsolescencia son algunos de los medios más conocidos de la dinámica urbana; intentaré por ello analizarlos como se merecen. Pero aparte de toda valoración quedan también como la imagen del destino interrumpido de lo singular, de su participación, muchas veces dolorosa y difícil, en el destino de la colectividad. La cual, como conjunto, parece en cambio expresarse con caracteres de permanencia en los monumentos urbanos. Los monumentos, signos de la voluntad colectiva expresados a través de los principios de la arquitectura, parecen colocarse como elementos primarios, como puntos fijos de la dinámica urbana.

Principios y modificaciones de lo real, constituyen la estructura de, la creación humana.

Este estudio intenta, por lo tanto, ordenar y disponer los principales problemas de la ciencia urbana.

El nexo de estos problemas y sus aplicaciones ponen a la ciencia urbana en relación con el complejo de las ciencias humanas; pero en este cuadro creo que esa ciencia tiene autonomía propia, aunque en el transcurso de este estudio me pregunto muchas veces cuáles son las características de autonomía y los límites de la ciencia urbana. Podemos estudiar la ciudad desde muchos puntos de vista: pero ésta emerge de manera autónoma cuando la consideramos como dato último, como construcción, como arquitectura.

En otras palabras, cuando se analizan los hechos urbanos por lo que son, como construcción última de una elaboración compleja; teniendo en cuenta todos los datos de esta elaboración que no pueden ser comprendidos por la historia de la arquitectura, ni de la sociología, ni de otras ciencias.

Me siento inclinado a creer que la ciencia urbana, entendida de esta manera, puede constituir un capítulo de la historia de la cultura, y por su carácter total, sin duda, uno de los capítulos principales.

En el curso de este estudio me ocupo de diversos métodos para afrontar el problema del estudio de la ciudad; entre ello surge el método comparativo. También ahí la comparación metódica de la sucesión regular de las diferencias crecientes será siempre para nosotros la guía más segura para aclarar las cuestiones hasta en sus elementos últimos. Por ello hablo con particular convencimiento de la importancia del método histórico; pero insisto además en el hecho de que no podemos considerar la historia de una ciudad simplemente como un estudio histórico. Debemos también poner particular atención en el estudio de las permanencias a fin de evitar que la historia de la ciudad se resuelva únicamente en las permanencias. Creo, desde luego, que los elementos permanentes pueden ser considerados también en la proporción de elementos patológicos.

El significado de los elementos permanentes en el estudio de la ciudad puede ser comparado con el que tienen en la lengua; es muy evidente que el estudio de la ciudad presenta analogías con el de la lingüística, sobre todo por la complejidad de los procesos de modificación y por las permanencias.

Los puntos fijados por De Saussure para el desarrollo de la lingüística podrían ser traspuestos como programa para el desarrollo de la ciencia urbana: descripción e historia de las ciudades existentes, investigación de las fuerzas que están en juego de modo permanente y universal en todos los hechos urbanos. Y, naturalmente, su necesidad de limitarse y definirse.

Aplazando un desarrollo sistemático de un programa de este tipo, he intentado detenerme particularmente en los problemas históricos y en los métodos de descripción de los hechos urbanos, en las relaciones entre los factores locales y la construcción de los hechos urbanos, en la identificación de las fuerzas principales que actúan en la ciudad entendidas como fuerzas que están en juego de manera permanente y universal.

La última parte de este libro intenta plantear el problema político de la ciudad; aquí el problema político es entendido como un problema de elección por la cual la ciudad se realiza a sí misma a través de una idea propia de ciudad.

Estoy convencido, desde luego, de que una parte importante de nuestros estudios tendrían que estar dedicados a la historia de la idea de ciudad; en otras palabras, a la historia de las ciudades ideales y a la de las utopías urbanas. Las contribuciones en este sentido, por lo que yo sé, son escasas y fragmentarias, bien que existan investigaciones parciales en el campo de la arquitectura y en la historia de las ideas políticas.

Hay en realidad un continuo proceso de influencias, de intercambios, a menudo de contraposiciones entre los hechos urbanos tal como se concretan en la ciudad y las propuestas ideales. Yo afirmo aquí que la historia de la arquitectura y de los hechos urbanos realizados es siempre la historia de la arquitectura de las clases dominantes; habría que ver dentro de qué límites y con qué éxito las épocas de revolución contraponen un modo propio y concreto de organizar la ciudad.

En realidad, desde el punto de vista del estudio de la ciudad nos encontramos ante dos posiciones muy diferentes; sería útil iniciar el estudio de estas posiciones a partir de la historia de la ciudad griega y de la contraposición del análisis aristotélico del concreto urbano y de la república platónica. Aquí se plantean importantes cuestiones de método.

Tengo para mí que el planteamiento aristotélico en cuanto estudio de los hechos ha abierto el camino de manera decisiva al estudio de la ciudad y hasta a la geografía y a la arquitectura urbanas.

Sin embargo, es indudable que no podemos percatamos del valor concreto de ciertas experiencias si no operamos teniendo en cuenta esos dos planos de estudio; de hecho, algunas ideas de tipo puramente espacial han modificado notablemente no sólo de forma sino, con acciones directas o indirectas, los tiempos y los periodos de la dinámica urbana.

El análisis de estos modos es para nosotros de extrema importancia.

Para la elaboración de una teoría urbana podemos remitirnos a una masa de estudios imponente; pero tenemos que tomar estos estudios de los más diversos lugares y valernos de ellos para lo que importa en la construcción de un cuadro general de una específica teoría urbana.

Sin querer trazar ningún cuadro de referencia para una historia del estudio de la ciudad, se puede afirmar que hay dos grandes sistemas; el que considera la ciudad como el producto de los sistemas funcionales generadores de su arquitectura, y por ende del espaco urbano, y el que la considera como una estructura espacial.

En los primeros, la ciudad nace del análisis de sistemas políticos, sociales, económicos, y es tratada desde el punto de vista de estas disciplinas; el segundo punto de vista pertenece más bien a la arquitectura y a la geografía.

Bien que yo parta de este segundo punto de vista, como dato inicial, tengo en cuenta los resultados de los primeros sistemas que contribuyen a plantear problemas muy importantes.

Así, en el curso de esta obra hago referencia a autores de procedencia diversa e intento considerar algunas tesis que creo fundamentales independientemente de su calificación. Los autores de que me valgo no son demasiados, considerando la masa del material disponible; pero aparte de la observación general de que un libro o un autor forman parte concretamente de una investigación y su punto de vista constituye una contribución esencial a esta investigación o si no el citarlos no tiene ningún significado, he preferido comentar la obra de algunos autores que creo en todo caso fundamentales para un estudio de este tipo. Las teorías de algunos de éstos especialistas, cuyo conocimiento me es por otra parte familiar, constituyen las hipótesis mismas de esta investigación. Cualquiera que sea el punto de partida desde el que queramos iniciar los fundamentos de una teoría urbana autónoma, no podemos prescindir de su contribución.

Quedan, naturalmente, fuera de la discusión que aquí emprendemos algunas contribuciones que son fundamentales y que serán aprovechadas: así las profundas intuiciones de Fustel de Coulanges, de Mommsen y de otros.

Sobre el primero de esos autores me refiero particularmente a la importancia dada por él a las instituciones como elemento realmente constante de la vida histórica y a la relación entre el mito y la institución misma. Los mitos van y vienen sin interrupción de un lado para otro. Toda generación los explica de modo diferente y añade al patrimonio recibido del pasado nuevos elementos. Pero detrás de esa realidad que cambia de una época a otra hay una realidad permanente que en cierta manera consigue sustraerse a la acción del tiempo. En ella tenemos que reconocer el verdadero elemento portador de la tradición religiosa. Las relaciones en que el hombre llega a encontrarse con los dioses en la ciudad antigua, el culto que les rinde, los nombres con los cuales los invoca, los dones y sacrificios que les debe son todo ello cosas unidas a normas inviolables. Sobre ellas el individuo no tiene ningún poder.

Creo que la importancia del rito y su naturaleza colectiva, su carácter esencial de elemento conservador del mito constituyen una clave para la comprensión del valor de los monumentos y, para nosotros, del valor de la fundación de la ciudad y de la transmisión de las ideas en la realidad urbana.

En efecto, doy en el presente esbozo de teoría urbana gran valor a los monumentos; y me detengo a menudo a considerar su significado en la. dinámica urbana sin encontrar ninguna solución completamente satisfactoria. Este trabajo tendrá que ser llevado adelante; y estoy convencido de que al hacerlo así será necesario profundizar la relación entre monumento, rito y elemento mitológico en el sentido indicado por Fustel de Coulanges.

Puesto que el rito es el elemento permanente y conservador del mito, lo es también el monumento que, desde el momento mismo que atestigua el mito, hace posibles sus formas rituales.

Este estudio comenzaría en la ciudad griega; nos serviría para aportar notables contribuciones al significado de la estructura urbana que tiene, en sus orígenes, relación inseparable con el modo de ser y con el comportamiento de las personas.

Las contribuciones de la antropología moderna sobre la estructura social de los poblados primitivos abren nuevos problemas al estudio del plano de la ciudad; imponen el estudio de los hechos urbanos según sus motivos esenciales.

Por motivos esenciales entiendo el establecimiento de fundamentos para el estudio de los hechos urbanos y el conocimiento de un número siempre mayor de hechos, y la integración de éstos en el tiempo y en el espacio.

Es decir, la individualización de las fuerzas que están en juego de modo permanente y universal en todos los hechos urbanos.

Consideremos la relación entre realidad de cada hecho urbano y utopías urbanas; generalmente esta relación es estudiada y dada como resuelta dentro de cierto período con un contexto bastante modesto, y con resultados del todo precarios.

¿Y cuáles son los límites entre los que podemos integrar un análisis sectorial de ese tipo en el cuadro de las fuerzas permanentes y universales que están en juego en la ciudad?

Estoy convencido de que las polémicas entre el socialismo utópico y el socialismo científico en la segunda mitad del siglo XIX constituyen un importante material de estudio; pero no podemos considerarlas solamente en su aspecto meramente político, sino que tienen que ser medidas con la realidad de los hechos urbanos si no queremos dar pie a graves distorsiones. Y esto debe hacerse en toda la gama de los hechos urbanos. En realidad, nosotros intentamos la aplicación y la extensión de resultados parciales a la historia de la ciudad.

En general, las historias de la ciudad resuelven los problemas más difíciles fragmentando los períodos entre sí e ignorando así, o no pudiendo captar, a través de resultados diversos que constituyen sin embargo la importancia del método comparativo, los caracteres universales y permanentes de las fuerzas de la dinámica urbana.

Los especialistas de la urbanística, obsesionados por algunas características sociológicas de la ciudad industrial, han descuidado una serie de hechos de extraordinaria importancia y que enriquecen la ciencia urbana con una contribución tan original como necesaria.

Me refiero a los asentamientos y a las ciudades de colonización iniciadas por Europa principalmente después del descubrimiento de América.

