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Urbanística I

Formas urbanas de la ciudad contemporánea

TAP 8

Cursos doctorado y Master

Curso COAA

 

 

 

EL PAISAJE DE LA CAMPIÑA Y EL DE LA CIUDAD

Lewis MUMFORD

DURANTE la última generación se ha operado un cambio en nuestro concepto de espacios abiertos en relación con los alrededores urbanos y regionales. La gente en el siglo XIX tenía conciencia, en especial, de la función higiénica y saludable de los espacios abiertos. Hasta Camilo Sitte, un líder de la apreciación estética de las ciudades, llamó a los parques interiores de las mismas "verdes saludables". Con el fin de compensar el aumento de congestión y desorden de la ciudad, se dispusieron parques con mucho paisaje, más o menos en la forma en que la aristocracia la había promovido para sus propiedades privadas en el campo. El valor recreativo de estos parques con paisajes era indiscutido y además, servían como barreras contra la extensión de la ciudad como masa urbana compacta. Pero con excepción de las clases ociosas, estos parques eran utilizados con preferencia los domingos y feriados; y no se hizo ningún esfuerzo similar para proveer espacios abiertos más íntimos en cada barrio, donde los niños pudieran cavar y jugar, donde los adultos pudieran descansar de vez en cuando durante la semana, sin necesidad de hacer un viaje especial.

Dadas, las altas densidades para las viviendas que han prevalecido en las grandes ciudades, era sin duda natural que se hubiera subrayado la necesidad biológica de espacios abiertos: esto reconoció el valor del sol, del aire puro, libertad de acción para promover la salud y la necesidad psicológica de ver y aspirar el verde del pasto, de los arbustos, flores y árboles a cielo abierto. El parque no fue tratado como una parte integral de los alrededores urbanos sino como un lugar de refugio cuyo mayor valor se derivaba del contraste con la colmena urbana, ruidosa, populosa y polvorienta. Tan empobrecida estaba 1a mayor parte de las ciudades, excepto donde habían heredado aristocráticos parques, plazas residenciales abiertas y campos de juego, de siglos anteriores, que los espacios abierto, llegaron a ser tratados como si su valor fuera directamente proporcional a su superficie, sin mucha consideración al acceso, a la frecuencia con que eran utilizados, o al efecto que producían al alterar la textura de la vida urbana. Aquellos que se sentían cada vez más privados de los jardines y parques, esenciales para la vida urbana, se mudaban si tenían medios, a un suburbio arbolado; y por el mismo hecho de buscar una solución tan simple, permitieron que la ciudad se congestionara más y ayudaron a que el campo se alejara cada vez más de su centro.

Hoy, nuestra apreciación de la función biológica de los campos abiertos debería ser aun más profunda, ahora que su función de sostener la vida está amenazada por la contaminación radioactiva y el aire mismo alrededor de cada centro urbano está lleno de residuos de sustancias que producen el cáncer. Pero además sabemos que los espacios libres también tienen una función especial que cumplir, que la simple exigencia de un refugio abierto pasa por alto muy a menudo.

Para comprender cuán importante es el papel social de un espacio abierto, tenemos que tomar en cuenta tres grandes cambios que han tenido lugar durante la última centuria. Primero un cambio en el modo de la residencia humana, provocado por el transporte rápido y los instantáneos medios de comunicación. Como resultado, la congestión física ya no es la única manera de hacer que una gran población entre en íntimo contacto y cooperación. Esto produjo un segundo cambio en la distribución integral de la ciudad donde quiera que haya tierra suficiente y esté disponible a precios razonables, porque en los suburbios que han estado creciendo con tanta rapidez alrededor de los grandes centros, hay edificios que, en teoría, se levantan como estructuras aisladas en paisajes semejantes a un parque. Con demasiada frecuencia los árboles y jardines se desvanecen ante la creciente presión de la población, a pesar de que persiste la estructura extendida, abierta, individualista, casi antisocial en su dispersión y variada conformación. El tercer gran cambio es la reducción general de las horas laborables, conjuntamente con un aumento de cambios en el trabajo mismo de ocupaciones industriales a servicios y vocaciones profesionales. En lugar de estar enfrentados a una pequeña clase ociosa, tenemos ahora que proveer facilidades, recreativas a toda una población ociosa. Y si esta emancipación de una tarea incesante no ha de convertirse en una maldición, debemos crear toda una serie completa de sustitutos a los sedantes y anestésicos que ahora se ofrecen: especialmente la anestesia de la locomoción cada vez más veloz y una retribución cada vez menor en placer estético y finalidades, con sentido. Al enfrentarnos con este desafío, podríamos volver a examinar la experiencia de las aristocracias históricas que, cuando no estaban envueltas en violencias y destrucción sin objeto, dedicaban mucho de su energía a la audaz transformación de todo el paisaje. Una vez aceptado el desafío de crear un medio ambiente tan rico en recursos humanos que nadie se alejaría de él por voluntad propia, ni siquiera en forma temporal por unas vacaciones astronáuticas, debemos cambiar por completo el molde de la residencia humana. El sueño de Ebenezer Howard, las ciudades-jardines, se extenderá a la perspectiva de una civilización-jardín.

