EL MEDIO AMBIENTE URBANO: INTERFASE NATURALEZA Y CULTURA.

FRANCISCO PELLICER CORELLANO

Geógrafo. Universidad de Zaragoza.

El medio ambiente de las ciudades es el resultado de la intensa acción humana, muchas veces prolongada y multiforme, sobre un espacio físico reducido que tiene como resultado unas determinadas condiciones para la vida. Cada sociedad, cada cultura, establece una serie de interacciones con los componentes de orden físico y biológico y entre los propios agentes sociales para crear su propio sistema vital.

El ser humano en su actividad modifica las condiciones del medio natural para adaptarlas a sus exigencias y provoca considerables cambios en el medio físico urbano. Los cambios, además de satisfacer determinadas necesidades de la especie humana, tienen muchas veces consecuencias no deseadas o impactos negativos.

El estudio del ecosistema urbano, además de los posibles impactos y el correcto aprovechamiento de los recursos del medio natural, debe tener necesariamente en cuenta los factores económicos, sociales, políticos, la necesaria reglamentación jurídica, etc... . Al tratarse, muchas veces, de comportamientos humanos -actitudes, creencias, esquemas culturales, valores simbólicos, estéticos, afectivos y de identidad, modos de vida,...- no pueden ser analizados, casi nunca, con técnicas cuantitativas y resultan difíciles de medir y comunicar de modo operativo. Sin embargo, son precisamente estas nociones las que hay que comprender mejor si se quiere alcanzar un desarrollo sostenible y pacífico.

Es bien conocido que las interfases son el campo de acción de dos o más sistemas, y como tal, donde se concentran las mayores tensiones y los principales recursos: los de cada uno más los surgidos como conjunto. La ciudad es el espacio donde confluyen de modo preferente el sistema físico natural y el sistema cultural. El medio ambiente urbano puede ser definido como un ecosistema especial, creado fundamentalmente por y para el ser humano, en el que se desarrollan procesos físicos, biológicos y culturales debidos al dinamismo espontaneo de las fuerzas de la naturaleza y, especialmente, a la importante intervención antrópica. Se trata de una frontera repleta de información y de conflictos y fuente de creatividad.

No sólo es posible, sino imperativo gestionar las transformaciones ecológicas, sociales, económicas y políticas que generan los problemas relacionados con el medio ambiente de las ciudades, donde en el año 2000 vivimos el 57% de la población mundial y el 80% de los europeos. Más que saltar de catástrofe en catástrofe, hay que comprender las causas y la naturaleza de tales mecanismos, y evaluar las consecuencias de las decisiones tomadas. Es preciso conocer y transformar la realidad. Este es el objetivo de los programas MOST (Management of Social Transformation) y MAB (Man and Biosphere) que trabajan conjuntamente el el proyecto" Las ciudades: gestión de las transformaciones sociales y del medio ambiente", dando un claro ejemplo de la necesidad de acercamiento entre las ciencias sociales y ecológicas (WILLIAMS,1995).

Fase física.

Desde esta perspectiva, el medio urbano no representa más que un nuevo medio adaptado a las necesidades de la especie dominante humana (RUBLOWSKY, 1967), a las que se someten las condiciones naturales del relieve, el clima y las aguas, así como las especies animales y vegetales. Los ecosistemas urbanos están definidos (SUKOPP y WERNER, 1982) por la elevada producción y el consumo de energía secundaria -puede denominarse como un sistema accionado por combustible, generalmente fósil-; la gran importación y exportación de materiales y la generación de enorme cantidad de desechos; la fuerte contaminación del aire, suelo y agua, y el desarrollo de un clima típicamente urbano, caracterizado sobre todo por el aumento de la temperatura y descenso de la humedad relativa respecto a los terrenos circundantes ("isla térmica urbana"); los cambios en el perfil de la superficie del suelo y en la formación natural del suelo debidos a la pavimentación, rellenado, excavación y compresión y la consiguiente creación del "estrato cultural"; drásticos cambios en el ciclo hidrológico debido a la construcción de redes de abastecimiento, de alcantarillado y de drenaje, extracción de las aguas subterráneas, construcción de superficies impermeables, modificaciones de la red hidrográfica, etc. y los cambios fundamentales en las poblaciones vegetales y animales. Es preciso considerar, asimismo, el incremento del ruido, que alcanza niveles muy superiores a los del entorno, siendo sus principales fuentes el tráfico y las obras, y finalmente, cambios enormes en el paisaje, caracterizado muchas veces por su artificiosidad, patrones prismáticos y ritmos repetitivos, ocultación o desnaturalización de panorámicas (GONZALEZ BERNALDEZ, 1985).

La planificación del medio físico urbano comprende el conjunto de acciones encaminadas al cuidado de la calidad de los sistemas vitales, la previsión y corrección de las repercusiones no deseables de la actividad humana sobre el medio, el estudio de las aptitudes y limitaciones del territorio frente a los diferentes usos y la investigación de los potenciales recursos. Este conjunto de acciones difícilmente puede emprenderse sin la consideración de la fase cultural.

Fase cultural.

La ciudad es ante todo una gran productora de información, entendida ésta como oportunidad de intercambio entre los elementos y factores del sistema. La importancia social y económica de la ciudad reposa en la facilidad de comunicación que ofrece la densidad espacial y la gran variedad de personas e instituciones que pueden explotar estas oportunidades.

La información cultural, a diferencia de la materia y la energía que pueden medirse en unidades sencillas, no puede aprehenderse de forma simple y es difícil de estimar. El análisis de algunas funciones urbanas puede proporcionar algunos indicadores de la capacidad de intercambio de información y de la organización del territorio. La suma de los diferentes grados de diversidad de los diversos componentes de un espacio dado -un barrio, una ciudad,...- puede darnos un índice del grado de organización de un territorio así como de su potencialidad de intercambio de información (RUEDA, 1995). A este índice ha de añadirse el efecto multiplicador de las redes que posibilitan el intercambio de energía, materia e información (infraestructuras viarias, sistemas de comunicación, red eléctrica, gasoductos,...) y el consumo de energía.

La fase cultural se expresa en la estructura urbana. Es el resultado de largos procesos históricos, cuya memoria queda registrada en disposiciones legales, en el sentimiento social, en las estructuras económicas y, materialmente, en el urbanismo y arquitectura, configurando espacios diversos. Desde el punto de vista del medio físico, la estructura representa un condicionante importante para el flujo de materia y energía (modificación del flujo del viento, de la radiación recibida, de las condiciones hidrológicas,...) que condiciona el desarrollo y funcionamiento de la ciudad (canalización del flujo de vehículos y movilidad, por ejemplo). La creación de nueva estructura urbana y la renovación de la existente (reconstrucción, rehabilitación,...) debe hacerse teniendo en cuenta los flujos naturales (limitación de tráfico rodado en los centros históricos no acondicionados para la necesaria disipación de gases tóxicos,...) y los económicos y sociales (accesibilidad a las áreas comerciales, seguridad,...).

Así, pues, la planificación medioambiental implica no solo la consideración de las variables del medio físico sino la contemplación de un conjunto superior de variables, entre las que juegan un papel muy destacado los agentes sociales. Corresponde a éstos, adecuadamente informados y asesorados, y a través de las vías de participación oportunas (representación política, sindical, vecinal, directa,...) definir el modelo de ciudad o lo que casi es lo mismo, el modelo de sociedad en el que desean vivir.

La interfase medio natural y estructura urbana, sujeto de crisis, conflictos e intereses, es uno de los sectores más ricos en cuanto a información sobre la vitalidad económica y ecológica de la ciudad. Es fiel exponente de la calidad ambiental, de la eficacia de la gestión, de la cultura y civismo de sus habitantes, de la intensidad de los procesos especulativos,... . Así concebida, la ciudad se convierte en la representación ambiental de un sistema de relaciones, principio fundamental de toda comprensión global. Solo desde la teoría las relaciones pueden comprenderse los sistemas complejos y discontinuos de las ciudades.

El nuevo orden de la ciudad como retícula compleja, difícilmente definida por confines territoriales y caracterizada por todo tipo de flujos, entre los que destacan por su impronta física los sistemas de transporte vinculados a la energía y movilidad de personas y mercancías, no puede desarrollarse sin el respeto e integración del medio rural circundante y las fuerzas y la dinámica del medio físico sin caer en el despilfarro de los recursos y sin increpar a las catástrofes llamadas naturales. Antes bien, debe invertirse la visión y entender que los barbechos sociales y los espacios rurales y naturales no son puntos donde la trama urbana continua se descomprime. Bien al contrario, ha de pensarse una ciudad donde los espacios abiertos (urbanos, rurales y naturales) sean su nueva trama, una trama a la escala de metrópolis y sus altas relaciones dinámicas (PECSI, 1995).

BIBLIOGRAFIA

GOMEZ OREA, D., 1992, Planificación rural, Editorial Agrícola Española, S.A., MAPA, Madrid.

GONZALEZ BERNALDEZ, F., 1985, Invitación a la ecología humana. La adaptación afectiva al entorno, Ed. Tecnos, Madrid.

LOPEZ DE LUCIO, R., 1993, Ciudad y urbanismo a finales del siglo XX, Universitat de Valencia, 275 pág.

MARGALEF, R., 1991, Teoría de los sistemas ecológicos, Publicacions Universitat de Barcelona.