Sobre este asunto hay poca cosa; Freyre, por ejemplo, trata de la influencia de ciertas tipologías municipales y urbanas llevadas por los. portugueses al Brasil y cómo estuvieron estructuralmente unidas al tipo de sociedad establecida en aquel país. La relación entre familia rural y latifundista de la colonización portuguesa en el Brasil, relacionada con la teocrática ideada por los jesuitas y con la española y francesa, tiene enorme importancia en la formación de la ciudad en Sudamérica.

Me he dado cuenta de que este tipo de estudio puede aportar una contribución fundamental al estudio mismo de las utopías urbanas y de, la constitución de la ciudad, pero el material de que disponemos es aún demasiado fragmentario.

Por otra parte, los cambios políticos en los Estados modernos han demostrado que el esquema urbano se modifica muy lentamente en el paso de la ciudad capitalista a la socialista; y se nos hace difícil imaginar concretamente la medida de esta modificación. También aquí es válida la relación que se ha establecido con los hechos lingüísticos.

 

 

 

He dividido este libro en cuatro partes; en la primera me ocupo de los problemas de descripción y de clasificación y, por lo tanto, de los problemas tipológicos; en la segunda, de la estructura de la ciudad por partes; en la tercera, de la arquitectura de la ciudad y del locus sobre el que ésta persiste y, por lo tanto, de la historia urbana; en la cuarta, en fin, aludo a las principales cuestiones de la dinámica urbana y al problema de la política como elección.

Todos esos problemas se imbrican con la cuestión de la imagen urbana, de su arquitectura; esta imagen sitúa el valor del territorio vivido y construido por el hombre.

Esta cuestión siempre se ha impuesto en nuestros estudios por ser tan connatural con los problemas del hombre. Vidal de la Blanche ha escrito que «[ ... ] los matorrales, los bosques, los campos cultivados, las zonas incultas se fijan en un conjunto inseparable, cuyo recuerdo el hombre lleva consigo». Este conjunto inseparable es la patria natural y artificial a la misma vez del hombre. También para la arquitectura es válida esta acepción de natural. Pienso en la definición de Milizia de la esencia de la arquitectura como imitación de la naturaleza: «[ ... ] a la arquitectura le falta desde luego el modelo formado por la naturaleza; pero tiene otro formado por los hombres, siguiendo el trabajo primitivo al construir sus primeras habitaciones».

Por último, estoy convencido de que el esquema de teoría urbana presentado en este libro puede comprender más de un desarrollo, y que este desarrollo puede asumir acentos y direcciones imprevistos. Pero también estoy convencido de que este progreso en el conocimiento, de la ciudad puede ser real y eficaz sólo si deja de reducir la ciudad a algunos de sus aspectos parciales perdiendo de vista su significado.

En este sentido también estoy convencido de que es necesario ocuparse de los estudios urbanos y de su organización en la escuela y en la investigación asegurándole la autonomía necesaria.

Este bosquejo mío de una teoría urbana fundamentada, como sea, que se la quiera juzgar en su trazado y en su planteamiento, es el resultado no definitivo de una larga investigación y cree abrir el discurso sobre el desarrollo de esta investigación más bien que sobre los resultados conseguidos.

 

Capítulo I

Estructura de los hechos urbanos

1. Individualidad de los hechos urbanos

Al describir una ciudad nos ocupamos preponderantemente de su forma; ésta es un dato concreto que se refiere a una experiencia concreta: Atenas, Roma, París.

Esa forma se resume en la arquitectura de la ciudad y por esta arquitectura es por lo que me ocuparé de los problemas de la ciudad. Ahora bien, por arquitectura de la ciudad se puede entender dos aspectos diferentes; en el primer caso es posible asemejar la ciudad a una gran manufactura, una obra de ingeniería y de arquitectura, más o menos grande, más o menos compleja, que crece en el tiempo; en el segundo caso podemos referirnos a contornos más limitados de la propia ciudad, a hechos urbanos caracterizados por una arquitectura propia y, por ende, por una forma propia. En uno y otro caso nos damos cuenta de que la arquitectura no representa sino un aspecto de la realidad más compleja, de una estructura particular pero al mismo tiempo, puesto que es el dato último verificable de esta realidad, constituye el punto de vista más concreto con el que enfrentarse al problema.

Si pensamos en un hecho urbano determinado nos damos cuenta más fácilmente de eso, y de repente se nos presenta una serie de problemas que nacen de la observación de aquel hecho; por otra parte, también entrevemos cuestiones menos claras, que se refieren a la cualidad, a la naturaleza singular de todo hecho urbano.

En todas las ciudades de Europa hay grandes palacios, o complejos edificatorios, o agregados que constituyen auténticas partes de ciudad y cuya función difícilmente es la originaria.

Tengo presente en este momento el Palazzo della Ragione de Padua.

Cuando visitamos un monumento de ese tipo quedamos sorprendidos por una serie de problemas íntimamente relacionados con él; y, sobre todo, quedamos impresionados por la pluralidad de funciones que un palacio de ese tipo puede contener y cómo esas funciones son, por así decir, completamente independientes de su forma y que sin embargo es esta forma la que queda impresa, la que vivimos y recorremos y la que a su vez estructura la ciudad.

¿Dónde empieza la individualidad de este palacio, y de qué depende?

La individualidad depende sin más de su forma más que de su materia, aunque ésta tenga en ello un papel importante; pero también depende del hecho de, ser su forma compleja y organizada en el espacio y en el tiempo, Nos damos cuenta de que si el hecho arquitectónico que examinamos fuera, por ejemplo, construido recientemente no tendría el mismo valor; en este último caso su arquitectura sería quizá valorable, en sí misma, podríamos hablar de su estilo y por lo tanto de su forma, pero no presentaría aún aquella riqueza de motivos con la que reconocemos un hecho urbano.

Algunos valores y algunas funciones originales han permanecido, otras han cambiado completamente; de algunos aspectos de la forma tenemos una certeza estilística mientras que otros sugieren aportaciones lejanas; todos pensamos en los valores que han permanecido y tenemos que constatar que si bien éstos tenían conexión propia con la materia, y que éste es el único dato empírico del problema, sin embargo nos referimos a valores espirituales.

En este momento tendremos que hablar de la idea que tenemos hecha de este edificio, de la memoria más general de este edificio en cuanto producto de la colectividad; y de la relación que tenemos con la colectividad a través de él.

También sucede que mientras visitamos este palacio, y recorremos una ciudad tenemos experiencias diferentes, impresiones diferentes. Hay personas que detestan un lugar porque va unido a momentos nefastos de su vida, otros reconocen en un lugar un carácter fausto; también esas, experiencias y la suma de esas experiencias constituyen la ciudad. En este sentido, si bien es extremadamente difícil por nuestra educación moderna, tenemos que reconocer una cualidad al espacio. Este era el sentido con que los antiguos consagraban un lugar, y éste presupone un tipo de análisis mucho más profundo que la simplificación que nos ofrecen algunos tests psicológicos relacionados sólo con la legibilidad de las formas.

 

 

 

Ha sido suficiente detenernos a considerar un solo hecho urbano para que una serie de cuestiones haya surgido ante nosotros; se pueden relacionar principalmente con algunos grandes temas como la, individualidad, el locos, el diseño, la memoria; y con él se dibuja un tipo de conciencia de los hechos urbanos más completo y diverso que el que normalmente consideramos; tenemos que experimentar los elementos positivos.

Repito que quiero ocuparme aquí de lo positivo a través de la arquitectura de la ciudad, a través de la forma, porque ésta parece resumir el carácter total de los hechos urbanos, incluyendo su origen.

Por otra parte, la descripción de la forma constituye el conjunto de los datos empíricos de nuestro estudio y puede ser realizada mediante términos observativos; en parte, eso es todo lo que comprendemos por medio de la morfología urbana: la descripción de las formas de un hecho urbano; pero es sólo un momento, un instrumento. Se aproxima al conocimiento de la estructura pero no se identifica con ella. Todos los especialistas del estudio de la ciudad se han detenido ante la estructura de los hechos urbanos declarando, sin embargo, que, además de los elementos catalogados, había I'âme de la cité; en otras palabras, había la cualidad de los hechos urbanos. Los geógrafos franceses han elaborado así un importante sistema descriptivo pero no se han adentrado a intentar conquistar la última trinchera de su estudio: después de haber indicado que la ciudad se construye a sí misma en su totalidad, y que ésta constituye la raison d'être de la misma ciudad, han dejado por explotar el significado de la estructura entrevista. No podían obrar de otra manera con las premisas de que habían partido; todos estos estudios han rehusado un análisis de lo concreto que está en cada uno de los hechos urbanos.

 

 

 

2. Los hechos urbanos como obra de arte

Intentaré más adelante examinar estos estudios en sus líneas principales; ahora es necesario introducir una consideración fundamental y referirme a algunos autores que dirigen esta investigación.

Al plantear interrogantes sobre la individualidad y la estructura de un hecho urbano determinado se han planteado una serie de preguntas cuyo conjunto parece constituir un sistema capaz de analizar una obra de arte. Ahora bien, aunque toda la presente investigación sea llevada a fin de establecer la naturaleza de los hechos urbanos y su identificación, se puede declarar por de pronto que admitimos que en la naturaleza de los hechos urbanos hay algo que los hace muy semejantes, y no sólo metafóricamente, con la obra de arte; éstos son una construcción en la materia, y a pesar de la materia; son algo diferente: son condicionados pero también condicionantes.1

Esta artisticidad de los hechos urbanos va muy unida a su cualidad, a su unicum; y, por lo tanto, a su análisis y a su definición. Esta cuestión es extremadamente compleja. Ahora bien, descuidando los aspectos psicológicos de la cuestión, creo qué los hechos urbanos son complejos en sí mismos y que a nosotros nos es posible analizarlos pero difícilmente definirlos. La naturaleza de este problema me ha interesado siempre particularmente y estoy convencido de que está plenamente relacionada con la arquitectura de la ciudad.

Tomemos un hecho urbano cualquiera, un palacio, una calle, un barrio, y describámoslo; surgirán todas las dificultades que habíamos visto en las páginas precedentes cuando hablábamos del Palazzo della Ragione de Padua. Parte de estas dificultades dependerán también de la ambigüedad de nuestro lenguaje y parte de ellas podrán ser superadas, pero quedará siempre un tipo de experiencia posible sólo a quien haya. recorrido aquel palacio, aquella calle, aquel barrio.

El concepto que pueda hacerse uno de un hecho urbano siempre será algo diferente del tipo de conocimiento de quien vive aquel mismo hecho.

Esas consideraciones pueden limitar de algún modo nuestra tarea; es posible que ésta consista principalmente en definir aquel hecho urbano desde el punto de vista de la manufactura.

En otras palabras, definir y clasificar una calle, una ciudad, calle en la ciudad; el lugar de esta calle, su función, su arquitectura y sucesivamente los sistemas de calle posibles en la ciudad y otras muchas cosas.