Hasta ahora muy poco del planeamiento que fue proyectado o logrado durante la última generación ha tenido en cuenta esta situación. En verdad, la obra principal que se ha llevado a cabo en la expansión urbana y en la construcción de carreteras, ha sido realizada bajo una curiosa compulsión para servir a la máquina más que para responder a las necesidades humanas. Si no se introducen ideas nuevas, el continuo crecimiento de áreas suburbanas aisladas minará nuestras ciudades históricas y desfigurará los paisajes naturales, creando una gran masa de tejido urbano de baja graduación e indiferenciada, que, para realizar hasta las mínimas funciones de la ciudad impondrá una cantidad máxima de locomoción privada, y acaso, llevará la campiña cada vez más lejos, hasta de las zonas suburbanas.

Este tipo de espacio abierto y poca densidad es el otro nombre de la desintegración social y cívica, tal como la que encontramos en nuestras grandes ciudades, por ejemplo, Los Angeles. Entre tanto, los grandes parques con paisajes en el corazón de nuestras antiguas ciudades son, con demasiada frecuencia, descuidados aun cuando un largo viaje en automóvil nos lleva a un destino con frecuencia mucho menos atractivo. Mientras sucede esto, las zonas de recreación más distantes con bosques, lagos, o mar, se tambalean bajo una congestión de fin de semana que quitan encanto a su valor recreativo, porque el automóvil trae a esta distante zona la población acumulada, no de una sola ciudad, sino de toda una región.

Como un resultado de estos, cambios, en particular de nuestra sobrestimación del movimiento y nuestra subestimación del afincamiento, las mismas palabras parque y campo han adquirido un nuevo significado. Park ahora significa, en general, un desierto de asfalto destinado a ser un espacio para almacenaje temporario de automóviles; en tanto que field, significa, otro tipo de desierto artificial, una zona árida compuesta de grandes franjas de concreto, vibrante de ruido, dedicada a la llegada y partida de los aeroplanos. Desde parks, y fields, se despliegan anchas cintas de concreto que buscan aumentar la velocidad del viaje entre puntos distantes, sin importarles sacrificar los placeres estéticos o las oportunidades sociales. Y si nuestro actual sistema de desarrollo continúa sin un cambio profundo en nuestros modernos conceptos de planeamiento y valores, el resultado final será un desperdicio de tierra universal, inepto para habitación humana, no mejor que la superficie de la Luna. No es de extrañar que la gente juegue con proyectos para explorar el espacio exterior: hemos estado convirtiendo el paisaje alrededor de las grandes ciudades en meras plataformas para lanzamientos, y nuestros largos viajes diarios en los apretados interiores de los automóviles, son excursiones preparatorias para los aun más entumecedores y comatosos viajes en cohetes voladores.

Tal vez el primer paso hacia la recuperación de nuestras almas, será volver a poseer y replanear todo el paisaje. Apartarse de los procesos vitales, crecimiento y reproducción; preferir la desintegración, lo accidental y el azar, a la forma y orden orgánicos es cometer un suicidio colectivo; y por la misma razón, para crear un contra-movimiento a las irracionalidades y amenazas de exterminio de nuestra época, debemos acercarnos una vez más al orden curativo de la naturaleza, modificada por los diseños humanos.

Ha llegado, entonces, el momento de concebir sustitutos para los clisés clásico y romántico del pasado, y para el aún más estéril clisé de los "tragadores-de-espacio" mecánicos, que destruirán todos los recursos estéticos del paisaje en su esfuerzo para capacitar a decenas de miles de personas para concentrarse en un punto distante al mismo tiempo; y cuando los turistas de fin de semana lleguen a ese punto, sólo pueden reproducir las congestionadas condiciones y las banales diversiones de la comunidad, de la que han hecho desesperados esfuerzos para escapar. No es mediante un mero incremento cuantitativo en las playas de estacionamiento actuales, sino mediante un comprensivo cambio en todo el patrón de vida, que se cumplirá por completo la función social de los espacios libres.