ODUM, E. P., 1992, Ecología: bases científicas para un nuevo paradigma, Ed. Vedra, Barcelona.

PECSI, R. 1995, La interfase urbano-costera y urbano-rural. Planificación y proyectos. Estrategia a largo plazo para la dotación verde de la ciudad. La formación. Ponencias y comunicaciones del XXII Congreso Nacional de Parques y Jardines. PARJAP, 95. Ajuntament de Valencia. 109-151.

PELLICER, F., 1994, La ordenación del espacio físico, en GARCIA FERNANDEZ. J. (Dir.), Medio Ambiente y Ordenación del Territorio, Fundación Duques de Soria, Grupo Endesa y Universidad de Valladolid, 51-69.

PELLICER, F., 1995, El Medio Ambiente Urbano. En PELLICER, F. y MARIN, J.M., (Dirs), Curso sobre Medio Ambiente Urbano, Ayto. Zaragoza, Univ. Zaragoza, MaB- UNESCO.

PELLICER, F., 1996, Le paysage fluvial des villes méditerranéennes: exemples du Réseau C-6. Colloque International "Fleuve et Patrimoine", 9º Entretiens Jacques Cartier, Quebec, Canadá.

PELLICER, F., El medio ambiente urbano: interfase naturaleza y cultura. Fundación Ecología y Desarrollo. 1997. V Congreso Nacional de Ciudades Saludables. Oviedo, 1996. (en prensa)

PELLICER, F., 1998, El ciclo del agua y la reconversión del paisaje periurbano. Las ciudades de la Red C-6. En MONCLUS, F.J. (ed.) La ciudad dispersa. Suburbanización y nuevas, Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, Barcelona, pp. 111-142

PELLICER, F., El impacto ambiental de los procesos de concentración económica. 1. XV Congreso de Geógrafos Españoles. Vol. Ponencias. Santiago de Compostela, 1997. (en prensa)

RUEDA, S., 1995, Ecología urbana. Barcelona i la seva regió metropolitana com a referents, Beta editorial.

SUKOPP, H y WERNER, 1982, Nature in cities, Nature and enviroment series, 28, Council of Europe, Strasbourg. Traducido al español como Naturaleza en las ciudades, Monografías de la Secretaría de Estado para las Políticas del Agua y el Medio Ambiente, MOPT, Madrid, 1991.

WILLIAMS, S. (1995) Los resortes del gran desbarajuste. Fuentes UNESCO, nº 72.

 

 

 

 

 

 

XV Congreso de Geógrafos Españoles. Santiago de Compostela. 1997
(en prensa)

EL IMPACTO AMBIENTAL DE LOS PROCESOS DE CONCENTRACIÓN ECONÓMICA

Francisco Pellicer Corellano*

INTRODUCCION

Los procesos de concentración económica que se experimentan en los últimos decenios, en la llamada era o fase postindustrial, llevan consigo un nuevo sistema de relaciones entre el hombre y su medio en los paisajes urbanos, rurales y naturales.

La concentración de la población y de las actividades en grandes ciudades y la mundialización del mercado, propiciada por la mejora de los sistemas de transporte y de información, han supuesto profundas transformaciones políticas, sociales, económicas y ecológicas.

Estos cambios, además de satisfacer las necesidades y deseos humanos, al menos de las sociedades más ricas, están generando unos efectos no deseados en las condiciones del medio (contaminación de la atmósfera, las aguas y los suelos, simplificación y desequilibrio de los ecosistemas,...) que afectan a todos. No es de extrañar por tanto, la creciente preocupación ambiental de las llamadas sociedades civilizadas que entre fuertes cargas de hipocresía, se atreven a salir tímidamente de su ceguera.

Desde el punto de vista medioambiental que nos ocupa, los rasgos esenciales del cambio en el último siglo pueden resumirse en:

-el incremento exponencial del consumo de recursos: suelo, energía, agua, biomasa,...

-la intensidad inédita de los impactos, superior en muchos casos a la capacidad del sistema natural para regenerar las alteraciones,

- la mundialización de los problemas ambientales,

-la compejidad y el protagonismo del cambio mismo como elemento estructurante del sistema de relaciones.

La naturaleza ha dejado de ser el escenario ilimitado de la acción del hombre, dueño y medida de todas las cosas, para incluirse como actor principal, frágil, finito y escaso, en el drama de la vida en el Planeta. Los foros internacionales como la Cumbre de Río, la Agenda 21 de la UE, Ecociudad,... son manifestaciones de la creciente conciencia medioambiental, unas veces aguda y directa, otras, las más, altamente hipócrita.

Los impactos ambientales de los procesos de concentración económica manifiestan su forma más evidente, pero ni mucho menos excluyente, en los ámbitos territoriales más urbanizados debido a su mayor densidad espacial, intensidad y complejidad de sus efectos sinérgicos. Las estructuras urbanas y las infraestructuras subordinadas a la ciudad que prolongan a cientos de kilómetros los impactos urbanos, representan la dimensión activa del fenómeno.

Pero, los problemas ambientales de las concentraciones urbanas se extienden mucho más allá del espacio físico construido y abarcan de forma directa u omisiva la práctica totalidad del territorio en forma de contaminación atmosférica -ozono-, desnaturalización de los sistemas fluviales o desestabilización de los espacios rurales.

Por otra parte, se difuminan los límites urbanos generándose numerosos paisajes híbridos, espacios de interfacies llenos de información, sujetos de conflictos y campo de pruebas donde se fraguan las futuras condiciones de vida.

En los espacios rurales, la red de infraestructuras viarias, hidráulicas, de telecomunicación, comerciales, etc... y los procesos sociales y económicos que llevan consigo, forman un tejido cada vez más denso y rígido que compartimenta, debilita y necrosa fragmentos progresivamente mayores de territorio, interrumpiendo los procesos naturales y las funciones rurales. Cada vez son más frecuentes los paisajes acantonados y yermos, olvidados como vacíos en la trama productiva, y como tales, desprovistos de cualquier consideración o valoración.

Es más, el abandono de la producción agrícola es subsidiado por el tratado del GATT o la PAC, favoreciendo el desarrollo de la agricultura industrializada y la concentración del comercio alimentario en manos de empresas y monopolios transnacionales (FERNÁNDEZ DURÁN y VEGA PINTADO, 1994).

Mientras tanto, espacios muy valiosos del medio natural, alejados incluso de los medios urbanos pero gestionados desde y para la ciudad, sufren el impacto de infraestructuras de comunicación o aprovechamiento energético, y la inyección de masas de visitantes urbanos en las estaciones de esquí, en los espacios naturales protegidos o en enclaves privilegiados donde llevar acabo deportes de aventura. Los impactos correspondientes, en otro tiempo muy localizados, se extienden ahora formando un continuum sobre el territorio y ocupan un amplio porcentaje de la superficie: repetidores, tendidos eléctricos, drenajes, canales, presas, accesos, aparcamientos, pistas, remontes, urbanizaciones, servicios comerciales y de alojamiento,...

Así mismo, en un ámbito espacial mayor puede observarse como la concentración de factores económicos fuertemente consumidores de agua en determinadas regiones: el turismo, la actividad económica y urbanística, y la agricultura intensiva competitiva en los mercados internacionales, llevan consigo la necesidad de trasvasar miles de hm3 de agua de unas cuencas a otras, con el consiguiente coste, impacto ambiental y consumo energético.

En el orden social, a su vez, la competencia por el acceso, consumo y disfrute de los recursos ambientales provoca conflictos en el orden político y social: tensión en las fronteras por la presión de los movimientos migratorios, segregación social en las comunidades, inseguridad, violencia, xenofobia y guerras.

La mundialización del mercado y la consiguiente concentración de poder, expande los impactos en un ámbito planetario y estimula la movilidad hasta límites insospechados, merma la autonomía de las regiones, acentúando la dependencia respecto a actividades y recursos que provienen de regiones cada vez más alejadas mientras que espacios contíguos quedan marginados, e introduce una nueva escala en el mapa de las desigualdades sociales y económicas.

Valores como la competencia, segregación, homogeneidad y dependencia acompañan a la concentración económica neoliberal de la misma manera que cooperación, mestizaje, diversidad y autonomía corren parejos con el desarrollo sostenible.

La UNESCO insiste en que más que saltar de catástrofe en catástrofe, hay que investigar y actuar sobre la naturaleza y las causas de tales mecanismos de degradación ecológica y social y evaluar las consecuencias de las decisiones tomadas (WILLIAMS, 1995).

2. Renovación conceptual y metodológica en los estudios sobre el medio ambiente.

- Un nuevo paradigma. Del antropocentrismo al ecocentrismo.

El cambio de puntos de referencia en el pensamiento humano a lo largo de la historia ha supuesto en su momento duras tensiones que han sobrepasado el campo de lo estrictamente epistemológico. En otro tiempo, fue el geocentrismo o el mecanicismo, hoy, a la vista de la agudización de los problemas ambientales, es preciso acabar con la prepotencia del hombre que impide traspasar el umbral determinado por la satisfacción de sus propios intereses. En el antropocentrismo está la raíz profunda y última de la crisis ecológica que nos amenaza (PAREJO, 1994).