Tendremos que ocuparnos, por lo tanto, de la geografía urbana, de la topografía urbana, de la arquitectura y de otras disciplinas. Aquí la cuestión ya no es fácil, pero parece posible, y en los párrafos siguientes intentaremos llevar a cabo un análisis en este sentido. Ello significa que, más generalmente, podremos establecer una geografía lógica de la ciudad; esta geografía lógica tendrá que aplicarse esencialmente a los problemas del lenguaje, de la descripción, de la clasificación.

Cuestiones fundamentales, como las tipologías, aún no han sido objeto de un trabajo sistemático serio en el campo de las ciencias urbanas. En la base de las clasificaciones existentes hay demasiadas hipótesis no verificadas, y por lo tanto necesariamente son realizaciones carentes de sentido.

Pero en las ciencias mencionadas estamos asistiendo a un tipo de análisis más vasto, más concreto y más completo de los hechos urbanos, que considera la ciudad como «lo humano por excelencia», que considera quizá también, aquellas cosas que sólo se pueden aprehender viviendo concretamente determinado hecho urbano.

Esta concepción de la ciudad o, mejor, de los hechos urbanos como obra de arte se ha cruzado con el estudio de la ciudad misma; y en forma de intuiciones y descripciones diversas la podemos reconocer en los artistas de todas las épocas y en muchas manifestaciones de la vida social y religiosa; y en este sentido siempre va ligada a un lugar preciso, un lugar, un acontecimiento y una forma en la ciudad.

La cuestión de la ciudad como obra de arte ha sido planteada, sin embargo, explícitamente y de manera científica sobre todo a través de la concepción de la naturaleza de los hechos colectivos, y tengo para mí que cualquier investigación urbana no puede ignorar este aspecto del problema. ¿Cómo son relacionables los hechos urbanos con las obras de arte? Todas las grandes manifestaciones de la vida social tienen en común con la obra de arte el hecho de nacer .de la vida inconsciente; a un nivel colectivo en el primer caso, individual en el segundo; pero la diferencia es secundaria unas son producidas por el público, las otras para el público; y es precisamente el público quien les proporciona un denominador común este planteamiento, Lévi-Strauss ha situado la ciudad en ámbito de una temática rica en desarrollos imprevistos. También ha notado que, más que las otras obras de arte, la ciudad está entre el elemento natural y el artificial, objeto de naturaleza y sujeto de cultura.2

Este análisis había sido avanzado también por Maurice Halbwachs cuando vio en las características de la imaginación y de la memoria colectiva el carácter típico de los hechos urbanos.

Esos estudios sobre la ciudad captada en su complejidad estructural tienen un precedente, si bien inesperado y poco conocido, en Carlo Cattaneo. Cattaneo nunca ha planteado explícitamente la cuestión de la artisticiciad de los hechos urbanos, pero la estrecha conexión que tienen en su pensamiento las ciencias y las artes, como aspectos del desarrollo de la mente humana en lo concreto, hacen posible este acercamiento. Me ocuparé más adelante de su concepción de la ciudad como principio ideal de la historia, del vínculo entre el campo y la ciudad y otras cuestiones de su pensamiento relativas a los hechos urbanos. Aquí interesa ver cómo se enfrenta con la ciudad; Cattaneo nunca hará distinción entre ciudad y campo en cuanto que todo el conjunto de los lugares habitados es obra del hombre. [...] toda región se distingue de las salvajes en eso, en que es un inmenso depósito de fatigas. [...] Aquella tierra, pues, no es obra de la naturaleza; es obra de nuestras manos, es una patria artificial.3

La ciudad y la región, la tierra agrícola y los bosques se convierten en la cosa humana porque son un inmenso depósito de fatigas, son obra de nuestras manos; pero en cuanto patria artificial y cosa construida pueden también atestiguar valores, son permanencia y memoria. La ciudad es en su historia.

Por ello la relación entre el lugar y los hombres, y la obra de arte que es el hecho último, esencialmente decisivo, que conforma y dirige la evolución según una finalidad estética, nos imponen un modo complejo de estudiar la ciudad.

Y, naturalmente, tendremos que tener también en cuenta cómo los hombres se orientan en la ciudad, la evolución y formación de su sentido del espacio; esta parte constituye, a mi parecer, el sector más. importante de algunos recientes estudios norteamericanos y en particular de la investigación de Kevin Lynch; es decir, la parte relativa a la concepción del espacio basada en gran parte sobre los estudios de antropología y en las características urbanas. Observaciones de este tipo habían sido avanzadas también por Max Sorre sobre un material análogo: y particularmente sobre observaciones de Mauss de la correspondencia entre los nombres de los grupos y los nombres de los lugares en los esquimales. Será útil posiblemente volver sobre estos asuntos; por ahora todas estas cosas nos sirven sólo como introducción a la investigación, y tendremos que volver a ello sólo cuando hayamos tomado en consideración un número mayor de aspectos del hecho urbano hasta intentar comprender la ciudad como una gran representación de la condición humana.

Intento leer aquí esa representación a través de su escena fija y profunda: la arquitectura. A veces me pregunto cómo puede ser que nunca se haya analizado la arquitectura por ese su valor más profundo; de cosa humana que forma la realidad y conforma la. materia según una concepción estética. Y así, es ella misma no sólo el lugar de Ia condición humana, sino una parte misma de esa condición; que se representa en la ciudad y sus monumentos, en los barrios, en las casas, en todos Ios hechos urbanos que emergen del espacio habitado. Desde esta escena los teóricos se han adentrado en la estructura urbana siempre intentando percibir cuáles eran los puntos fijos, los verdaderos nudos estructurales de la ciudad, aquellos puntos en donde se realizaba la acción de la razón.

 

 

Vuelvo ahora a la hipótesis de la ciudad como manufactura, como obra de arquitectura o de ingeniería que crece en el tiempo; es una de las hipótesis más seguras con las que podemos trabajar.4

Contra muchas mistificaciones quizá valga aún el sentido dado a la investigación por Camillo Sitte cuando buscaba leyes en la construcción de la ciudad que prescindieran de los solos hechos técnicos y se diera cuenta plenamente de la «belleza» del esquema urbano, de la forma tal como viene leída: [...] Tenemos hoy tres sistemas principales de construir la ciudad: el sistema ortogonal, el sistema radial, y el circular. Las variantes resultan generalmente de la fusión de los tres métodos. Todos estos sistemas tienen un valor artístico nulo; su único objetivo es el de la reglamentación de la red viaria: es, pues, un objetivo puramente técnico. Una red viaria sirve únicamente para la circulación, no es una obra de arte, porque no es captada por los sentidos y no puede ser abarcada de una sola vez sino sobre el plano. Por ello es por lo que en las páginas precedentes no habíamos nunca sacado a relucir la red viaria; ni hablando de Atenas ni de la antigua Roma, ni Venecia o de Nuremberg. Desde el lado artístico nos es, ni más ni menos, indiferente. Sólo es artísticamente importante lo que puede ser abarcado por la vista, lo que puede ser visto; así pues, la calle concreta, la plaza concreta».5 La cita de Sitte es importante por su empirismo; y hasta, a mi parecer, puede ser relacionada con ciertas experiencias norteamericanas de las que hablábamos más arriba; en donde la artisticidad se puede leer como figurabilidad. He dicho que la lección de Sitte puede valer contra muchas mistificaciones; y es indudable. Se refiere a la técnica de la construcción urbana; sin embargo, habrá en ella siempre el momento, concreto, del diseño de una plaza y un principio de transmisión lógica, de enseñanza, de este diseño.

Y los modelos serán siempre, pues, al menos de algún modo, la calle concreta, la plaza concreta.

Pero por otra parte la lección de Sitte contiene también un gran equívoco; que la ciudad como obra de arte sea reducible a algún episodio artístico o a su legibilidad y no finalmente a su experiencia concreta. Creemos, al contrario, que el todo es más importante que cada una de las partes; y que solamente en su totalidad el hecho urbano, por lo tarto también el sistema viario y la topografía urbana hasta las cosas que se pueden aprender paseando de un lado para otro de una calle, constituyen esta totalidad. Naturalmente, como me dispongo a hacer, tendremos que examinar esa arquitectura total por partes.

Empezaré, pues, por un asunto que abre el camino al problema de la clasificación; es el de la tipología de los edificios y de su relación con la ciudad. Relación que constituye la hipótesis de fondo de este libro y que analizaré desde varios puntos de vista considerando siempre los edificios como monumentos Y partes del todo que es la ciudad.

Esta posición era clara para los teóricos de arquitectura de la Ilustración. En sus lecciones en la Escuela Politécnica, Durand escribía: «De méme que les murs, les colonnes, etc., sont les éléments dont se composent les édifices, de méme les édifices sont les éléments dont se composent les villes».6

 

 

 

3. Cuestiones tipológicas

La concepción de los hechos urbanos como obra de arte abre el camino al estudio de todos aquellos aspectos que iluminan la estructura de la ciudad.

La ciudad, como cosa humana por excelencia, está constituida por su arquitectura y por todas aquellas obras que constituyen el modo real de transformación de la naturaleza.

Los hombres de la edad del bronce adaptaron el paisaje a la necesidad social construyendo manzanas artificiales de ladrillos y excavando pozos, acequias, cursos de agua. Las primeras casas aíslan a los habitantes del ambiente externo y les proporcionan un clima controlado por el hombre; el desarrollo del núcleo urbano extiende la tentativa de este control a la creación y a la extensión de un microclima. Ya en los poblados neolíticos hay la primera transformación del mundo a la necesidad del hombre. La patria artificial es, pues, tan antigua como el hombre.

En el mismo sentido de esas transformaciones se constituyen las primeras formas y los primeros tipos de habitación; y los templos y los edificios más complejos. El tipo, se va constituyendo, pues según la necesidad y según la aspiración de belleza; único y sin embargo variadísimo en sociedades diferentes y unido a la forma y al modo de vida.

Es lógico, por lo tanto, que el concepto de tipo se constituya como fundamento de la arquitectura y vaya repitiéndose tanto en la práctica como en los tratados.

Sostengo, consiguientemente, la importancia de las cuestiones tipológicas; importantes cuestiones tipológicas siempre han recorrido la historia de la arquitectura y se plantean normalmente cuando nos enfrentamos con problemas urbanos. Tratadistas como Milizia nunca definen el tipo, pero afirmaciones como la siguiente pueden ser contenidas en este concepto: "La comodidad de cualquier edificio comprende tres objetos principales: su situación, su forma, la distribución de sus partes".

Pienso, pues, en el concepto de tipo como en algo permanente y complejo, un enunciado lógico que se antepone a la forma y que la constituye.

Uno de los mayores teóricos de la arquitectura, Quatremère de Quincy, comprendió la gran importancia de este problema y dio una definición magistral de tipo y de modelo.

[...] La palabra tipo no representa tanto la imagen de una cosa que copiar o que imitar perfectamente cuanto la idea de un elemento que debe servir de regla al modelo [...]. El modelo entendido según la ejecución práctica del arte es un objeto que tiene que repetirse tal cual es; el tipo es, por el contrario, un objeto según el cual nadie puede concebir obras que no se asemejen en absoluto entre ellas. Todo es preciso y dado en el modelo; todo es más o menos vago en el tipo. Así, vemos que la imitación de los tipos nada tiene que el sentimiento o el espíritu no puedan reconocer.