Y en primer lugar, tenemos que pensar que 1os espacios abiertos, para esparcimiento, fuera de las existentes zonas urbanas, ya no están representados en forma apropiada por los, pocos parques con paisaje o reservas rurales, por muy grandes que sean; nada que sea menor que toda una región, cuya mayor parte esté en un estado de crecimiento natural y cultivo útil, será suficiente para enfrentar las necesidades de nuestro nuevo estilo de recreación abierto a la mayoría de la población. La tarea pública más importante, alrededor de todos los centros urbanos en crecimiento, y mucho más allá, es reservar zonas, abiertas permanentes, capaces de ser dedicadas a la agricultura, horticultura, e industrias rurales afines. Estas zonas deberían establecerse en una forma tal que evitaran el enlace de una zona urbana con otra. Dentro de su área metropolitana, esto ha sido llevado a cabo en forma notable en Estocolmo, y en no menor grado en los Países Bajos, como entidad regional. ¡Concurra a los campos de tulipanes, cuando florecen en primavera!

Aun cuando la provisión de cinturones verdes urbanos satisfacen en parte nuestras nuevas exigencias, ahora no debemos pensar sólo en los cinturones verdes sino en un campo verde permanente, dedicado a los usos rurales, ya sea que entre dentro del control público o permanezca en manos privadas. Para las recreaciones de fin de semana, todo el paisaje regional se ha convertido, en realidad, en un parque paisaje. Esa área es demasiada grande para ser adquirida para parque nada más; su conservación bajo el control único estatal o municipal, recargaría el presupuesto más amplio. Pero mediante una disposición legal firme, la tierra puede ser dividida con carácter permanente para usos rurales, de tal manera que mantenga sus valores de esparcimiento, siempre que el sistema de carreteras y las comodidades recreacionales se planeen en tal forma que dispersen la acumulación pasajera de visitantes. La nueva tarea para el arquitecto paisajista es articular todo el paisaje, de manera que cada parte pueda servir de recreo. Además de persuadir a las autoridades públicas a que estabilicen los usos de la tierra agrícola por zonas y disminuir los impuestos urbanos de manera que no sea utilizada sin autorización pública para edificación residencial o industrial, la tarea del arquitecto paisajista será diseñar senderos para peatones, zonas de pic-nic, lugares agradables para los transeúntes frente a riberas, playas y bosques, en tal forma que el público tuviera acceso a todas las partes de la escena rural, sin perturbar el ritmo económico diario. Se debe pensar en franjas de tierra pública a través de todo el paisaje, haciéndolo, en verdad accesible tanto a los residentes vecinos como a los visitantes de los días feriados. En Holanda hay un principio de este nuevo proceso de utilizar todo el paisaje como una facilidad recreativa en la disposición de senderos para bicicletas, y subsiste en ciertas partes de Inglaterra, como remanente de una época anterior, con un sistema de senderos públicos para peatones sobre las colinas y pequeños valles, a través del campo y los bosques, que sólo necesitan ser un poco ensanchados, entre seis y quince metros, proveyendo una amplitud para las necesidades públicas sin restringir los usos agrícolas.

Esa misma clase de planificación se aplicaría a los caminos para automóviles una vez logrado el objeto, no de un máximo de velocidad, sino el de un mayor descanso y belleza en marchas lentas destinadas a panoramas abiertos, y persuadir al conductor de que no debe buscar un punto lejano a alta velocidad, sino demorarse donde hay sombra y rico follaje y aire aromado que le pertenecen sin hacer ningún esfuerzo. Hasta en el proyecto de las carreteras para tránsito ligero, esos valores recreativos que no tienen nada que ver con la velocidad, pueden ser traídos a escena por un arquitecto paisajista capaz. Así el diseño del Taconic Parkway en el Estado de New York, siguiendo el camino de la montaña en grandes curvas, muy tupido de arbustos con flores, y abriendo amplios panoramas de cuando en cuando, hacia el valle que está abajo, ofrece una especial recompensa al conductor sensible.