Conviene que de una vez por todas, se destierre del pensamiento y lenguaje, especialmente del geográfico, tan rico y fecundo en materia ambiental, el concepto de paisaje como escenario de la actividad humana, en el que el hombre se encuentra entronizado como medida, amo y señor de todo cuanto le rodea, sin percatarse que esta concepción, en apariencia inocente y manifiestamente precientífica, encierra numerosas contradicciones y acarrea no pocos problemas (PEÑA y PELLICER, 1991). Al respecto, afirma MARGALEF (1991) con inteligente ironía: "Cualquier forma que pueda darse a lo que se ha dado en llamar principio antrópico, que vería en la aparición de nuestra especie una clave para la interpretación del mundo, tropieza con considerables dificultades a nivel filosófico. Recuerda al ingenuo descubrimiento de que los ríos tienen tendencia a pasar por las ciudades".

Por otra parte, el planteamiento ecologista que identifica el medio ambiente con el paisaje de un elevado grado de naturalidad o poco intervenido por el hombre, y que equipara su gestión con la conservación glorificada de la naturaleza, ha sido ampliamente superado como concepto, aunque no enteramente la praxis que por su simplicidad siempre encuentra adeptos.

Como punto de partida ha de aceptarse que el hombre es inseparable de su medio, incluso en los espacios más transformados y adaptados a su gusto y conveniencia como son los medios urbanos. Dicho de otro modo, es evidente que el hombre pertenece a la naturaleza y es bastante dudoso que la naturaleza pertenezca al hombre.

El enfoque epistemológico que aquí se propone podría definirse como ecocéntrico (PAREJO, 1994; PELLICER, 1994). El centro no es el hombre sobre o contra la naturaleza, reducida a fundamento exterior y presupuesto de la existencia humana, ni la naturaleza sin el hombre, sino el conjunto de relaciones recíprocas que caracterizan el oikos: el sistema vital que garantiza el devenir permanente de todos los seres interdependientes en este original planeta, y entre ellos el hombre. El hombre de aquí y de allá, el de hoy y el de mañana.

Aceptar este concepto tiene implicaciones éticas y jurídicas importantes cuyo análisis llevaría más allá de los objetivos de esta ponencia. Dos propuestas merecen ser tenidas en cuenta. Por una parte, la sostenida por E. P. ODUM (1992) que hace hincapié en que la consideración de la ética, surgida para regular las relaciones entre los hombres y del individuo con la sociedad, debe ampliarse en este contexto al espacio físico como sustentador de la vida. Por otra, la formulada por L. PAREJO ALFONSO (1994) en el seno de un desarrollo sostenible o 'ecocéntrico', en la que aboga por una reconsideración globalizadora de las relaciones jurídicas que reconozca el valor jurídico propio de la naturaleza , en la línea emprendida por K. BOSSELMANN (1992) en su obra Im Namen der Natur en la que preconiza el Estado ecológico de Derecho.

- A problemas complejos, respuestas complejas: necesidad de un enfoque holístico.

La visión ecocéntrica que se sitúa en el campo de relaciones entre el yo consciente (individual o social) y lo otro (demás seres de la naturaleza), requiere mecanismos de pensamiento sistémico, mucho más complejos que los 'eficaces' y breves caminos lógico-causales que responden a objetivos predeterminados egocéntricos o antropocéntricos. Esta concepción holística, que actualiza la mejor tradición geográfica, puede aportar en estos momentos un marco renovador en la reflexión teórica sobre el territorio. Es un planteamiento ineludible para determinar la realidad compleja e intervenir en ella (VELÁZQUEZ, 1994).

Es preciso conocer la matriz íntegra de las variables que intervienen de forma directa o indirecta y en mayor o menor medida en el sistema o problema ambiental estudiado, y tener en cuenta sus relaciones, mecanismos reguladores y efectos sinérgicos. Sólo así puede procederse a diseñar el proyecto ejecutivo (infraestructuras y medidas no estructurales) con mayores garantías. Aún así, cualquier planificación ambiental está sometida a un considerable grado de incertidumbre y se asienta sobre el cambio como elemento caracterizador de los sistemas vitales, por lo que la flexibilidad de las intervenciones será la mejor garantía de continuidad y el cimiento más firme de sostenibilidad.

En la planificación ambiental, a diferencia de intervenciones sectoriales, no sirve utilizar los arcos de circuitos extraídos de su matriz por medio de la atención selectiva de los intereses o formación cultural del observador (RUEDA, 1994), sino que han de tenerse en cuenta los circuitos íntegros en los que se encuentra cualquier variable ambiental, considerando la complejidad y el dinamismo espacial y temporal como caracteres esenciales. Las respuestas unidireccionales a los problemas ambientales, complejos por naturaleza, difícilmente proporcionan respuestas satisfactorias. Así, por ejemplo, frente a un problema de congestión de tráfico en una ciudad suele darse como respuesta la ampliación de la vía y/o en el incremento de la velocidad (preferencia en el sistema de semáforos). La satisfacción inmediata provoca la mayor afluencia de vehículos atraídos por la eficaz medida y en consecuencia, un poco más tarde, se produce un nuevo colapso de mayores dimensiones o aumenta el número de accidentes. En el segundo estadio, la solución del problema está mas lejos que en el primer supuesto. La flexibilización de la variable tráfico, lleva consigo impactos en otras variables que comprometen la propia eficacia de la medida y otros subproductos no deseados como la contaminación, el ruido, la desnaturalización paisajística y, lo más grave, la propia seguridad vial.

Un problema de movilidad no puede resolverse con una mera solución de tráfico. La primera cuestión a plantearse es por qué se producen esos movimientos, tratando de averiguar las razones objetivas (localización de las áreas de residencia, trabajo, comercio, diversión,...) y otras menos tangibles pero probablemente tan eficaces (motivaciones ligadas a la mitología y publicidad automovilística, transformación psicológica del conductor, presión de los grandes trusts de la industria del automóvil o de la energía,...). El estudio integral de la movilidad considera numerosos elementos en interacción: distancia y tiempo de los desplazamientos; el consumo energético, las emisiones atmosféricas, los residuos sólidos y líquidos, el ruido, la interrupción de los flujos naturales y los efectos de barrera ecológica o social; la ocupación de suelo y el coste en unidades de energía y no sólo monetario de la construcción y mantenimiento de las infraestructuras viarias; efectos negativos sobre la salud y riesgo de accidentes; las oportunidades en términos de competencia que proporciona la accesibilidad y los intereses concretos de los grupos de presión social y económica; la percepción del problema por parte de los individuos y grupos sociales; la concertación social y la educación ambiental.

Respuestas semejantes en su simplicidad se dan igualmente en otros aspectos referentes al sistema vital de las ciudades. Así, por ejemplo, frente a la criminalidad creciente de determinados barrios o ghettos se apela al incremento de la presencia policial, la represión y el endurecimiento del castigo a los delincuentes, llegando a solicitar la reinstauración de la pena de muerte. Este es el modelo norteamericano, más eficiente como señuelo electoral que como medida resolutoria del conflicto, que, a veces, se recaba con primitivo papanatismo desde algunos sectores de nuestra sociedad.

El estrecho marco de la formación académica, lejos de corregir las deficientes estructuras de pensamiento, selecciona y reduce en ocasiones el espectro de las variables y relaciones que determinan los problemas ambientales. El estudio y, sobre todo, la intervención en el sistema vital se despieza en la práctica por la competencia interprofesional, uno de cuyos indicadores es la fuerza y la lucha corporativa de determinados colegios y grupos profesionales. La dificultad de la globalización se acentúa todavía más en la práctica administrativa, cuando a los compartimentos estancos del conocimiento y a la lucha gremial se suman la segregación y dispersión de competencias de los distintos organismos institucionales. Las dificultades de diálogo científico, de colaboración interprofesional y de coordinación institucional, se manifiestan frecuentemente en forma de conflicto (amasijo epistemológico-gremial-competencial) en el proceso de planificación y ordenación del territorio.

Por otra parte, el lenguaje de cada disciplina se cierra en sí mismo, es críptico para los demás; es más, términos semejantes adquieren una carga semántica diferente en función de las disciplinas (la polisemia de los términos paisaje o ecosistema urbano son ejemplos clarísimos de lo expuesto) y los préstamos lingüísticos (planning-planeamiento; urbanism-urbanismo) añaden más confusión (GÁRCIA-BELLIDO, 1994). No es de extrañar que en este estado de las cosas se encuentran verdaderas barreras para la comunicación interprofesional.

No faltan, sin embargo, experiencias e intentos interdisciplinares que ponen de manifiesto tanto las dificultades como la fecundidad del diálogo entre técnicos, políticos y agentes sociales. La compleja trama que subyace bajo el planeamiento con base ambiental se desveló, por ejemplo, en el ciclo sobre Ríos y Ciudades, celebrado en Zaragoza en Noviembre-Diciembre de 1996. Las actividades -conferencias, mesas redondas y exposiciones- fueron organizadas, en oportuna convergencia, por el Ayuntamiento -Area de Urbanismo y Medio Ambiente-, la Universidad -Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio-, los Colegios de Arquitectos e Ingenieros de Caminos de Aragón y la Asociación de Consultorías de Aragón, para reflexionar conjuntamente sobre un anteproyecto de recuperación de las riberas del Ebro a su paso por la ciudad. El ciclo constituyó, sin duda, un esfuerzo de coordinación, pero la información que generó el foro de debate público, fruto de los intercambios de conocimientos, saberes y expectativas, introdujo no sólo ideas más ricas y creativas al proyecto, sino también la oportunidad, sin precedentes, de lograr una concertación social en torno al mismo (DE LA CAL y PELLICER, 1997).