[...] En todas partes el arte de fabricar regularmente ha nacido de un germen preexistente. En todo es necesario un antecedente; nada en ningún género viene de la nada; y esto no puede dejar de aplicarse a todas las invenciones de los hombres. Así, vemos que todas, a despecho de los cambios posteriores, han conservado siempre claro, siempre manifiesto al sentimiento y a la razón su principio elemental. Es como un especie de núcleo en torno al cual se han aglomerado y coordinado a continuación los desarrollos y las variaciones de forma, de los que era susceptible el objeto. Por ello nos han llegado mil cosas de todos los géneros, y una de las principales ocupaciones de la ciencia y la filosofía para captar su razón de ser es investigar su origen y su causa primitiva. Eso es a lo que hay que llamar tipo en arquitectura, como en cualquier otra rama de las invenciones y de las instituciones humanas.

Nos hemos dejado llevar a esta discusión para dar a comprender el valor de la palabra tipo tomado metafóricamente en una cantidad de obras y el error de aquellos que, o lo desconocen porque no es modelo, o lo desnaturalizan imponiéndole el rigor de un modelo que implicaría las condiciones de copia idéntica.7

En la primera parte de la proposición, el autor descarta la posibilidad de algo que imitar o copiar porque en este caso no habría, como afirma la segunda parte de la proposición, «la creación de un modelo», es decir, no se haría arquitectura.

La segunda proposición afirma que en la arquitectura (modelo o forma) hay un elemento que tiene su propio papel; por lo tanto, no algo a lo que el objeto arquitectónico se ha adecuado en su conformación, sino algo que está presente en el modelo. Esa, de hecho, es la regla, el modo constitutivo de la arquitectura.

En términos lógicos se puede decir que este algo es una constante. Un argumento de ese tipo presupone concebir el hecho urbano arquitectónico como una estructura; una estructura que se revela y es conocible en el hecho mismo.

Si este algo, que podemos llamar el elemento típico o simplemente el tipo, es una constante, entonces es posible reencontrarlo en todos los hechos arquitectónicos. Es, pues, también un elemento cultural y como tal puede ser buscado en los diversos hechos arquitectónicos; la tipología se convierte así ampliamente en el momento analítico de la arquitectura, es aún mejor individualizable a nivel de los hechos urbanos.

La tipología se presenta, por consiguiente, como el estudio de los tipos no reducibles ulteriormente de los elementos urbanos, de una ciudad como de una arquitectura. La cuestión de las ciudades monocéntricas y de los edificios centrales o lo que sea, es una cuestión tipológica específica. Ningún tipo se identifica con una forma, si bien todas las formas arquitectónicas son remisibles a tipos.

Este proceso de reducción es una operación lógica necesaria y no es posible hablar de problemas de forma ignorando estos presupuestos. En este sentido todos los tratados de arquitectura son también tratados de tipología, y en el proyectar es difícil distinguir los dos momentos.

El tipo es, pues, constante y se presenta con caracteres de necesidad; pero aun siendo determinados, éstos reaccionan dialécticamente con la técnica, con las funciones, con el estilo, con el carácter colectivo y el momento individual del hecho arquitectónico.

Es sabido que la planta central es un tipo determinado y constante, por ejemplo, en la arquitectura religiosa; pero con esto cada vez que se hace la elección de una planta central se crean motivos dialécticos con la arquitectura de aquella iglesia, con sus funciones, con la técnica de la construcción y finalmente con la colectividad que participa de la vida de esta iglesia.

Tiendo a creer que los tipos del edificio de vivienda no han cambiado desde la Antigüedad a hoy, pero esto no significa sostener completamente que no haya cambiado el modo concreto de vivir desde la Antigüedad a hoy y que no siga habiendo nuevos posibles modos de vivir.

La casa con corredor interior es un esquema antiguo y presente en todas las casas urbanas que queramos analizar; un pasillo que da acceso a las habitaciones es un esquema necesario, pero son tantas y tales las variedades entre cada casa en cada época que realizan ese tipo que presentan entre ellas enormes diferencias.

Por último, podemos decir que el tipo es la idea misma de la arquitectura; lo que está más cerca de su esencia. Y por elIo, lo que, no obstante cualquier cambio, siempre se ha impuesto «al sentimiento y a la razón», como el principio de la arquitectura y de la ciudad.

 

 

El problema de la tipología nunca ha sido tratado de forma sistemática y con la amplitud que es necesaria; hoy esto está surgiendo en las escuelas de arquitectura y llevará a buenos resultados. Desde luego, estoy convencido de que los arquitectos mismos, si quieren ampliar y fundamentar su propio trabajo, tendrán que ocuparse nuevamente de asuntos de esa especie.8

No me es posible aquí ocuparme más de ese problema.

Afirmemos que la tipología es la idea de un elemento que tiene un papel propio en la constitución de la forma, y que es una constante. Se tratará de ver las modalidades con las que ello acaece y subordinadamente el valor efectivo de este papel.

Ciertamente, todos los estudios que poseemos en este campo, salvo pocas excepciones e intentos actuales de superación, no se han planteado con mucha atención este problema.

Siempre lo han eludido y pospuesto buscando en seguida alguna otra cosa; esta cosa es la función. Puesto que esta cuestión de la función es absolutamente preeminente en el campo de nuestros estudios, intentaré, ver cómo ha emergido en los estudios relativos a la ciudad y a los hechos urbanos en general y cómo ha evolucionado.

Podemos decir, por de pronto, que ha sido planteada, y éste es el primer paso que debe realizarse, en el momento en que se nos ha planteado el problema de la descripción y de la clasificación.

Ahora bien, las clasificaciones existentes no han ido, la mayoría, más allá del problema de la función.

 

 

 

4. Crítica al funcionalismo ingenuo

Al enfrentarnos con un hecho urbano habíamos indicado las dualidad, cuestiones principales que surgen; entre ellas la individualidad, el locus, la memoria, el diseño mismo. No nos hemos referido a la función.

Creo que la explicación de los hechos urbanos mediante su función ha de ser rechazada cuando trate de ilustrar su constitución y su conformación; expondremos ejemplos de dichos hechos urbanos preeminentes en los que la función ha cambiado en el tiempo o sencillamente en los que no hay una función específica. Es, pues, evidente que una de las tesis de este estudio, que quiere afirmar los valores de la arquitectura en el estudio de la ciudad, es la de negar esta explicación mediante la función de todos los hechos urbanos; así, sostengo que esta explicación en vez de ser ilustrativo es regresiva porque impide estudiar las formas y conocer el mundo de la arquitectura según sus verdaderas leyes.

Nos apresuramos a decir que ello no significa rechazar el concepto de función en su sentido más propio; lo algebraico implica que los valores son conocibles uno en función de otro y que entre las funciones y las formas intenta establecer relaciones más complejas que las lineales de causa y efecto que son desmentidas por la realidad.

Rechazamos aquí precisamente esta última concepción del funcionalismo inspirada en un ingenuo empirismo según el cual las funciones asumen la forma y constituyen unívocamente el hecho urbano y la arquitectura.

Un tal concepto de función, tomado de la fisiología, asimila la forma a un órgano para el cual las funciones son las que justifican su formación y su desarrollo y las alteraciones de la función implican una alteración de la forma. Funcionalismo y organicismo, las dos corrientes principales que han recorrido la arquitectura moderna, muestran así la raíz común y la causa de su debilidad y de su equívoco fundamental.

La forma viene así despojada de sus más complejas motivaciones; por un lado el tipo se reduce a un mero esquema distributivo, un diagrama de los recorridos, por otro lado la arquitectura no posee ningún valor autónomo.

La intencionalidad estética y la necesidad que presiden los hechos urbanos y establecen sus complejas relaciones no pueden ser analizadas con ulterioridad.

Aunque el funcionalismo tenga orígenes más lejanos, ha sido anunciado y aplicado claramente por Malinowski; este autor hace una referencia explícita también a la manufactura, al objeto, a la casa. «Tomemos la vivienda humana; ahí también la función integral del objeto tiene que ser tenida en cuenta cuando se estudian las varias fases de su construcción tecnológica y los elementos de su estructura.»9 De un planteamiento de ese tipo se desciende fácilmente a la consideración sólo de los motivos por los cuales la manufactura, el objeto, la casa sirven. La pregunta «¿para qué sirven?» acaba dando lugar a una simple justificación que obstaculiza un análisis de lo real.

Este concepto de la función es recogido después por todo el pensamiento arquitectónico y urbanístico, y particularmente en el ámbito de la geografía, hasta caracterizar, como se ha visto. por medio del funcionalismo y del organicismo, gran parte de la arquitectura moderna.

En la clasificación de las ciudades ello llega a ser preponderante con respecto al paisaje urbano y a la forma; aunque muchos autores, expongan dudas sobre la validez y la exactitud de una clasificación de este tipo creen que no hay otra alternativa concreta para una clasificación eficaz. Así, Chabot,10 después de haber declarado la imposibilidad de dar una definición precisa de la ciudad porque en su interior siempre hay un residuo imposible de discernir de modo preciso, establece luego funciones, aunque en seguida declara su insuficiencia.

La ciudad como aglomeración es explicada propiamente sobre la base de las funciones que aquellos hombres querían ejercer; la función de una ciudad se convierte en su raison d'étre y en esa forma se revela. En muchos casos el estudio de la morfología se reduce a un mero estudio de la función.

Establecido el concepto de función, de hecho, se llega inmediatamente a la posibilidad de una clasificación evidente; ciudades comerciales, culturales, industriales, militares, etc.

Si bien la crítica presentada aquí al concepto de función es más general, resulta oportuno precisar que, en el interior de este sistema, surge ya una dificultad al establecer el papel de la función comercial. De hecho, tal como ha sido expuesta, esta explicación del concepto de clasificación por funciones resulta demasiado simplificada; supone un valor idéntico para todas las atribuciones de función, lo cual no es verdad.

Una función principal y relevante es, en efecto, la comercial. Esta función del comercio y de los tráficos comerciales es en realidad el fundamento, en términos de producción, de una explicación «económica» de la ciudad que partiendo de la formulación cIásica de Max Weber ha tenido un desarrollo particular y en la que nos detendremos más adelante.

Es lógico imaginar que, aceptada la clasificación de la ciudad por funciones, la función comercial, en su constitución y en su continuidad, se presente como la más convincente para explicar la multiplicidad de los hechos urbanos; y para relacionarla con las teorías de carácter económico sobre la ciudad.

Pero justamente el atribuir un valor diferente a cada función nos lleva a no reconocer validez al funcionalismo ingenuo; en realidad, aun desarrollado en este sentido, acabaría por contradecir su hipótesis de principio. Por otra parte, si los hechos urbanos pudiesen continuamente renovarse a través del simple establecimiento de nuevas funciones, los valores mismos de la estructura urbana, puestos de relieve por su arquitectura, estarían disponibles continua y fácilmente; la permanencia misma de los edificios y de las formas no tendría ningún significado y el mismo valor de transmisión de determinada cultura de la que la ciudad es un elemento sería puesto en crisis. Pero todo esto no corresponde a la realidad.