Mientras que nuestras facilidades para el transporte en masa son las responsables de abrir toda una región como área recreativa y parque público, el arquitecto paisajista debe desafiar con audacia a las autoridades encargadas de los transportes y a los ingenieros viales, que han hecho un fetiche de la velocidad y que a fin de justificar el costo extravagante de su empresa, buscan atraer la mayor masa de tránsito. La velocidad es el objetivo vulgar de una vida vacía de cualquier otro tipo de interés estético más jerarquizado. Pero si nuestro objeto racional es dispersar el tránsito y evitar la congestión, debemos cambiar nuestro sistema de carreteras, sin construir más rutas de tránsito rápido, sino haciendo o rehabilitando los caminos menores diseñados para responder a una finalidad opuesta; en especial, tentar al conductor a tranquilizarse, a reducir la velocidad, a estirar las piernas y descansar, a dedicar más tiempo a las bellezas naturales que tiene a mano y a poner menos empeño en tratar de llegar cuanto antes a algún punto distante a donde convergen miles de otros automóviles.

Nuestra capacidad de convertir todo el paisaje regional en un parque colectivo, con sus facilidades recreativas dispersas y accesibles, estará determinada por el éxito que tengan las autoridades públicas en hacer que las partes mal utilizadas o mal cuidadas se conviertan en paisajes más atrayentes, dejando a un lado pequeñas áreas para evitar cualquier congestión o uso excesivo de cualquier punto especial. El gobierno bien podría ofrecer subsidios a los granjeros individuales y a los propietarios de campos para que participen en grandes esquemas de paisajes públicos, como así también pagar el derecho de ensanchamiento de caminos, proporcionando portones, portillos y los cercos que se necesiten para mantener al visitante urbano dentro de las limitaciones. Algo similar al sistema que han logrado los italianos en su política caminera con estaciones individuales a intervalos, ocupadas por un obrero caminero permanente y su familia, y que bien podría aplicarse para proporcionar al paisaje el debido cuidado.

En esta tarea de aplicar un diseño de paisaje a toda una región, a fin de condicionarla para cualquier tipo de recreación, tenemos que encontrar un lugar para el extravertido tanto como para el introvertido; para aquellos que disfrutan más en un lugar público y en presencia de otras personas y para los que son llevados por impulsos más profundos al retraimiento, a la exploración solitaria y a la tranquila contemplación. Hoy, en la mayoría de los países, tendemos a hacer jugar demasiado la importancia de los traslados, satisfacciones y asistencia masiva a espectáculos deportivos. Olvidamos la necesidad de compensar las compulsiones, contrarias de la multitud proporcionando bastante espacio para el recogimiento solitario. Pero el hombre, como observó Emerson, necesita ambas cosas: la sociedad y la soledad; y no poca parte de las funciones sociales de los espacios abiertos, es permanecer abiertos, y no atestados con gente que busca recreación en masa.

Ahora, en esta provisión regional de espacios libres no veo ninguna diferencia entre las necesidades de la metrópoli más congestionada y las de las poblaciones rurales o de los pueblos suburbanos. Porque el transporte en masa por ferrocarril, por ómnibus público y por automóvil, ha extendido el campo creativo mucho más allá de la comunidad local, y por lo menos en potencia ha ensanchado el área de elección. La señal más segura de un mal planeamiento es que, en el mismo esfuerzo para enfrentar un tipo de exigencia en masa, el planificador se siente tentado a establecer un solo patrón de éxito, el de uso cuantitativo, e ignorar la necesidad de la variedad y la elección. Si esto continúa nuestra, área, de recreación en masa se convertirán en algo uniforme, tan monótonas y tan faltas de estímulo psicológico como los barrios urbanos de que quiere evadirse la gente. El buen planteamiento, por otra parte, al ensanchar el campo de recreación, a fin de satisfacer las demandas de una mayor población que exige más comodidad, debe preocuparse con preferencia por lograr una más amplia diferenciación de las actividades humanas y de las formas del paisaje, extrayendo los recursos especiales de cada lugar: aquí el recodo de un río; allí, un paisaje hermoso; o en otra parte, una aldea histórica con una buena hostería cuyo carácter debe preservarse, apartando los caminos de rodados y playas de estacionamiento, ubicándolos alrededor de la villa en lugar de dejarlos apiñarse en su centro. Las visitas otoñales que se hacían a los viñedos en Napa Valley de California, como la visita al monte de los damascos florecidos que una vez fueron posibles en Santa Clara Valley, pueden tener más valor recreativo que una visita a un inútil paisaje de los parques sagrados para sus guardianes. Al permitir que una tierra así sea engullida por los constructores especulativos, nuestra "gran metrópoli" está agotando sus más preciosas fuentes de esparcimiento.