En conclusión, es preciso abrir el estrecho marco de cada profesión a otros planteamientos, aprender a analizar sistemas complejos y no solamente relaciones causales, y crear un lenguaje ambiental, con conceptos claros y procedimientos metodológicos correctos tomados, unas veces, del amplío abanico disciplinar que se ocupa del medio ambiente y, otras, creados ex novo en adecuación a los nuevos enfoques. A través del nuevo lenguaje, expresión a su vez de una nueva manera de pensar, será mucho más fácil la transferencia de los conocimientos particulares, el análisis integrado y global de los problemas y la formulación de soluciones y alternativas complejas en correlación a la complejidad de su trama de relaciones (PELLICER, 1996).

3. El impacto ambiental en áreas urbanas.

En las ciudades tradicionales el medio ambiente urbano es resultado de la intensa acción humana, muchas veces prolongada y multiforme, sobre un espacio físico reducido que tiene como resultado unas determinadas condiciones para la vida. De este modo, cada sociedad al urbanizar un espacio ha establecido un sistema de relaciones entre los componentes de orden físico, biológico y cultural para crear su propio sistema vital.

La sociedad urbana tradicional modifica y explota las condiciones del medio natural para adaptarlas a sus exigencias y provoca considerables cambios en el medio físico: acondiciona el relieve, desnaturaliza los sistemas fluviales, altera las condiciones climáticas, destruye casi por completo la cubierta vegetal dentro del recinto urbano y la substituye en su provecho en el entorno rural,... Estos cambios además de satisfacer las exigencias vitales del grupo humano -impactos positivos-, provocan consecuencias no deseadas -impactos negativos y riesgos- que en la medida de su limitada capacidad técnica se procuran evitar.

Así, los núcleos de población crecieron y se extendieron aprovechando la presencia de recursos y de flujos naturales, y en los espacios frontera o de contacto donde pueden darse diversos intercambios (ríos, contacto montaña-valle, línea de costa, yacimientos minerales,...), procurando siempre en lo posible economizar trayectos y fuerza de trabajo. Los recursos consumidos -materia y energía- procedían en gran medida de la región o área de influencia estructurada y regida por la propia ciudad. La simple supervivencia marcaba los límites de la explotación y de la sostenibilidad de los sistemas vitales. En estas condiciones, en absoluto idílicas (no faltaban hambrunas, pestes, guerras, inundaciones...), se fraguaron sabias y variadas soluciones reflejadas en los paisajes tradicionales de las viejas ciudades.

En cambio, los procesos de industrialización del presente siglo y los drásticos cambios introducidos en los últimos decenios por el crecimiento económico y el desarrollo tecnológico postindustrial han supuesto una profunda transformación en los ámbitos urbanos. Así, estamos asistiendo a la desaparición de la ciudad clásica: densa, compacta y continua, con sus paisajes, formas de vida, valores e inconvenientes, en favor de unos espacios urbanos menos densos, menos compactos y de límites más indefinidos, en los que se establecen nuevas relaciones con el transporte, el comercio y los equipamientos (LÓPEZ DE LUCIO, 1993).

La concentración progresiva de la población en los espacios urbanos es imparable a escala mundial. Se preve que en el año 2000 el 57 % de la población mundial y el 79 % de la europea, vivirá concentrada en grandes ciudades. Por otra parte, en las ciudades del mundo llamado civilizado, se produce el incremento exponencial en la ocupación del suelo, apoyada en una escalada vertiginosa de la movilidad y del consumo de energía. El problema ambiental no parece actuar, hasta el momento, como freno del progresivo crecimiento de los espacios urbanos, pero la consciencia de la finitud de los recursos, de la magnitud de los problemas ambientales planetarios con raíz en los impactos urbanos y las desigualdades sociales que este modelo de desarrollo introduce, obligan a la reflexión científica y a la actuación política y ciudadana. Evidentemente, el dicho medieval "aire de la ciudad os hará libres" ha dejado de ser cierto. El aire de libertad, la salud y la paz están seriamente comprometidos.

-Impactos en la facies ecológica.

Los primeros análisis ecológicos de la ciudad, procedentes en su mayoría de las ciencias naturales, identificaron, con bastante éxito, la ecología urbana como el estudio de los espacios verdes y los organismos vivos que habitan en ella, olvidando al organismo vivo dominante de la ciudad: el hombre. Numerosos trabajos han seguido esta línea que, aunque limitada, ha ofrecido interesantes resultados sobre los beneficios ecológicos (depuración del aire, efecto refrigerador y humectador,...) y culturales (valores estéticos, psicológicos, sociales, económicos,...) de las zonas verdes en la ciudad (DUVIGNEAUD, DENAEYER-DE SMET et TANGHE, 1977; GREY and DENEKE, 1978; KUNIK, 1978, 1982; OWEN and OWEN, 1975; SUKOPP and WERNER, 1982). Estas valiosas aportaciones se enmarcan en un concepto de ecosistema urbano muy limitado. Para ser verdaderamente útiles en el proceso de planificación ambiental de las ciudades, deben integrarse con otras muchas variables tanto del medio físico como de la facies cultural.

La noción de ecosistema urbano, referida a la totalidad del espacio urbano pero limitada por lo general a los efectos físico-ecológicos constituye una nueva y valiosa aportación. En principio, se partió de modelos de caja negra, en los que a ciudad aparece como un organismo que devora recursos de todo tipo -entradas- y vierte un gran volumen de residuos -salidas-, fuente de contaminación. Los ecosistemas urbanos, desde este punto de vista, están definidos (SUKOPP y WERNER, 1982) por la elevada producción y el consumo de energía secundaria -puede denominarse como un sistema accionado por combustible, generalmente fósil-; la gran importación y exportación de materiales y la generación de enorme cantidad de desechos; la fuerte contaminación del aire, suelo y agua, y el desarrollo de un clima típicamente urbano, caracterizado sobre todo por el aumento de la temperatura y descenso de la humedad relativa respecto a los terrenos circundantes (isla térmica urbana); los cambios en el perfil de la superficie del suelo y en la formación natural del suelo debidos a la pavimentación, rellenado, excavación y compresión, y la consiguiente creación del estrato cultural; la disminución de las aguas subterráneas debido a su extracción y a la construcción de superficies impermeables y, finalmente, los cambios fundamentales en las poblaciones vegetales y animales. Cabe añadir el ruido y la desnaturalización paisajística.

La aportación de la ecología cobra más interés cuando se centra en el estudio del metabolismo urbano, en los flujos y concentraciones de energía (DUVIGNEAUD, DENAEYER-DE SMET et TANGHE, 1975; NAREDO, y FRÍAS, 1988), y en los desequilibrios físicos - degradación de los sistemas naturales, polución, consumo de suelo,...- y culturales -falta de espacios verdes y de relación social, segregación étnica, lingüística, económica, social, envejecimiento de los centros históricos, marginación y delincuencia,...- que pueden generar (ODUM, y ODUM, 1980; TERRADES, PARES y POU, G., 1988).

Los estudios analíticos referentes a los impactos en la facies física y ecológica de los ecosistemas urbanos son muy numerosos: la ocupación del suelo y la desestructuración de los sistemas naturales y territoriales; el incremento de CO2 en la atmósfera y sus repercusiones, junto con otros gases, en el efecto invernadero; la contaminación de la atmósfera por monóxido de carbono (CO), dióxido de carbono (CO2), dióxido de azufre (SO2), óxido de nitrógeno (NOx) y compuestos orgánicos volátiles procedentes de la combustión de combustibles fósiles, además de los contaminantes secundarios como el ozono; la relación de los episodios de contaminación con las situaciones meteorológicas, la configuración del relieve, la estructura urbana y las actividades emisoras; alteraciones en el ciclo hidrológico por impermeabilización de extensas superficies, por obras de abastecimiento, vertido, regulación y defensa; las consecuencias de la contaminación sobre la salud; el ruido, sus fuentes, su percepción y sus perturbaciones; el consumo de energía y el sistema de transportes; los residuos, su eliminación, su reducción, reutilización y reciclaje; efecto beneficiosos de las zonas verdes; bioindicadores de calidad del ambiente; etc...

La producción de trabajos de investigación y de informes técnicos, y el número de directivas comunitarias, leyes, decretos y ordenanzas municipales, es enorme, como consecuencia de su interés y urgencia, y de la creciente sensibilización social y política. No obstante, es preciso insistir en que estos aspectos no deben considerarse de forma aislada o parcial sin el riesgo de introducir un sesgo que distorsione el análisis del medio ambiente urbano. En cualquier caso, no explican los beneficios que las concentraciones urbanas proporcionan y el atractivo de las mismas, especialmente porque no se tiene en cuenta la información cultural contenida en los ecosistemas humanos, salvo que se aceptase el sofisma de que la población prefiere respirar el aire contaminado.

Tomando igualmente como punto de partida la ecología, RUEDA (1994, 1995) da un paso muy significativo hacia la globalidad y el necesario ensamblaje de las ciencias naturales y sociales que se ocupan del medio ambiente urbano, incluyendo la información cultural como elemento estructurante.