La teoría del funcionalismo ingenuo es, sin embargo, muy cómoda para las clasificaciones elementales, y resulta difícil ver como puede ser sustituida a este nivel; se puede, pues, proponer mantenerla en cierto orden, como mero hecho instrumental, pero sin pretender recabar de este mismo orden la explicación de los hechos más complejos.

Piénsese en la definición que hemos intentado avanzar del tipo en los hechos urbanos y arquitectónicos sobre la guía del pensamiento ilustrado; con esta definición de tipo se puede proceder a una clasificación correcta de los hechos urbanos y en última instancia también a una clasificación por funciones cuando éstas constituyan uno de los momentos de la definición general. Si, al contrario, partimos de una clasificación por funciones, tenemos que admitir el tipo de modo completamente diferente; de hecho, si consideramos como lo más importante la función debemos entender el tipo como el modelo organizador de esta función.

Ahora bien, es justamente este modo de entender el tipo, y a continuación los hechos urbanos y la arquitectura como organización de cierta función, lo que nos aleja más de un conocimiento concreto de lo real.

Si, efectivamente, se puede admitir el clasificar los edificios y las ciudades según su función, como generalización de algunos y criterios de evidencia, es inconcebible reducir la estructura de los hechos urbanos a un problema de organización de algunas funciones más o menos importantes; desde luego, esta grave distorsión es lo que ha obstaculizado y obstaculiza en gran parte un progreso real en los estudios de la ciudad.

Si los hechos urbanos son un mero problema de organización, no pueden presentar ni continuidad ni individualidad, los monumentos y la arquitectura no tienen razón de ser, no «nos dicen nada».

Posiciones de ese tipo asumen un claro carácter ideológico do pretenden objetivar y cuantificar los hechos urbanos; éstos vistos de modo utilitario, son tomados como productos de consumo. Más adelante veremos los aspectos más propiamente arquitectónicos de este planteamiento.

En conclusión, se puede afirmar que el criterio funcional de clasificación es aceptable como regla práctica y contingente al igual que otros criterios; por ejemplo, asociativos, constructivos, de utilización de la zona, etc.

Clasificaciones de este tipo tienen su utilidad; pero no cabe duda de que sirven más para decirnos algo desde el punto de vista adoptado por la clasificación (por ejemplo, el sistema constructivo) que sobre el elemento en sí. Precisamente éste es el punto de vista para el que pueden ser aceptadas.

 

 

 

5. Problemas de clasificación

Al exponer la teoría funcionalista, he acentuado más o menos voluntariamente aquellos aspectos que dan a esta interpretación una forma de preeminencia y de seguridad. Ello es debido también al hecho de que el funcionalismo ha tenido particular fortuna en el mundo de la arquitectura y todos los que han sido educados en esta disciplina en los últimos cincuenta años pueden deshacerse de él con dificultad. Tendríamos que indagar cómo ha determinado realmente la arquitectura moderna, obstaculizando, aun hoy, su evolución progresiva: pero ése no es el objetivo que me propongo.

Creo necesario, en cambio, detenerme en otras interpretaciones del campo de la arquitectura y de la ciudad que constituyen los fundamentos para la tesis expuesta aquí.

Las teorías en las que me detengo se relacionan con la geografía social de Tricart, con la teoría de las persistencias de Marcel Poéte, con la teoría ilustrada y particularmente con la obra de Milizia.

Todas esas teorías me interesan principalmente porque se fundan en una lectura continua de la ciudad y de la arquitectura sobrentendiendo una teoría general de los hechos urbanos.

 

 

 

Para Tricart11 la base de la lectura de la ciudad es el contenido social; el estudio del contenido social debe proceder en primer lugar de la descripción de los factores geográficos que dan al paisaje urbano su significado. Los hechos sociaIes, en cuanto se presentan precisamente como contenido, preceden a las formas y las funciones y por así decirlo las comprenden.

Es objeto de la geografía humana estudiar las estructuras de la ciudad en conexión con la forma del lugar en el que ésta se manifiesta; se trata, pues, de un estudio sociológico en términos de localización.

Pero para proceder al análisis del lugar es necesario establecer a priori los límites dentro de los que viene definido. Tricart establece así tres órdenes o tres escalas diversas:

El principio que hace relacionables y homogéneas esas cantidades es el contenido social que presentan.

Intentaré ahora, desde la aserción de Tricart, desarrollar principalmente un tipo de análisis urbano que, en coherencia con esas premisas, se desenvuelve en dirección topográfico y que reviste a mi parecer gran importancia.

Antes de exponer esto, sin embargo, conviene hacer una objeción fundamental sobre las escalas de estudio de las partes en que divide la ciudad. El que los hechos urbanos sean estudiados únicamente sobre un principio de localización lo podemos admitir sin más, pero la objeción es de otra naturaleza. En realidad, lo .que no podemos admitir es que haya escalas diversas y que las localizaciones se interpreten de alguna manera por su escala o por su extensión; todo lo más podremos admitir que esto sirva desde un punto de vista didáctico, o al objeto de una investigación práctica, pero implica un concepto que no se puede aceptar.

Este concepto tiene relación con la cualidad de los hechos urbanos.

Sin embargo, no sostenemos simplemente que no haya diversas escalas de estudio, sino que es inconcebible pensar que los hechos urbanos cambian de alguna manera a causa de su dimensión.

Aceptar la tesis contraria significaría, como se sostiene en muchas partes, aceptar el principio de la ciudad que se modifica extendiéndose o que los hechos urbanos en sí son diferentes por la dimensión en la cual se producen.

Conviene aquí citar a Ratcliff: «[...] Querer considerar los problemas de la mala distribución de las localizaciones sólo en el contexto metropolitano quiere decir alentar la afirmación popular pero falsa de que se trata de problemas de dimensión. Podemos observar tales problemas, en diversas escalas, en los pueblos, en las poblaciones, en las ciudades, en las metrópolis, porque las fuerzas dinámicas del urbanismo son vitales donde sea que los hombres y las cosas se encuentren en densidad y el organismo humano está sujeto a las mismas leyes naturales y sociales independientemente de la dimensión.

»Relegar los problemas de la ciudad a un problema de dimensión quiere decir entender que las soluciones están en la proyección al exterior del proceso de crecimiento, es decir, en la descentralización; tesis y solución son ambos controvertidos».12

 

 

Uno de los elementos fundamentales del paisaje urbano a escala, de la calle está constituido por los inmuebles de vivienda y de la propiedad territorial urbana; hablo de inmueble de vivienda y no de casa porque la definición es mucho más precisa en las diversas lenguas europeas.

El inmueble es, en efecto, una parcela catastral en la que la ocupación principal del suelo está constituida por superficies construidas.

En el inmueble de vivienda la ocupación sirve en gran parte para residencia (hablar de inmuebles especializados y de inmuebles mixtos es, pues, una división importante pero no suficiente).

Si intentamos clasificar estos inmuebles, podemos partir de consideraciones planimétricas. Así tendremos:

a) casas de bloque circundadas de espacio libre;

b) casas de bloque unidas las unas a las otras haciendo fachada sobre la calle y constituyendo una cortina continua paralela a dicha calle;

c) casas de bloque en profundidad que ocupan el suelo de manera casi completa;

d) casas de patio cerrado con jardín y peqeñas construcciones interiores.

Un análisis de este tipo, se ha dicho, puede considerarse descriptivo, geométrico o topográfico. Podemos llevarlo adelante y conocer otros datos interesantes relacionados con esta clasificación en lo que respecta al equipamiento técnico, a los datos estadísticos, a la relación superficie construida-superficie verde, etc.

Estos tipos de cuestiones que nacen de nuestros datos pueden ser relacionados con algunos filones principales, que son, de manera general, los relativos a:

1. los datos racionales;

2. la influencia de la estructura de propiedad territorial y los datos económicos;

3. las influencias histórico-sociales.

De importancia particular es el conocimiento de la estructura de la propiedad territorial y de las cuestiones económicas; estos hechos están después ligados íntimamente a la que habíamos llamado influencia hístórico-social.

Para darse mejor cuenta de las ventajas de la aplicación de un análisis de este tipo examinaremos en la segunda parte de este libro el problema de la residencia y el problema del barrio.

Llevemos adelante ahora, para aclarar el análisis propuesto,aquí, aunque sea sumariamente, el segundo punto, el relativo a estructura de la propiedad territorial y a los datos económicos.

La forma de las parcelas de una ciudad, su formación, su evolución, representa la larga historia de la propiedad urbana; y la historia de las clases profundamente unidas a la ciudad; Tricart ha dicho muy lúcidamente que el análisis del contraste en el trazado de las parcelas confirma la existencia de la lucha de clases.

La modificación de la estructura territorial urbana que podemos seguir con absoluta precisión a través de los mapas históricos catastrales indica el surgimiento de la burguesía urbana y el fenómeno de la concentración progresiva del capital.

Un criterio de este tipo aplicado a una ciudad con un ciclo de vida extraordinaria como la antigua Roma nos ofrece resultados de una claridad paradigmática; desde la ciudad de tipo agrario a la formación de los grandes espacios públicos de la edad imperial y al consiguiente paso de la casa de patio republicana a la formación de las grandes insulae de la plebe. Las enormes parcelas que constituyen las insulae, con una concepción extraordinaria de la casa-barrio, anticipan los conceptos de la moderna ciudad capitalista y de su división espacial. Y nos muestran también su disfunción y sus contradicciones.

He aquí entonces que los inmuebles que en primer lugar habíamos puesto de relieve topográficamente, a la luz de un análisis topográfico, vistos desde el ángulo económico-social nos ofrecen otras posibles clasificaciones.

Podemos distinguir:

a) casa extracapitalista, constituida por el propietario sin fines de lucro;

b) casa capitalista, forma de renta urbana destinada a ser alquilada, en la que todo está subordinado a la renta. Esta casa puede ser destinada a ricos y a pobres. Pero en el primer caso por la evolución de las necesidades la casa se desclasa rápidamente con la alternancia social. Esta alternancia social en el interior de la casa crea las zonas blighted o degradadas que constituyen uno de los problemas más típicos de la moderna ciudad capitalista, y como tales son particularmente estudiados sobre todo en Estados Unidos, donde son más sobresalientes que entre nosotros;

c) casa paracapitalista para una familia con un piso en alquiler;

d) casa socialista. Es el nuevo tipo de construcción que aparece en los países socialistas donde no existe ya la propiedad privada del suelo, o en países de democracia avanzada. Uno de los primeros ejemplos en Europa se puede hacer remontar a las casas construidas por el municipio de Viena en la primera posguerra.

La hipótesis del análisis del contenido social, aplicado con atención particular a la población urbana, se desarrolla así hasta darnos un conocimiento más completo de la ciudad; se trata de avanzar por ulteriores interrogantes de manera que algunos hechos elementales puedan ordenarse a través del análisis hasta componer hechos más generales.

También la forma de los hechos urbanos toma un interpretación bastante convincente por medio del contenido social; en él hay motivos y razones que tienen un gran papel en la estructura urbana.