Esto en cuanto a la concepción más amplia de espacios abiertos, ideada sobre un nuevo patrón racional, con una base verde permanente de áreas libres, reservadas para los residentes 1ocales y los visitantes. Si tomamos las medida, políticas necesarias para establecer esta base verde, una gran parte de la presión por escapar de las ciudades congestionadas a un área en apariencia más rural, se verá aliviada porque los valores rurales que el suburbio busca adquirir por medios estrictamente privados -y que en realidad sólo podría lograr una próspera fracción de la población- se convertirá en un rasgo integral de toda comunidad urbana.

Dos movimientos complementarios son ahora necesarios y posibles: uno es ajustar el holgado y disperso patrón del suburbio, convirtiéndolo de un "dormitory" nada más que residencial en una comunidad equilibrada, que se aproxime a una verdadera ciudad-jardín en su variado y parcial autoabastecimiento, con una población más variada y con una industria y comercio local suficiente para mantenerla; y el otro, es disminuir la congestión de la metrópoli, vaciando parte de su población, introduciendo parques, campos para deportes, paseos verdes, jardines privados en los barrios que hemos permitido que se congestionen en magnitud indebida, sin belleza y con frecuencia hostiles a la vida. Aquí también, debemos pensar en un nuevo tipo de ciudad, que tendrá las ventajas biológicas del suburbio, las ventajas sociales de la ciudad y nuevos encantos estéticos que harán justicia a ambos.

Ahora la gran función de la ciudad es dar una forma colectiva a lo que Martin Buber llamó la "relación entre tú y yo": permitir -en verdad, estimular- el mayor, número posible de reuniones, encuentros, competencias, entre varias personas y grupos, proporcionando, por así decirlo, un escenario en donde el drama de la vida social puede realizarse con los actores, quiénes a su vez, toman su turno como espectadores. La función social de los espacios abiertos en la ciudad es reunir a la gente; y como Raymond Unwin demostró en Hampstead Garden Suburb -y Henry Wright y Clarence Stein en forma más decisiva aun en Radburn- cuando los espacios públicos y privados son diseñados en conjunto, este mezclarse y reunirse puede tener lugar bajo las condiciones más agradables posibles, en el barrio. Por desgracia, la misma congestión de la ciudad produce una reacción hasta en la gente más sensata que le hace sobrestimar un ideal cuantitativo de los espacios abiertos; y bajo la influencia de las prácticas suburbanas, que hizo de la intimidad y aislamiento espacial un signo del status de las clases superiores, muchas de las nuevas comunidades, tanto en Norteamérica como en Europa están demasiado holgadas y dispersas para servir a sus finalidades sociales. Hablando desde el punto de vista social, demasiado espacio abierto puede resultar una carga más que una bendición. Es la calidad de estos lugares -su encanto y accesibilidad- lo que importa, más que su gran dimensión.

El problema del suburbio arquetipo de hoy es cambiar algunos de sus excesivos espacios biológicos (jardines) por espacio social (lugar de reuniones); el de la ciudad congestionada es en realidad lo opuesto: debe introducir en sus barrios demasiado edificados, sol, aire fresco, jardines privados, plazas públicas, y paseos para peatones que llenarán las funciones sociales de la ciudad y harán de ella un lugar tan favorable como fue el antiguo suburbio para establecer un hogar permanente y criar hijos. El primer paso para hacer habitables nuestras antiguas ciudades, es reducir sus densidades residenciales, remplazando las zonas decaídas, ahora ocupadas con una densidad de doscientas a quinientas personas por cada cuatro mil metros cuadrados, con viviendas que permitan que hayan parques y jardines como parte integral del proyecto, a una densidad no mayor de ciento veinticinco o a lo sumo de ciento cincuenta personas por cada cuatro mil metros cuadrados, en los barrios con una gran proporción de gente sin hijos. No nos dejemos engañar por la apariencia de la amplitud espacial que pueda lograrse juntando muchas familias en casas de apartamientos de quince pisos. El espacio abstracto que a la vista aparece abierto no es equivalente al espacio abierto funcional que puede ser utilizado como campos de juego y jardines privados. Aquí tenemos una variedad de usos -y en consecuencia una variedad de formas estéticas- que es el signo de un planeamiento inteligente y de un diseño expresivo. Hilera tras hilera de grandes prismas o torres, aun cuando estén bastante apartadas para evitar hacerse sombra unas a otras, crean un ambiente pobre para cualquier tipo de recreación, porque quitan el sol a la zona y destruyen la escala humana íntima y familiar, tan vital para 1os niños y tan agradable para los adultos.