A diferencia de los ecosistemas naturales en los que la mayor parte de la información se encuentra en la memoria genética de los seres vivos, en los sistemas humanos, además de la memoria genética, hay un paquete de información que les distingue por la cualidad y la cantidad: es la información cultural, no contenida en los genes. Al tratarse, muchas veces, de comportamientos humanos -actitudes, creencias, esquemas culturales, valores simbólicos, estéticos, afectivos y de identidad, modos de vida,...- no pueden ser analizados, casi nunca, con técnicas cuantitativas y resultan difíciles de medir y comunicar de modo operativo. Sin embargo, son precisamente estas nociones las que hay que comprender mejor si queremos un verdadero cambio, si queremos alcanzar un desarrollo sostenible, si queremos construir una cultura para la paz, afirma Francine Fournier, subdirectora general del Sector de Ciencias Sociales y Humanas de la UNESCO (WILLIAMS, 1995).

Según RUEDA (1995), el análisis integrado de las diferentes funciones urbanas puede proporcionar un cierto índice del grado de organización de un territorio así como de su potencialidad de intercambio; es decir, de la diversidad y la información cultural contenida en el sistema urbano. A este índice ha de añadirse el efecto multiplicador de las redes que posibilitan el intercambio de energía, materia e información (infraestructuras viarias, sistemas de comunicación, red eléctrica, gaseoductos,...) y el consumo de energía. El cociente entre el consumo de energía y la diversidad en un espacio puede convertirse en una función clave para saber la eficiencia energética del sistema y orientar, en consecuencia, la ordenación territorial. El autor propone como condiciones necesarias para disminuir la incertidumbre ambiental, el aumento de la complejidad de los sistemas urbanos, el incremento de la capacidad de anticipación y la reducción del impacto en el entorno.

La ciudad, ante todo, proporciona oportunidades de intercambio entre los elementos y factores del sistema, es decir, genera información. Este es precisamente el principal atractivo de las ciudades y en el que residen las posibilidades preferenciales que brindan frente a otros medios ecológicamente más saludables. La importancia social y económica de la ciudad reposa en la facilidad de comunicación que ofrece la densidad espacial y la gran variedad de personas e instituciones que pueden explotar estas oportunidades.

-Impactos en la facies urbanística.

La tradición urbanística, por su parte, estudia la producción del espacio social desde un elevado pragmatismo. Es decir, se ocupa del subconjunto de elementos y factores que determinan los nuevos espacios creados por el hombre y los conflictos que derivan de sus relaciones culturales y estrategias de dominación sobre el medio natural y respecto a otros grupos sociales. Analiza, describe y explica los fenómenos reales que configuran el espacio social producido, las causas, efectos y métodos de la práctica económica, social, jurídico-institucional, estética, artística y técnica de las culturas que han modelado el territorio. Y, además, es capaz de reproducir prácticamente la clase de espacios urbanístico-geográficos que analiza y de proyectar otros nuevos o transformar los existentes (GARCÍA-BELLIDO, 1994).

El Urbanismo nació en Europa, precisamente, cuando las estructuras urbanas prácticamente medievales sufren el violento impacto de industrialización en el s. XIX. La carencia de criterios ambientales era una manifestación más del sistema de injusticias que sometía a los obreros a unas condiciones de vida extremadamente duras. Las emanaciones y vertidos de las fábricas, el hacinamiento en infraviviendas, las deplorables condiciones laborales,... eran el caldo de cultivo de accidentes, enfermedades y muerte. Ildefonso Cerdá acuña el término Urbanismo en 1867, los ideales higienistas presentados en las Exposiciones Universales de Londres (1957) y París (1889), con su mejor expresión el proyecto y realización de la Ciudad Jardín de Howard (última década del siglo XIX), fueron los precursores del urbanismo moderno. La Carta de Atenas (1933), manifiesto del Urbanismo Racionalista, sienta las bases de mejoras ambientales en el medio urbano -espacios verdes, arbolado, espacio para la sociabilidad, ocio y recreo,...- a la vez que introduce el principio de zonificación -separación física de las funciones básicas: trabajo, residencia, ocio,...- y abre las puertas a nuevos problemas ambientales como la necesidad de desplazamiento y la falta de flexibilidad de infraestructuras urbanas, incapaces de adaptarse al funcionamiento orgánico y dinámico de la ciudad.

La actual planificación guarda todavía muchos caracteres del funcionalismo de la Carta de Atenas (CE. Libro Verde sobre el medio ambiente urbano, 1990) y se enfrenta a problemas mucho más complejos y de una escala que sobrepasa con creces el estricto marco urbano para abarcar contextos regionales, nacionales e internacionales.

El crecimiento económico, el desarrollo tecnológico y cierta pseudocultura 'verde' están acelerando en los últimos años la profunda transformación que sufre la ciudad en este siglo. Los impactos del modelo de ciudad dispersa podrían resumirse en los siguientes:

-Mayor ocupación del suelo.

Durante la fase de industrialización, las ciudades crecieron en correspondencia al incremento de la población debido, fundamentalmente, a la afluencia de emigrantes. En España, como en el resto de Europa, el proceso de crecimiento poblacional se ha amortiguado en las últimas décadas, llegando a un estancamiento e incluso pérdida de población en las grandes ciudades. Sin embargo, el ritmo de construcción se mantiene. Este fenómeno se explica por la disminución del tamaño medio familiar, la preocupación por la calidad de la vivienda más que por la localización otros requisitos intangibles como el deseo de privacidad, de identificación o de 'verde'. Por otra parte, en España, el modelo de desarrollo parece seguir concentrando el crecimiento -reorganización administrativa del Estado, parques tecnológicos, 'terciario avanzado'- al amparo de las grandes ciudades y regiones metropolitanas (LEAL, 1997). Se concluye que los espacios urbanos crecen más rápidamente que la población de los mismos y consumen más espacio físico en forma de viviendas unifamiliares, equipamientos públicos y privados, estructuras comerciales y de ocio,... Como consecuencia se desprende el mayor uso del automóvil y la necesidad de mejora de las comunicaciones.

-Abandono de ciertas áreas centrales.

El centro de las grandes ciudades experimenta fuertes pérdidas de población debido a la fuerte implantación de actividades terciarias y de oficinas, al envejecimiento e inadecuación del parque inmobiliario a las nuevas necesidades, y al incremento de espacio por individuo, consecuencia, a su vez, del envejecimiento progresivo de la población residente y de la disminución del tamaño familiar. Las bolsas de extrema pobreza, los sectores más conflictivos -prostitución, droga, delincuencia organizada- se concentran en ciertos enclaves centrales, sometidos, así mismo, a las peores condiciones ambientales. Este caldo de cultivo es propicio para la especulación inmobiliaria que favorece, a veces, la degradación del entorno para hacerse con solares a mejor precio utilizando todas las fórmulas para expulsar a la población residente.

-Fragmentación. Barreras físicas y sociales.

El nuevo modelo de crecimiento, genera fragmentos urbanos en torno a las redes de comunicación, unidos por tendidos eléctricos, redes de comunicación e infraestructuras de abastecimiento y vertido.

La imagen global de la ciudad se pierde. Cada fragmento o componente de la red de espacios públicos se especializa en una función: las grandes infraestructuras viales, por ejemplo, sirven únicamente para salvar las grandes distancias. Los espacios comerciales ocupan las inmediaciones de las vías de acceso y están desarraigadas del tejido residencial. Las urbanizaciones residenciales tienden a ser recintos cerrados con estricto control de acceso y muestran una marcada homogeneización y segregación social determinada especialmente por el nivel de renta y de cultura (LÓPEZ DE LUCIO, 1993). La ciudad difusa parece desarrollarse por yuxtaposición casual de enclaves o porciones de terreno con una morfología, unos códigos de lenguaje, unos usos y unos comportamientos específicos (ZUCCHI, 1996). La ciudad se desintegra en un mosaico de piezas inconexas, sin sintaxis alguna. Los criterios de la Carta de Atenas, denunciados por el Libro Verde sobre el Medio Ambiente Urbano, son aplicados actualmente sobre el continuum territorial de las áreas metropolitanas y regiones urbanas. La riqueza en información que caracteriza al sistema urbano se pierde en los enclaves estancos. Efectivamente, éstos son partes de la ciudad pero con escasa diversidad ecológica ni social interna, sin apenas información y desvinculadas del conjunto.

Las teselas o enclaves introducen discontinuidades de todo tipo: barreras físicas (diques, vallas, guardas jurados, puertas de acceso vigiladas,... en urbanizaciones, grandes centros comerciales, autopistas), códigos a menudo unívocos y minoritarios (señalética, graffitis,...), segregación social (acceso limitado a clubs, ghettos étnicos) y económica (coste de la vivienda en las diferentes urbanizaciones). A lo largo del día, en los necesarios trayectos en coche, se traspasan numerosos enclaves sin poder establecer una catena de significados. Esta yuxtaposición no crea desorden sino desinterés.

La zonificación en la asignación de usos del suelo sigue siendo una práctica habitual en muchos planes de ordenación urbana, y confirma jurídicamente algunos de estos vicios del planeamiento tradicional de las ciudades.

-Nuevos espacios de vida cotidiana.