 

 

 

La obra de Marcel Poète 13 es sin duda una de las más modernas desde el punto de vista científico del estudio de la ciudad Poète se ocupa de los hechos urbanos en cuanto indicativos de las condiciones del organismo urbano; ellos constituyen un dato preciso, verificable, en la ciudad existente. Pero su razón de ser es su continuidad; a las noticias históricas es necesario añadir las geográficas, las económicas, estadísticas, pero es el conocimiento del pasado lo que constituye el término de confrontación y la medida para el porvenir.

Este conocimiento se encuentra, pues, en el estudio de los planos de la ciudad; los cuales poseen características formales precisas; la dirección de sus calles puede ser derecha, sinuosa, curva. Pero también la línea general de la ciudad tiene un significado propio y la identidad de existencias tiende naturalmente a expresarse con construcciones que, más allá de diferencias concretas, presentan afinidades innegables. En la arquitectura urbana se establece una relación más o menos evidente entre la forma de las cosas a través de las épocas. A través de la variación de las épocas y las civilizaciones es posible, pues, constatar una permanencia de motivos que asegura una relativa unidad en la expresión urbana. De aquí se desarrollan las relaciones entre la ciudad y el territorio; relaciones que son analizables positivamente por el valor de la calle. La calle adquiere así gran importancia en el análisis de Poète; porque la ciudad nace en un lugar dado pero es la calle lo que la mantiene viva. Asociar eI destino de la ciudad a las vías de comunicación es una regla fundamental de método.

En este estudio de la relación entre calle y ciudad, Poète llega a resultados extremadamenté importantes; para determinada ciudad se puede establecer una clasificación de las calles que debe ser reflejada por el mapa del territorio. Y es necesario también caracterizarlo con arreglo a la naturaleza de los intercambios que se efectúan en ella, los intercambios culturales al igual que los comerciales. Así repite la observación de Estrabón a propósito de las ciudades umbras a lo largo de la vía Flaminia, cuyo desarrollo resulta explicado «más bien porque se encuentran situadas a lo largo de aquella vía que por cualquier importancia particular».

De la calle, el análisis pasa al suelo urbano, y el suelo urbano es un dato natural pero también una obra civil, está relacionado con la composición de la ciudad. En la composición urbana todo debe expresar con la mayor adhesión posible la vida misma de aquel organismo colectivo que es la ciudad. En la base de este urbanismo está la persistencia del plano.

El concepto de la persistencia es fundamental en la teoría de Poète; informará el análisis de Lavedan, que por su unión de elementos extraídos de la geografía y de la historia de la arquitectura se puede considerar uno de los más completos de que disponemos. En Lavedan la persistencia se convierte en la generatriz del plano; esta generatriz es el objetivo principal de la investigación urbana porque, con su comprensión, es posible remontarnos a la formación espacial de la ciudad; en la generatriz está comprendido el concepto de persistencia que se extiende también los edificios físicos, a las calles, a los monumentos urbanos.

Juntamente con las de algunos geógrafos que he citado como Chabot y Tricart, la de Poète y la de Lavedan están entre las contribuciones más altas de la escuela francesa a la teoría urbana.

 

 

 

La contribución del pensamiento ilustrado a una teoría fundada de los hechos urbanos merecería una investigación especial. En primer lugar, los tratadistas del siglo XVIII intentan establecer principios de arquitectura que puedan ser desarrollados sobre bases lógicas, en cierto sentido sin trazado; el tratado viene a constituirse como una serie de proposiciones derivables una de la otra. En segundo lugar, cada elemento viene siempre concebido como parte de un sistema y este sistema es la ciudad; y es por consiguiente la ciudad lo que confiere criterios de necesidad y de realidad a cada arquitectura. En tercer lugar, distinguían la forma, aspecto último de la estructura, del momento analítico de ésta; así la forma tiene una persistencia propia (clásica) que no está reducida al momento lógico.

Sobre el segundo punto se podría discutir largamente, pero sería necesaria una mayor documentación; verdad es que mientras ello comprende la ciudad existente postula la ciudad nueva, y la relación entre la constitución de un hecho y su entorno es inseparable.

Voltaire, en el análisis del grand siécle, ya había indicado como límite de aquellas arquitecturas su desinterés respecto a la ciudad en tanto que la obligación de toda construcción era la de ponerse en relación directa con la ciudad misma.14 La explicitación de estos conceptos se tiene con los planos y los proyectos napoleónicos que representan uno de los momentos de mayor equilibrio de la historia urbana.

 

 

 

Ahora intentaré ver, basándome en los tres puntos expuestos, los criterios principales proporcionados por la teoría de Milizia como ejemplo de un tratadista de la arquitectura que se ha situado dentro de las teorías de los hechos urbanos.15

La clasificación propuesta por Milizia, el cual trata precisamente de los edificios y de la ciudad a un mismo tiempo, distingue los edificios urbanos en privados y públicos, entendiendo por los primeros las viviendas y por los segundos los elementos principales que yo llamaré primarios. Además, Milizia pone estos agrupamientos como clases, lo cual le permite hacer distinciones en la clase considerada precisando todo elemento como edificio tipo en una función general, o mejor dicho, en una idea general de la ciudad.

Por ejemplo, en la primera clase hay palacios y casas; en la segunda, edificios de seguridad, utilidad pública, mercados, etc. En los edificios de utilidad pública se distinguen después las universidades, las bibliotecas, etc.

El análisis que se realiza se refiere, pues, en principio, a la clase (pública y privada); en segundo lugar, a la situación del elemento en la ciudad, y, finalmente, a la forma y a la distribución del edificio. «[ ... ] La mayor comodidad pública requiere que estos edificios [de utilidad pública] estén situados no muy lejos del centro de la ciudad, y distribuidos en torno a una gran plaza común.» El sistema general es, pues, la ciudad; las clarificaciones de los elementos son clarificaciones del sistema adoptado.

¿De qué, ciudad se trata? De una hipótesis de ciudad que se construye juntamente con la arquitectura.

«También sin sus fabricas suntuosísimas la ciudad puede aparecer bella y respirar hermosura. Pero lo mismo es decir bella ciudad, que buena arquitectura.»16 Esta afirmación parece decisiva para todos los tratadistas de la arquitectura de la Ilustración; bella ciudad es buena arquitectura, y la proposición es reversible.

Es poco probable que los tratadistas de aquella época se detuvieran en algún lugar sobre esta afirmación, tan connatural era ella con su modo de pensar; sabemos hasta qué punto su incomprensión de la ciudad gótica era y se debía precisamente a la imposibilidad de captar un paisaje sin captar la validez de cada uno de los elementos que lo constituyen; sin comprender el sistema. Ahora bien, si por ejemplo en el no captar el significado y por lo tanto la belleza de la ciudad gótica se equivocaron, no por ello deja de ser justo el sistema seguido por ellos. Para nosotros la belleza de la ciudad gótica aparece precisamente ahí donde ésta se muestra como un hecho urbano extraordinario en el que la individualidad de la obra es claramente reconocible en sus componentes. Justamente a través de las investigaciones llevadas a cabo sobre esta ciudad captamos su belleza; la cual, sin embargo, participa de un sistema. Y nada hay más falso que definir como orgánica o espontánea la ciudad gótica.

Convendrá destacar aún otro aspecto de la modernidad de la posición considerada.

Después de haber establecido el concepto de clase, se ha dicho, Milizia precisa cualquier edificio tipo dentro de una idea general y lo caracteriza mediante una función. Esta función es considerada independientemente de las consideraciones generales sobre la forma; y hay que entenderla más bien como fin del edificio que como función en sentido propio. Así vienen catalogados en la misma clase edificios de uso práctico y edificios empíricamente observables como objetos, pero construidos en función de conceptos no igualmente observables; así, los edificios para la salud pública o para la seguridad se encuentran dentro de la misma clase de edificios para la magnificencia o la sublimidad.

Hay al menos tres argumentos a favor de este modo de proceder; el primero y principal es el de reconocer la ciudad como una estructura compleja donde se encuentran de hecho partes de ciudad entendidas como obra de arte; el segundo es relativo a la validez de un discurso tipológico general de los hechos urbanos o, en otros términos, que yo puedo dar un juicio técnico aun en aquellos aspectos de la ciudad que por su naturaleza requieren un juicio más complejo reduciéndolos a su constante tipológica, y finalmente, que esta constante tipológica desempeña «un papel propio en la constitución del modelo».

Por ejemplo, al tratar de un monumento, Milizia lo refiere a tres factores de análisis: « [...] que sean [...] dirigidos al bien público, colocados oportunamente, constituidos según las leyes de la conveniencia. Respecto a la conveniencia de la construcción de los monumentos, no podemos decir otra cosa aquí, en general, sino que sean significantes y expresivos, de estructura simple, con inscripciones claras y breves, a fin de que a la más ligera mirada surtan el efecto para el que se construyen».17 En otros términos, podemos decir que, si respecto a la naturaleza del monumento no podemos expresar otra cosa que una tautología, un monumento es un monumento, podemos, sin embargo, establecer condiciones en el contorno que, aun no pronunciándose sobre la naturaleza del monumento, iluminen sus características tipológicas y compositivas. Estas características son también en gran parte de naturaleza urbana: pero son, además, condiciones de la arquitectura, es decir, de la composición.

Y éste es un aspecto de fondo sobre el que se volverá más adelante.

En fin, no podemos insistir aquí en que, en la concepción ilustrada, clasificaciones y principios no fueran más que un aspecto general de la arquitectura y ésta, en su hacerse concreto y en su ser juzgada, perteneciese a cada obra y a cada artista. Justamente Milizia ridiculiza a los constructores de órdenes arquitectónicos sociales y a los proveedores de modelos objetivos de organización y de compendio de la arquitectura, como debían producirse desde el romanticismo en adelante, cuando afirma que «[...] Derivar la distribución arquitectónica de las celdas de las abejas es un ir a la caza de insectos [...]».18 También aquí el orden abstracto de la organización y la referencia a la naturaleza, temas que serán fundamentales en todo el desarrollo sucesivo del pensamiento arquitectónico y que. ya he indicado en sus dos aspectos de organicismo y funcionalismo vinculados a la misma matriz romántica son tomados en un aspecto único. En cuanto a la concreción, Milizia ha escrito también: «[ ... ] En su prodigiosa variedad, la distribución no puede ser siempre regulada por preceptos físicos y constantes, y por consiguiente debe ser de suma dificultad. De ahí que la mayor parte de los arquitectos más ilustres, cuando han querido tratar de la distribución, hayan exhibido más bien, diseños y descripciones de sus edificios y no reglas para poder instruir». 19

Este pasaje muestra claramente que la función a que se refería más arriba es entendida aquí como relación y no como esquema de organización; como tal es completamente desechada. En tanto que se buscan reglas que puedan transmitir los principios de la arquitectura.

 

 

 

6. Complejidad de los hechos urbanos

Intentaré ahora hacer explícitas algunas cuestiones surgidas al exponer las teorías tratadas en las páginas precedentes, haciendo resaltar los puntos sobre los que intento desarrollar el presente estudio.