En la restauración o en la nueva creación de espacios urbanos abiertos, hay lugar para muchos experimentos nuevos y diseños audaces, que se apartarán, tanto de los modelos tradicionales como de los que se han convertido en clisés de moda en la forma contemporánea. Y en este terreno, cada ciudad debería sugerir una respuesta diferente: lo que es apropiado para Amsterdam con sus grandes recursos de agua, no sería posible en la misma medida en Madrid. No sólo necesitamos grandes planes, concebidos en forma novedosa, para barrios totalmente nuevos donde hemos extirpado hectáreas de barrios bajos. También necesitamos soluciones fragmentarias que puedan ser aplicadas en una escala pequeña, aprovechando cada oportunidad mínima que se presente, para llegar en el correr de los años, al logro completo de un proyecto mucho más amplio.

Cuando me pregunto qué mejoramiento inmediato haría que mi propia ciudad, New York, fuera más atrayente para vivir otra vez en ella, encuentro dos respuestas: hileras de árboles que den sombra en cada calle, y un pequeño parque -aunque sólo fuera de mil metros cuadrados- en cada manzana, con preferencia cerca de su parte media. Cuando pienso en otra ciudad familiar, Philadelphia, convertiría las callejuelas posteriores en senderos verdes para peatones, entrecruzando la ciudad, ensanchándose en espacios abiertos rodeados por restaurantes, cafés o tiendas, todo aislado del tránsito motorizado. Y lo que se aplica a las manzanas aisladas, se aplica a los barrios. Para tener algún valor recreativo, deben también ser aislados de las avenidas de tránsito motorizado; los sectores del barrio deberían estar unidos por cintas verdes, paseos para peatones, y lugares agradables, tales como ese admirable parque Olmstead diseñado para Back Bay Fens de Boston, que saca ventaja de un pequeño río y de un pantano, para crear una franja continua de verde que une a varios sectores.

Lo que en realidad requieren los espacios libres en los centros urbanos es que se 1os aísle de las emanaciones, del ruido y del perturbador movimiento del tránsito motorizado. El barrio, no la manzana de edificios individuales, es ahora la unidad de diseño urbano, y todos los nuevos esquema para espacios abiertos y tránsito, si quieren merecer aprobación, deben separar por completo al peatón, del automóvil. Cuando esto puede hacerse desde el comienzo, como al principio pareció lograrse en Radburn, New jersey, los caminos para automóviles que dan acceso a los edificios pueden ser reducidos en superficie, y en parte eliminados en tanto que el espacio que así, se ahorra dentro de las supermanzanas puede dedicarse a un parque público para el vecindario. Cuando se toman estas medidas, puede lograrse un uso de la tierra mucho más económico y socialmente valioso, sin el desperdicio en camino, excesivos y retracción de los frentes de 1as casas y márgenes que se encuentran en 1as New Towns británicas, admirables, aun cuando a menudo con una provisión demasiado generosa de cinturas verdes y jardines privados.

Lo que he estado diciendo sobre la función social de los espacios abiertos, puede ahora ser resumido. Para recreaciones de fin de semana debemos tratar la totalidad de la región como un área potencial de parques y hacerla atractiva en muchos puntos, a fin de que la odiosa congestión del lento devanarse del tránsito de fin de semana, disminuya o desaparezca por completo en una distribución regional más parecida a un encaje. En cuanto al uso diario, las mismas exigencias de espacio abierto se aplican tanto a las ciudades más congestionadas, como a 1os suburbios más, expandidos; porque las primeras deben ralearse en beneficio de la salud y el placer, en tanto que las segundas deben concentrarse más en muchos aspectos, en favor de una vida social equilibrada. En las ciudades del futuro, las cintas verdes deben correr a través de todos los barrios, formando una continua red de jardines y paseos, ensanchándose en 1os bordes de la ciudad en cinturones verdes protectores, de manera que el paisaje y el jardín se conviertan en una parte integral de la vida urbana tanto como de la rural, para los días de trabajo como para las vacaciones.

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