El espacio público de calles y plazas tradicionales, plurifuncional, continuo, gratuito, libre y anónimo se modifica en la metrópoli contemporánea (LÓPEZ DE LUCIO, 1993). Las calles no llevan a ninguna parte, simplemente conectan el edificio con el anillo circular de la urbanización, la autopista y la playa de aparcamiento. El domicilio, la urbanización, la autopista, el centro de trabajo, el espacio comercial o de ocio, los servicios administrativos -enclaves con sus códigos propios- están unidos por la burbuja o célula ambiental que proporciona comodidad, movilidad, fuerza, personalidad y seguridad: el vehículo privado. Desde su interior el paisaje de los enclaves se sucede como una sesión de zapping televisivo. La información se sucede un ritmo vertiginoso. La percepción está limitada por el limitado punto de vista, el ruido -interferencias sónicas, visuales,...- y la atención selectiva del ciudadano al volante. Muere el paisaje.

La plaza, espacio público, libre y gratuito, es substituida por grandes contenedores de servicios de naturaleza eminentemente comercial, con un carácter de espacio interior, artificial, acondicionado, protegido por empresas de seguridad privadas y con acceso mediante automóvil. Es el espacio de las grandes multinacionales del comercio alimentario, del fast food, de la moda, de la cosmética, del cine,... con su gigantesco despliegue publicitario y servicios de tarjeta de crédito y cajeros automáticos. Un paisaje idéntico en cualquier parte del mundo.

Las autopistas y sus áreas de servicio constituyen las nuevas calles y plazas en las regiones metropolitanas. El número de trayectos diarios por autopista -peaje incluido- para cubrir necesidades básicas crece de forma exponencial, superando frecuentemente la capacidad de absorción de la infraestructura. Los cinturones de circunvalación y las autopistas son ya espacios cotidianos, auténticas calles metropolitanas desprovistas de otra función que no sea la de dar servicio a una movilidad exacerbada. Las áreas de servicio, lejos de ser meros suministradores de carburante, incluyen áreas comerciales, servicios bancarios y de telecomunicación, zona de picnic, lago, espacio de juego para niños, bares, restaurantes, talleres y fuente. Detrás de la valla, el vacío, el mundo anónimo y sin interés. Son las nuevas plazas metropolitanas controladas por grandes compañías privadas, creando un paisaje universal y homogéneo con sus imágenes corporativas.

-Indefinición de los límites.

A diferencia de la ciudad clásica que crecía en mancha de aceite, el desarrollo urbanístico de las grandes ciudades, áreas metropolitanas y regiones urbanas de la actualidad da la imagen de un estallido sobre el entorno, de modo que fragmentos urbanos se distribuyen y expanden por un territorio cada vez más extenso. Núcleos edificados -urbanizaciones, parques tecnológicos, industrias, grandes contenedores comerciales, lúdico-recreativos o deportivos con sus correspondientes playas de aparcamiento de automóviles- y la densa e intensa red de viales, cercan fragmentos de espacios rurales y naturales, y anexionan antiguos pueblos agrícolas. Podría decirse que la imagen de la ciudad se ruraliza con la inclusión de estos espacios entre viales y espacios construidos, pero no es así, los espacios rurales pierden paulatinamente sus funciones agrícolas para convertirse en barbechos sociales a la espera de la urbanización o solares baldíos sembrados de escombros y basuras urbanos. Son un espacio de interfacies con un poder muy desigual que se salda siempre con el sometimiento a la dictadura de la ciudad. El paisaje ya no mantiene sus funciones rurales ni presenta calidad ecológica o estética; es un tejido muerto y degradado, sujeto a presiones especulativas, donde campan los vertidos, la inseguridad y el vandalismo.

-Estímulo y disfunciones de la movilidad.

La separación física de las funciones, característica del modelo de ciudad dispersa, y el carácter de las nuevas empresas postindustriales, menos consumidoras de espacio en su implantación física pero generadoras de intensidades de tráfico mayores, llevan consigo el crecimiento exponencial de las distancias recorridas en los desplazamientos cotidianos y la necesidad del uso del transporte mecanizado y la consiguiente desaparición de los recorridos a pie. Además el transporte público se hace más ineficaz y costoso, y se incrementa el uso del vehículo privado, mucho más flexible que al transporte público (CE. Libro Verde sobre el medio ambiente urbano, 1990; LÓPEZ DE LUCIO, 1993)

El tránsito de automóviles es el problema más importante, el que genera más disfunciones en los sistemas urbanos occidentales (RUEDA, 1995). Los efectos ya fueron tratados en un capítulo anterior, el consumo creciente de energía y su cortejo derivado: la contaminación atmosférica y sonora, el aumento dramático del riesgo de accidentes, las pérdidas de tiempo en la trama viaria congestionada por el tráfico rodado, la desnaturalización del paisaje -espacios de residencia como acuarios entre barreras acústicas-, la necesidad de nuevas infraestructuras impactantes, a su vez, en el territorio y la dependencia mayor de un recurso no renovable y extremadamente sensible a los vaivenes políticos y económicos. El tráfico constituye sin duda un excelente indicador de la eficiencia en la gestión, de la adecuación de las infraestructuras y de la calidad ambiental de los espacios urbanos.

En resumen, este modelo de desarrollo, muchas veces publicitado como ecológico -"viva en plena naturaleza a 10 minutos de la ciudad"- no tiene en cuenta ni el coste ni la procedencia de la energía, de los alimentos y de las materias primas. La calidad del medio urbano se identifica, con frecuencia, con la superficie de la vivienda y de zona verde, pero no se consideran los elevados coeficientes de consumo de energía, supuestamente barata e inocua indefinidamente, ni el consumo siempre creciente de suelo, ni el incremento exponencial de las distancias recorridas en los desplazamientos cotidianos, ni la necesidad de crear y mantener infraestructuras de todo tipo -sistemas de transporte, energía, aguas y materias primas-, ni el consumo de recursos sometidos a tasas de renovación estrictamente limitadas, como el suelo agrícola o el agua potable (LÓPEZ DE LUCIO, 1993). Frente a estos postulados, ESTEVAN (1993) en su formulación de la economía ecológica, niega la posibilidad del crecimiento indefinido de la producción material, la sustituibilidad infinita de los factores de producción a través del progreso técnico, la posibilidad de asignar valores monetarios a todos los bienes y recursos naturales, la posibilidad de valorar en términos monetarios los intereses de las generaciones futuras, etc. Asistimos, por tanto, a la creación de un modelo de ciudad que bajo la aparente mejora ambiental, se basa en un mal disimulado derroche y despilfarro de todo tipo de recursos, en el incremento exponencial de los residuos y emisiones tóxicas a la atmósfera, en la pérdida de diversidad e información de los ecosistemas urbanos, en la pérdida de globalidad y búsqueda de respuestas individuales y unívocas, en la fuerte dependencia exterior, en la movilidad exacerbada,... Es decir, un modelo contrario a los imperativos ambientales.

4. Impactos en los sistemas rurales e interfacies urbano-rurales .

Es bien conocido que los medios rurales tradicionales están determinados básicamente por los usos agrarios, ganaderos y forestales, pequeños núcleos de población y bajas densidades demográficas. A diferencia de los medios urbanos, los principales recursos energéticos, especialmente en los medios rurales primitivos, son la energía la solar y otras formas indirectas de la helioenergía. A estas fuentes se suma la energía de trabajo, que en la medida que se industrializan las producciones, se hace más dependiente de los combustibles (ODUM, 1992). La profunda transformación en curso, ligada a los procesos de concentración económica y primacía del desarrollo urbano, determina que los paisajes rurales sean soporte de numerosas infraestructuras urbanas y desempeñen, además de las funciones productivas características, nuevos papeles como el de contribuir al reciclado del medio ambiente degradado por la ciudad, proporcionar lugares de esparcimiento y ofrecer paisajes abiertos y de calidad donde liberar la tensiones acumuladas en el ambiente tenso de la ciudad (GÓMEZ OREA, 1992). Por otra parte, el medio rural tiene ante sí el duro reto de encontrar su hueco en un mercado mundializado a la hora de colocar y adaptar su producción, y buscar una alternativa frente a la progresiva dependencia política y económica, y de materia y energía.

Las nuevas funciones del mundo rural en los países desarrollados invierten, en buena medida, el sistema de valores tradicionales:

-Las huertas del entorno de las ciudades son destruidas por el desarrollo urbano, incapaces de oponer sus valores ecológicos, económicos y sociales frente la dictadura del precio del suelo urbano y la necesidad de ubicar infraestructuras que no tienen cabida en la ciudad.

-Los excedentes de producción agrícola hacen tambalear las economías tradicionalmente ricas como el regadío -multas por sobreproducción de algodón, hundimiento del precio del maíz o la manzana-. La principal dificultad no radica en estos momentos el incremento de la producción, sino el establecimiento de una política agraria adecuada que contemple nuevos usos y funciones del suelo. Dicho de otro modo, el agricultor aliviado de su dependencia del medio natural está sujeto cada vez más a las tormentas y sequías económicas.

-Mientras tanto, algunos espacios en otro tiempo de baja productividad -secanos, litosoles, humedales o sistemas dunares- son transformados en terrenos altamente rentables, gracias a los nuevos medios técnicos que mitigan en gran medida las limitaciones físicas para la puesta en cultivo -eficaces sistemas de regadío y drenaje, aterrazamientos y nivelaciones perfectas, cultivos enarenados, abonados químicos, invernaderos,...-, la facilidad para el transporte, la ampliación de mercados y la industria agroalimentaria. La puesta en valor depende en gran medida de su capacidad de respuesta frente a las demandas y exigencias del mercado alimentario mundializado .