La primera cuestión considerada ha sido tomada de los geógrafos de la escuela francesa; he dicho que éstos, después de haber puesto a punto un buen sistema descriptivo, se detienen ante el análisis de la estructura de la ciudad.

Me refería en particular a la obra de George Chabot, para el cual la ciudad es una totalidad que se construye por sí misma y en la cual todos los elementos concurren a formar I’âme de la cité. Creo que ello es uno de los más importantes puntos de llegada en el estudio de la ciudad; punto que hay que tener presente para ver concretamente la estructura del hecho urbano.

¿Cómo se concilia éste con su estudio de la función?

La respuesta, implícita ya en el análisis desarrollado hasta aquí, está sugerida parcialmente por la crítica de Max Sorre en la recensión al libro de Chabot. Sorre ha escrito que, en sustancia, para Chabot «La vie seule explique la vie». Ello significa que si la ciudad se explica en sí misma, entonces el clasificarla por funciones no constituye una explicación, sino que retorna a un sistema descriptivo. La respuesta entonces puede ser formulada del siguiente modo: la descripción de la función es fácilmente verificable, es un instrumento como todo el estudio de la morfología urbana; además, no poniendo elemento alguno de continuidad entre el genre de vie y la estructura urbana, como quieren por el contrario los funcionalistas ingenuos, éste parece uno de los elementos de análisis posible como tantos otros.

De estos estudios mantendremos firme, pues, el concepto de la ciudad como totalidad y de la posibilidad de acercarnos a Ia comprensión de esta totalidad mediante el estudio de sus diversas manifestaciones de su comportamiento.

Del análisis de Tricart he creído ilustrar la importancia del estudio de la ciudad cuando éste parte del contenido social; el análisis del contenido social permite iluminar el significado de la Revolución urbana de modo concreto. He acentuado los aspectos de esta investigación en el sentido de la topografía urbana, y por ello del estudio de la formación de los límites y del valor del suelo urbano como elemento base de la ciudad; veremos más adelante aspectos de este problema desde el punto de vista de la teoría económica.

En cuanto a la investigación de Lavedan, se podrían anticipa las siguientes cuestiones: si la estructura comprendida por Lavedan es una estructura material, formada por calles, por monumentos, etc., ¿en qué sentido puede ser relacionada con el objeto de esta investigación como hemos anunciado aquí? La estructura, como es entendida por Lavedan, se aproxima a la estructura de. los hechos urbanos investigada aquí en cuanto que recoge el concepto de Poète de la persistencia del plano y de la generatriz del plano. Recuérdese, además, que las generatrices son de naturaleza material y mental; no son catalogables en el sentido de funciones. Y puesto que cada función es deducible a través de una forma, la cual finalmente es la posibilidad de existencia de un hecho urbano, podemos afirmar que, en cada caso, una forma, un elemento urbano permite una recogida de información; y si esta forma es posible, también lo es pensar que un hecho urbano determinado permanezca con ella y que sea quizá, como veremos, precisamente todo lo que permanece en un conjunto de transformaciones que constituyen un hecho urbano por excelencia.

 

 

 

Ya me he ocupado del aspecto negativo de las clasificaciones del funcionalismo ingenuo; podemos repetir, pues, que éstas pueden aceptarse en algunos casos aunque no vayan más allá de los límites manualísticos en los cuales las aceptamos. Clasificaciones de este tipo presuponen que todos los hechos urbanos están constituidos por cierta función de modo estático y que su misma estructura es coincidente con la función que ellos desarrollan en determinado momento.

Sostenemos, por el contrario, que la ciudad es algo que permanece a través de sus transformaciones, y las funciones, simples o múltiples, a las que ésta progresivamente lleva a cumplimiento son momentos en la realidad de su estructura. La función viene entonces entendida sólo en su significado de relación más compleja entre varios órdenes de hechos descartando una interpretación de relaciones lineales entre causa y efecto que son desmentidas por la realidad.

Una relación de este tipo es diferente, desde luego, de la de «uso» y de la de «organización».

Es necesario ahora introducir también algunas objeciones a un lenguaje y a un modo de lectura de la ciudad y de los hechos urbanos que constituye grave estorbo para la investigación urbana. Este modo está, por diversos caminos, relacionado con el funcionalismo ingenuo por una parte y con el romanticismo arquitectónico por otra.

Me refiero a los dos términos orgánico y racional, tomados del lenguaje de la arquitectura, los cuales mientras que presentan indudable validez histórica para definir cierto estilo o tipo de la arquitectura respecto de otro, no sirven completamente para aclarar los conceptos y para comprender de alguna manera los hechos urbanos.

El término orgánico está tomado de la biología; ya he dicho cómo en la base del funcionalismo de Ratzel había la hipótesis de asemejar la ciudad a un órgano y de admitir que la función constituye la forma del órgano mismo:20 Esta hipótesis de naturaleza fisiológica es tan brillante como irreductible a la estructura de los hechos urbanos y, también, al proyectar arquitectónico. (Pero esta observación merecería un desarrollo diferente.) Al lenguaje orgánico hacen referencia los términos de: organismo, crecimiento orgánico, tejido urbano, etc. Los paralelos entre la ciudad y el organismo humano y los procesos del mundo biológico han sido también teorizados pero abandonados en seguida en los estudios ecológicos más serios. La terminología, sin embargo, se ha difundido bastante entre los técnicos hasta el punto de parecer, a- primera vista íntimamente unido a la materia de que se trata; y muchos conseguirían a duras penas no usar términos como organismo arquitectónico y sustituirlos por términos más apropiados como edificio. Lo mismo se puede decir del tejido. Piénsese que a veces algunos autores definen como «orgánica» tout court la arquitectura moderna. Por su carácter brillante esta terminología ha pasado rápidamente de los estudios serios21 al profesionalismo y al periodismo.

No menos imprecisas son las expresiones de la corriente racionalista; de por sí mismo, hablar de una urbanística racional es una mera tautología, siendo condición de la urbanística precisamente la racionalización de las elecciones espaciales. Las definiciones «racionalistas» tienen, sin embargo, el mérito indudable de referirse siempre a la urbanística como disciplina (justamente por su carácter de racionalidad) y por esto ofrecer una terminología de eficacia sin más superior. Decir que la ciudad medieval es «orgánica» significa una absoluta ignorancia de la estructura política, religiosa, económica, etc., de la ciudad medieval así como de su estructura espacial; decir, al contrario, que una planta de Mileto es racional es cierto, si bien resulta general de tan genérica y no nos ofrece ninguna noción concreta de la planta de Mileto (además del equívoco de confundir la racionalidad con algunos esquemas geométricos simples).

Uno y otro aspectos son criticados muy bien por la frase de Milizia que he referido (« [...] Derivar la distribución arquitectónica de las celdas de las abejas es como ir a la caza de insectos»).

Pero si bien todas estas expresiones poseen indudable capacidad expresiva poética, y como tales pueden ser objeto de nuestro interés, nada tienen que hacer con la teoría de los hechos urbanos; son, por el contrario, vehículos de confusión, y conviene, por lo tanto, dejarlos estar completamente.

 

 

 

Se ha dicho que los hechos urbanos son complejos; decir esto equivale a decir que tienen componentes y que cada componente tendrá un valor diverso. (Así como hablando del elemento tipológico hemos dicho que «desempeña su propio papel en el modelo»; aunque en otros términos, también la constante tipológica es una componente.)

Se podría querer que yo diese en seguida una lectura de la ciudad sobre la base de la teoría de los hechos urbanos y por ello de su estructura, pero es necesario llegar a la precisión en los modos posibles- e ir progresando sucesivamente.

También se podría preguntar de qué manera concreta son complejos los hechos urbanos. He contestado en parte a esta pregunta en las páginas precedentes analizando la teoría de Chabot y de Poéte. Del primero, cuando se detiene ante la constatación de I'âme de la cité, y del segundo, poniendo de relieve la importancia de conceptos como la permanencia; habrá que convenir que estas afirmaciones están más allá del funcionalismo ingenuo y se aproximan a la cualidad de los hechos urbanos. Por otra parte, no se ha pensado mucho en esta cualidad la cual emerge a la vista sólo en las investigaciones históricas. Aquí también se ha dado un decisivo paso adelante recogiendo y sosteniendo la afirmación de que la naturaleza de los hechos urbanos es bastante semejante a la de la obra de arte y sobre todo de que en el carácter colectivo de los hechos urbanos hay el elemento principal para su comprensión.

Sobre la base de todo ello, creo estar en condiciones de delinear un tipo de lectura de la estructura urbana, pero antes de hacerlo es necesario formularnos dos cuestiones de carácter general.

1- Desde qué punto de vista es posible llevar a cabo una lectura de la ciudad y cuántos modos hay para captar su estructura. Si es posible, decir qué significa que esta lectura es de tipo interdisciplinario y si alguna disciplina tiene carácter relevante respecto de las otras. Como se ve, más bien se trata de un grupo de cuestiones relacionadas entre sí.

2- Cuáles son las posibilidades de autonomía de una ciencia urbana.

De las dos cuestiones, la segunda es mucho más decisiva. De hecho, si existe una ciencia urbana el primer grupo de cuestiones acaba teniendo poco sentido; lo que hoy en esta especie de estudios oímos frecuentemente definir como interdisciplinariedad no será otra cosa, como no lo es, sino un problema de especialización, como sucede en cualquier campo del saber relativamente a un objeto específico.

Ahora bien, para responder positivamente a la segunda pregunta es necesario admitir que la ciudad se construye en su totalidad esto es, que todas sus componentes participan en la construcción de un hecho. En otros términos, muy generales, se puede decir que la ciudad es el progreso de la razón humana (en cuanto cosa humana por excelencia), y esta frase tiene sentido sólo en el momento en que iluminamos la cuestión fundamental, y es que la ciudad y todo hecho urbano son por su naturaleza colectivos. Muchas veces me he preguntado por qué sóIo los historiadores nos dan un cuadro completo de la ciudad: creo poder responder que esto sucede porque los historiadores se ocupan del hecho urbano en su totalidad. Cualquier historia de una ciudad hecha por una persona de buena cultura y diligente en la recogida de los datos, nos presenta hechos urbanos de manera satisfactoria. Sé que después de tal incendio, la ciudad de Londres pensó en tales obras, y cómo nació la idea de estas obras y cómo algunas fueron aceptadas, otras desechadas. Y así sucesivamente.

 

 

 

7. La teoría de la permanencia y los monumentos

Pero es evidente que pensar en la ciencia urbana como en una ciencia histórica es equivocado; porque en este caso tendríamos que hablar solamente de historia urbana, en tanto que lo que aquí queremos decir es simplemente esto: que la historia urbana parece siempre más satisfactoria, hasta desde el punto de vista de la estructura urbana, que cualquier otra indagación o investigación sobre la ciudad. Me ocuparé más adelante de manera particular de la contribución histórica a la ciencia urbana examinando contribuciones a los problemas de la ciudad que nacen de consideraciones históricas, mas puesto que este problema es de la máxima importancia, no estará mal anticipar en seguida algunas consideraciones particulares.