-Las áreas de montaña media y baja, sujeto preferente del abandono rural durante el período de industrialización, sufren los efectos de la erosión y la degradación de los paisajes tradicionales. Las actividades ganaderas se concentran en granjas con importantes insumos energéticos y fuerte dependencia exterior, interfiriendo con otras alternativas exigentes de calidad ambiental. En cambio, se está asistiendo a la revalorización de lagunas de sus producciones (ej. agricultura biológica) y a un tímido pero progresivo desarrollo de las actividades terciarias como el turismo rural y deportivo.

-Las áreas de alta montaña, destinadas a pastos de verano o simplemente consideradas como espacios improductivos, albergan hoy actividades turísticas y recreativas de relevancia económica -estaciones de esquí- o ligadas a la producción energética -embalses y centrales hidroeléctricas-. Por otra parte, amplios sectores son reclamados como espacios naturales protegidos, entablándose con frecuencia una dura pugna entre posturas conservacionistas y desarrollistas. Las iniciativas y la explotación, en cualquier caso, están siempre dirigidas y al servicio de intereses con sede urbana.

Así pues, frente a las las privilegiadas condiciones ambientales y nuevas funciones de los medios rurales, multitud de estructuras alterantes, agresiones y ocupaciones rompen la estabilidad del espacio agrícola y los ecosistemas naturales como efecto de una planificación regional planteada, la mayoría de las veces, desde la exclusiva lógica de la ciudad.

El desenfrenado crecimiento de las estructuras urbanas, favorecido por su protagonismo en los procesos de concentración económica, lleva consigo la destrucción y simplificación de los medios rurales y naturales de un entorno de cientos de kilómetros. Los impactos son particularmente sentidos en las áreas rurales periurbanas y en los intersticios que deja el conjunto urbano cuando llega a soldarse en auténticas regiones urbanas o conurbaciones. No obstante, puede afirmarse que en las regiones de Europa occidental, las infraestructuras de abastecimiento y vertido, las extracciones de materias primas, las redes viarias, las urbanizaciones residenciales, los sistemas de transporte de energía y de comunicación, los espacios acondicionados para determinadas prácticas deportivas, etc,... forman una profusa red de enclaves al dictado y servicio de los intereses urbanos que se adentra hasta los últimos rincones del territorio.

La permeabilidad física, social y económica de los enclaves urbanos que reticulan y cercan espacios naturales y rurales, es muy baja o nula y, en consecuencia, suelen aportar muy poco al desarrollo de estos medios que deben soportar sus impactos. Es más, en España, sin efectivos demográficos, con una población envejecida y con una economía en buena parte subsidiada, los medios rurales carecen de fuerza para mantener sus sistemas productivos o buscar fórmulas alternativas de desarrollo. De esta tónica general sólo se salvan ciertas partes privilegiadas que pueden practicar una agricultura altamente tecnificada y oportuna para los mercados internacionales, y que por lo general es altamente dependiente .

Otro conjunto de impactos ambientales con raíz en los procesos de concentración económica sobre los medios rurales se manifiesta en el aumento de la erosión, la contaminación de los suelos y los sistemas fluviales, la simplificación de los ecosistemas -pérdida de biodiversidad en los cultivos- y los incendios forestales. El medio rural se polariza en los dos extremos, la sobreexplotación y el abandono.

Los desequilibrios introducidos en los espacios naturales y rurales por los procesos de concentración económica son fácilmente reconocibles en numerosos paisajes españoles.

-La huerta levantina.

La fertilidad de las tierras aluviales, el clima benigno y el trabajo constante durante milenios ha creado una de las expresiones más altas de la cultura mediterránea del agua: la huerta levantina. La huerta es algo más que un espacio llano y abierto, regado por las acequias históricas, estrechamente vinculado a la ciudad. Es sobre todo un amplio, diverso e ingenioso elenco de manifestaciones culturales que se muestran en el territorio como vestigios arqueológicos -patrimonio hidráulico- e instituciones emblemáticas todavía funcionales -Tribunal de las Aguas de Valencia-, como saberes, como costumbres, incluso, en algún caso -Valencia, por ejemplo- como lengua propia. Por ello, la huerta, donde la diversidad ecológica está trenzada con valores estéticos y simbólicos del sustrato arcaico mediterráneo, constituye una rica herencia cultural, fundamento de salud y bienestar social, que ha de administrarse como un recurso único e irrepetible (PELLICER, 1996).

Pero en estas regiones se concentran también otras actividades económicas fuertemente competitivas -turismo, desarrollo urbano- en el consumo de espacio y recursos hídricos, que arrollan las huertas con su crecimiento irracional y continuado, y degradan su sistema de valores. La huerta se ha convertido en un paisaje híbrido que recibe todo aquello que arroja o no tiene cabida en la ciudad y absorbe funciones que en determinados casos, requieren condiciones de cierto alejamiento, tamaño suficiente y menor precio del suelo. La desvalorización de sus productos, pero sobre todo, la crisis general de su complejo sistema de valores, lleva consigo, además, el abandono de las prácticas tradicionales y la substitución por cultivos que requieren menos dedicación -ej. cítricos-.

El contacto entre la estructura urbana y la huerta es brusco y lineal y la continuidad del anillo de huertas que en otro tiempo rodeó la ciudad, está fragmentado en enclaves desvitalizados desde el punto de vista ecológico, social y económico. En esta aureola se localizan, a su vez, depósitos de chatarra, vertidos controlados e ilegales, almacenes, cocheras municipales, centros comerciales, urbanizaciones aisladas, instalaciones deportivas, residencias de la tercera edad, centros de recreo y diversión, depuradoras, profusa red viaria, huertos ilegales con sus casetas y vallas construidas con elementos de derribo, perros guardianes, cauces fluviales secos y monofuncionales encarcelados por impresionantes muros de hormigón -dictadura de la evacuación rápida de las aguas-,... Todo ello dispuesto sin coherencia ni sintaxis paisajística alguna, resultado de un uso arbitrario, sometido muchas veces a intereses privados, escudados por la inercia permisiva de las administraciones.

-La nueva agricultura.

En otros casos, sin una vinculación tan estrecha con el medio urbano, se encuentran impactos importantes debido a la intensidad con la que se sobreexplota el sistema natural. En algunos sectores de Levante y Andalucía especialmente, las privilegiadas condiciones climáticas propician el cultivo de frutas y hortalizas tempranas muy competitivas en el mercado exterior. La sobreexplotación de los acuíferos, los tratamientos fitosanitarios y la aportación desmesurada de fertilizantes químicos son la principal fuente de contaminación de los ríos, acuíferos y suelos (alta salinidad, elevados contenidos de nitratos, sulfatos, fosfatos, presencia de sustancias peligrosas). Una contaminación muy difícil de controlar y remediar por su carácter difuso. En otras partes como Aragón o Navarra, por ejemplo, la puesta en regadío de espacios poco adecuados ha acentuado la salinización y eutrofización de los sistemas hidrológicos, y propicia el desarrollo del cultivo del arroz.

-Las tierras de secano.

En las tierras de secano, la mecanización de las labores -surcos a favor de la máxima pendiente, agrandamiento de las parcelas- y el escaso cuidado en la conservación de los tradicionales bancales y muros marginales en campos, por ejemplo, han potenciado todavía más la vulnerabilidad del medio al ataque de la erosión y la desaparición de corredores biológicos. Por otra parte, algunas medidas de la política agraria comunitaria -subvenciones al girasol o al barbecho-, distorsionadas en el medio rural para la obtención más o menos fraudulenta de recursos económicos, ha propiciado la recolección de subsidios y el estímulo de la erosión.

-La ganadería intensiva.

La ganadería intensiva, progresivamente industrializada y dependiente del exterior, genera impactos ambientales que hipotecan otras posibilidades de desarrollo -malos olores, desfiguración paisajística- y contaminan los suelos y sistemas hidrológicos -purines-. En contrapartida, en los espacios liberados de la presión ganadera, el impacto es positivo y está permitiendo la recuperación de la cubierta vegetal espontánea.

5. Algunos principios ecogeográficos para el mantenimiento de la sostenibilidad.

Teniendo en cuenta los aspectos anteriormente tratados, pueden establecerse una serie de principios elementales a la hora de establecer una estrategia para reducir y regular los impactos ambientales de los procesos de concentración económica.

En principio, el proceso de planificación con base ambiental requiere:

-un cambio del paradigma antropocéntrico al ecocéntrico.

-la consideración de nuevas escalas de análisis y de actuación, porque la magnitud de los procesos de degradación ambiental alcanzan, de alguna forma, al ámbito planetario y las soluciones exigen la implicación de los organismos gubernamentales y no gubernamentales, de ámbito internacional, estatal, regional y local, llegando hasta el ciudadano individual.

-la adopción de sistemas de pensamiento globales y complejos, porque globales y complejos son los problemas a afrontar. Los problemas ambientales son siempre transversales, los impactos radican en el complejo sistema de interacciones de elementos y factores del medio natural, social, cultural, económico y político.

-una nueva ética que pone su énfasis en los principios de cooperación, mestizaje, diversidad, solidaridad, implícitos en la formulación -tan prostituida- de la nueva utopía -propuesta posible no verificada-: el desarrollo sostenible.