Estas consideraciones atañen a la teoría de las permanencias de Poète y de Lavedan; teoría que he expuesto en las páginas precedentes. Veremos además que la teoría de las permanencias está en parte relacionada con la hipótesis, que ya he anticipado al comienzo, de la ciudad como manufactura. Para estas consideraciones debemos tener presente, además, que la diferencia entre pasado y futuro desde el punto de vista de la teoría del conocimiento consiste precisamente en el hecho de que el pasado es en parte experimentado ahora y que, desde el punto de vista de la ciencia urbana, puede ser éste el significado que hay quedar a las permanencias; éstas son un pasado que aún experimentamos.

Sobre este punto la teoría de Poète no es tan explícita. Intentaré exponerla nuevamente en pocas líneas.

Aunque se trate de una teoría construida sobre muchas hipótesis, entre las cuales hay hipótesis económicas relativas a la evolución de la ciudad, es sustancialmente una teoría histórica y está centrada alrededor del fenómeno de las persistencias. Las persistencias se advierten a través de los monumentos, los signos físicos del pasado, pero también a través de la persistencia de los trazados y del plano. Este último punto es el descubrimiento más importante de Poète; las ciudades permanecen sobre ejes de desarrollo, mantienen la posición de sus trazados, crecen según la dirección y con el significado de hechos más antiguos que los actuales, remotos, a menudo. Muchas veces estos hechos permanecen, están dotados de vitalidad continua, y a veces se destruyen; queda entonces la permanencia de las formas, los signos físicos del locus. La permanencia más significativa está dada así por las calles y por el plano; el plano permanece bajo niveles diversos se diferencia en las atribuciones, a menudo se deforma, pero sustancialmente no cambia de sitio. Esta es la parte más válida de la teoría de Poète; nace esencialmente del estudio de la historia, si bien no podemos definirla completamente como una teoría histórica.

A primera vista puede parecer que las permanencias absorben toda la continuidad de los hechos urbanos, pero sustancialmente no es así porque en la ciudad no todo permanece, o lo hace con modalidades tan diferentes que a menudo no son confrontables.

De hecho, en este sentido el método de las permanencias para explicar un hecho urbano está obligado a considerarlo fuera de las acciones presentes que lo modifican; es sustancialmente un método aislador. El método histórico acaba así no ya individualizando Ias permanencias, sino estando constituido siempre y solamente por las permanencias, puesto que sólo ellas pueden mostrar lo que la ciudad ha sido por todo aquello en que su pasado difiere del presente. Entonces las permanencias pueden convertirse, respecto del estado de la ciudad, en hechos aisladores y anómalos, no pueden caracterizar un sistema sino en forma de un pasado que experimentamos aún.

Acerca de este punto el problema de las permanencias presenta dos vertientes; por un lado los elementos permanentes pueden ser considerados como, elementos patológicos; por el otro, elementos propulsors. O bien nos servimos de estos hechos, para intentar comprender la ciudad en su totalidad o acabamos quedando atados por una serie de hechos que no podremos relacionar después con un sistema urbano.

 

 

 

Me doy cuenta de que no he hecho de manera bastante evidente la distinción que hay entre los elementos permanentes de modo vital y los que hay que considerar como elementos patológicos. Intentaré anticipar todavía algunas observaciones aunque no sistematicamente; en las primeras páginas de este estudio he hablado del Palazzo dalla Ragione de Padua y he puesto de relieve su carácter permanente; aquí la permanencia no significa sólo que en este monumento se experimenta aún la forma del pasado, que la forma física del pasado ha asumido funciones diferentes y ha continuado funcionando condicionando aquel contorno urbano y constituyendo siempre un foco importante del mismo. En parte este edificio es aún usado aunque todo el mundo está convencido de que se trata de una obra de arte, se encuentra normal que en la planta baja dicho palacio funcione casi como un mercado al por menor y ello prueba su vitalidad. Tomemos la Alhambra de Granada; no alberga ya ni a los reyes moros ni a los reyes castellanos, aunque si aceptáramos las clasificaciones funcionalistas deberíamos declarar que eso constituye la principal función urbana de Granada. Es evidente que en Granada experimentamos la forma del pasado de manera completamente diferente de como la podemos experimentar en Padua (o si no completamente, al menos en gran parte). En el primer caso, la forma del pasado ha asumido una función diferente, pero está íntimamente en la ciudad, se ha modificado y es correcto pensar que podría modificarse aún; en el segundo, está por así decirlo aislada en la ciudad, nada se le puede añadir, constituye una experiencia tan esencial que no se puede modificar (consideremos en este sentido el fracaso sustancial del palacio de Carlos V, que podría ser destruido tranquilamente); pero, en los dos casos, estos hechos urbanos son una parte insuprimible de la ciudad, porque constituyen la ciudad.

En este ejemplo he desarrollado argumentos que aproximan aún más y admirablemente un hecho urbano persistente, a un monumento; de hecho, podría haber hablado del palacio ducal de Venecia, o del teatro de Nimes o de la mezquita de Córdoba y el argumento no hubiera cambiado. Desde luego me inclino a creer que los hechos urbanos persistentes se identifican con los monumentos; y que los monumentos son persistentes en la ciudad y efectivamente persisten aún físicamente. (Excepto, al fin y al cabo, en casos bastante particulares.)

Esta persistencia y permanencia viene dada por su valor constitutivo; por la historia y el arte, por el ser y la memoria.

Más adelante expondré varias consideraciones sobre los monumentos.

Aquí podemos constatar finalmente la diferencia de la permanencia histórica en cuanto forma de un pasado que experimentamos aún y Ia permanencia como elemento patológico, como algo aislado y anómalo.

Esta última forma está constituida en gran parte y ampliamente por el «ambiente», cuando el ambiente es concebido como el permanecer de una función en sí misma aislada en lo sucesivo de la estructura, como anacronismo respecto de la evolución técnica y social. Es notable que, generalmente, cuando se habla de ambiente nos refiramos a un conjunto predominantemente residencial. En este sentido, la conservación del ambiente va contra el proceso dinámico real de la ciudad; las llamadas conservaciones ambientales están en relación con los valores de la ciudad en el tiempo como el cuerpo embalsamado de un santo lo está a la imagen de su personalidad histórica.

En las conservaciones ambientales hay una especie de naturalismo urbano; admito que ello pueda dar lugar a imágenes sugestivas y que, por ejemplo, la visita a una ciudad muerta (admitido que esto pueda suceder en ciertas dimensiones) puede ser una experiencia única, pero nos encontramos aquí completamente fuera de un pasado que experimentamos todavía.

También estoy dispuesto a admitir que reconocer sólo a los monumentos una intencionalidad estética efectiva hasta ponerlos como elementos fijos de una estructura urbana pueda ser una simplificación; es indudable que hasta admitiendo la hipótesis de la ciudad como manufactura y como obra de arte en su totalidad se pueda encontrar una legitimidad de expresión igual en un edificio de viviendas o en cualquier obra menor que en un monumento. Pero cuestiones de, este tipo: nos llevarían demasiado lejos; aquí sólo quiero afirmar que el proceso dinámico de la ciudad tiende más a la evolución que a la conservación, y que en la evolución los monumentos se conservan y representan hechos propulsores del mismo desarrollo. Y esto es un hecho verificable, lo queramos o no.

Me refiero, naturalmente, a las ciudades normales que tienen un proceso de desarrollo ininterrumpido; los problemas de las ,ciudades muertas se relacionan sólo tangencialmente con la ciencia urbana, están más bien relacionadas con el historiador y el arqueólogo. Pero considero al menos abstracto el querer reducir o considerar los hechos urbanos como hechos arqueológicos.

Además, he intentado ya demostrar que la función es insuficiente para definir la continuidad de los hechos urbanos, y si el origen de la constitución tipológica de los hechos urbanos es simplemente la función, no se explica ningún fenómeno de supervivencia; una función está siempre caracterizada en el tiempo y en la sociedad; lo que depende estrictamente de ella no puede sino ir unido a su desarrollo.

Un hecho urbano determinado por una función solamente no es disfrutable fuera de la explicación de aquella función. En realidad, nosotros continuamos disfrutando de los elementos cuya función ya se ha perdido desde hace tiempo; el valor de estos hechos reside entonces únicamente en su forma. Su forma participa íntimamente de la forma general de la ciudad, es por así decirlo una variante de ella; a menudo estos hechos van estrechamente vinculados a los elementos constitutivos, a los fundamentos de la ciudad, y éstos se reencuentran en los monumentos. Basta introducir los elementos principales que emergen en estas cuestiones para ver la extrema importancia del parámetro del tiempo en el estudio de los hechos urbanos; pensar en un hecho urbano cualquiera como algo definido en el tiempo constituye una de las aproximaciones más graves que es posible hacer en el campo de nuestros estudios.

La forma de la ciudad siempre es la forma de un tiempo de la ciudad; y hay muchos tiempos en la forma de la ciudad. En el mismo curso de la vida de un hombre la ciudad cambia de rostro a su alrededor, las referencias no son las mismas; Baudelaire escribió: «Le vieux Paris n'est plus; la forme d'une ville change plus vite, hélas, que le coeur d'un mortel». 21

Contemplamos como increíblemente viejas las casas de nuestra infancia; y la ciudad que cambia cancela a menudo nuestros recuerdos.

 

 

 

Las consideraciones hechas hasta aquí nos permiten intentar un tipo de lectura de la ciudad.

Vemos la ciudad como una arquitectura de la que destacamos varios componentes, principalmente la residencia y los elementos primarios. Este es el planteamiento que desarrollaré en las páginas siguientes partiendo del concepto de área-estudio.

Admitimos que la residencia constituye la parte mayor de la superficie urbana y que presentando ésta raramente caracteres de permanencia será estudiada en su evolución o juntamente con el área sobre la cual se encuentra; así, hablaré también de área-residencia.

Reconocemos en cambio a los elementos primarios un carácter decisivo en la formación y en la constitución de la ciudad.

Este carácter decisivo puede ser advertido también, y a menudo, por su carácter permanente. Entre los elementos primarios tienen particular papel los monumentos.

Intentaremos a continuación ver qué parte tienen efectivamente estos elementos primarios en la estructura de los hechos urbanos y por qué motivos los hechos urbanos pueden ser considerados como obra de arte o, al menos, cómo la estructura general de la ciudad es semejante a una obra de arte. El análisis que hemos realizado precedentemente de algunos autores y de algunos hechos urbanos nos ha conducido a reconocer esta constitución general de la ciudad y los motivos de su arquitectura.

Nada hay de nuevo en todo ello, y me he valido de las contribuciones más diferentes para proceder a la formación de una teoría de los hechos urbanos que corresponda a la realidad. Por ello considero algunos de los temas discutidos aquí, como los de la función, de la permanencia, de la clasificación y de la tipología, como particularmente significativos.

Sé que todos estos temas merecerían un desarrollo particular; pero aquí me urge delinear sobre todo el esquema de la arquitectura de la ciudad y afrontar algunos problemas de su constitución total.