-un compromiso activo basado en la toma de conciencia de la magnitud e implicaciones de los problemas ambientales que rompa con el desinterés provocado por la inflación de información con mensajes unívocos. La educación ambiental con su sistema de conocimientos y valores, es la asignatura troncal que impone el desarrollo civilizado.

La planificación y la ordenación del territorio con base ambiental tiene como fundamentos:

-el incremento de la diversidad en todos los órdenes: ecológico, social, económico,...

-la disminución del consumo de recursos, en especial los energéticos.

-la incorporación de los flujos naturales en el sistema de flujos económicos y sociales para conseguir una mejor calidad ambiental y mayor eficiencia energética.

-la flexibilización máxima de las infraestructuras.

No sirven los inventarios estáticos, es necesaria la integración dinámica y la clasificación de los espacios en función de sus grados de estabilidad geomorfológica, hidrológica, biológica, social, cultural y política.

Ha de evitarse la zonificación rígida y la compartimentación del territorio en unidades altamente especializadas, con fuertes contrastes fisionómicos y funcionales, y frecuentes conflictos de uso. En las áreas de interfacies debe predominar el tratamiento gradual y las interpenetraciones de las fases físicas o sociales. La planificación integral se caracteriza por la permeabilidad, las transiciones graduales, el desvanecimiento de los límites de los compartimentos cerrados en favor de una organización territorial en términos de redes que vinculan espacios vividos (BRAVARD et al., 1995).

La tradición del pensamiento geográfico y el reto social que los geógrafos tienen ante si, pueden ser un estímulo fecundo para la investigación y el desarrollo profesional de esta vieja ciencia que nace cada día cuando sus practicantes se adentran en el conocimiento del hombre y medio, y ofrecen su saber a la sociedad.

Con el cambio de mentalidad, los elementos del medio físico adquieren una nueva dimensión acorde con su significación en el sostenimiento de los sistemas vitales. El estudio del subsistema físico, lejos de restringirse a los elementos y procesos naturales escasamente intervenidos por el hombre, cobra especial sentido al centrarse en las relaciones dinámicas hombre-naturaleza en los espacios fuertemente transformados. La geografía física se hace más geografía cuando se humaniza.

La Geografía Física puede realizar numerosas aportaciones en el proceso de planificación ambiental de ámbitos profundamente intervenidos por el hombre. Algunas elementos a considerar son:

-las formas y procesos geomorfológicos.

Han de tenerse en cuenta al objeto de determinar los recursos a explotar y los espacios a conservar por su calidad. Han de preverse, además, las situaciones de peligro y riesgo ligadas a este tipo de agentes y dar la importancia que corresponde a los factores geomorfológicos a la hora de localizar las actividades, evitando las ineficaces acciones de cosmética correctora a posteriori. Debe primarse la adopción de medidas no estructurales - asignación de los usos en función de la aptitud y capacidad del suelo, redes de alerta y control de peligros- que pueden traducirse en considerables reducciones de grandes infraestructuras de defensa frente a los agentes naturales, de elevados costes de mantenimiento y de corrección de impactos.

Las áreas de crecimiento urbano, las canteras, los embalses, las redes viarias, los vertederos, los encauzamientos fluviales y obras de defensa, instalaciones deportivas y demás infraestructuras vinculadas a la concentración de actividades han de tener en cuenta la capacidad de soporte y la vulnerabilidad geomorfológica del territorio.

-los ecotopos, especies y el sistema de corredores biológicos.

En los ámbitos de intensa transformación deben ser conservados los restos de ecosistemas naturales, así como de los bosques y paisajes agrícolas. En la periferia de las grandes ciudades y en los intersticios rurales enclavados en las regiones urbanas, el restablecimiento de relaciones equilibradas entre el espacio construido y los medios rurales y naturales exige el reconocimiento de las funciones que estos últimos desempeñan, valorarlos en términos de sostenibilidad de los sistemas vitales y no sólo en su valor monetario.

La conservación a base de prohibiciones en estos espacios lleva consigo interacciones negativas -presiones especulativas, abandono de las actividades tradicionales, vandalismo-. El beneficio que proporcionan estos espacios debe ser recompensado en forma de inversiones en la restauración de lugares degradados, mejora de infraestructuras de servicio y estímulo de actividades económicas compatibles -deportes de bajo impacto, ocio y contemplación, ecomuseos- que ayuden tanto a su conocimiento y valoración como a su viabilidad económica.

El reconocimiento de los valores ecológicos puede servir para dirigir el desarrollo urbano y su sistema de infraestructuras hacia espacios aptos para tales usos, dejando libres las áreas con mayor capacidad productiva para el uso agrícola o como corredores que introduzcan los beneficios de la vida natural en el seno de las ciudades.

-los sistemas hidrológicos.

Reconocimiento espacial y dinámico de los sistemas hidrológicos debe estar en la base de la planificación. El régimen de precipitaciones del clima mediterráneo y la dinámica hidrológica asociada, exigen prever las situaciones de peligrosidad y riesgo ligadas a este tipo de procesos y establecer las oportunas medidas correctoras de los impactos negativos.

En los ámbitos fluviales urbanos, frente a la dicotomía de funciones hidrológicas y constructivas, caben múltiples soluciones creativas dentro de la gestión innovadora de las interfacies urbano-naturales. La red de espacios abiertos de grandes dimensiones, necesarios para el equilibrio ambiental de la ciudad densa, puede apoyarse en los cauces aparentemente desmesurados de los ríos mediterráneos, las depresiones endorréicas, las áreas de marisma o los llanos de inundación, unidades geoecológicas definidas por la elevada peligrosidad natural y riqueza ecológica (PELLICER, 1996).

Los ríos, canales y acequias que recorren el espacio periurbano y se internan en la ciudad pueden desempeñar la función de corredores verdes a condición de que haya un plan de saneamiento integral de las aguas. Es absurdo que las ciudades entierren y crezcan de espaldas a los ríos, canales y acequias.

Las láminas de agua: canalizaciones de riego, las balsas de retención de pluviales (sobre una red de saneamiento estrictamente separativa) o el afloramiento de aguas freáticas, pueden desempeñar múltiples funciones ecológicas, sociales y urbanísticas profundamente valoradas en el medio mediterráneo. La humanización del hormigón que preside muchos de nuestros paisajes urbanos puede comenzar por los espejos de agua, la vegetación de sus riberas y la vida animal que acompaña, introducidos en las urbanizaciones como jardines o como parques periféricos en continuidad con los espacios rurales o naturales, ligados por caminos peatonales y pistas ciclables (PELLICER, 1996).

Los ríos no deben identificarse con estanques o simples canales, su dinámica y complejidad de formas y procesos deben ser integrados en el proyecto urbanístico como tales. La pesca, los deportes náuticos, la contemplación, el baño, la observación científica y educativa se suman a la revalorización de los lugares de vivienda, trabajo u ocio próximos a los espacios acuáticos. Según los casos, las láminas de agua pueden compatibilizar las funciones señaladas con otras funciones hidrológicas (aplanamiento de un pico de escorrentía o crecida), hidráulicas (restitución controlada de caudales), de depuración (sedimentación, oxigenación del agua, asimilación de nutrientes por la vegetación), económica (disminución del coste de emisarios, explotación ocasional de gravas,...) o de protección civil (toma de agua contra incendios, reserva para riegos).

El ciclo del agua debe considerarse como lo que es: un factor principal de la organización espacial del espacio. La consideración integrada de otras funciones: abastecimiento, saneamiento, regulación hídrica, recreativas, deportivas, educativas, estéticas, simbólicas,... hacen que el espacio urbanizado incremente su calidad basada en principios de economía de los recursos hídricos, dimensionamiento justificado y adecuado de las infraestructuras y plurifuncionalidad espacial.

-la atmósfera y el clima.

La calidad del aire y el clima están modificados de forma más o menos intensa y difícilmente controlable por las actividades humanas. En ningún caso cabe la pasividad o la indiferencia. En los espacios urbanos, donde se ejercen los principales impactos y donde más sentidos son los problemas de contaminación, una adecuada localización y distribución de las fuentes contaminantes en función de la capacidad difusora del medio atmosférico, un sistema de movilidad acorde con los flujos atmosféricos, una red de espacios abiertos adecuada, etc... pueden contribuir a crear unas condiciones ambientales más saludables y confortables. El clima urbano es también un producto social (CUADRAT, 1994) y debe ser tenido en cuenta por los urbanistas y ordenadores del territorio tanto en el ámbito local como en el global, pues las fronteras de la atmósfera son de las más permeables del planeta.

-la estructura urbana.

La ciudad española guarda todavía muchos rasgos de la ciudad tradicional y en ella los procesos de descentralización son aún incipientes. La reflexión sobre las actuales tendencias y la modificación de determinados comportamientos ecológicos y espaciales nos permitirá encontrarnos con lo más valioso de nuestras tradiciones cívicas, a la vez que evitar el despilfarro de recursos físico-ambientales que comenzamos a reconocer como limitados (LÓPEZ DE LUCIO, 1993).

En las zonas centrales debe procurarse en todo lo posible el desarrollo de espacios verdes y potenciarse las comunidades naturales específicas de los usos del suelo de una ciudad. En las zonas densamente edificadas los tejados y muros exteriores podrían incrementar los espacios vitales para plantas y animales con algunas adaptaciones en su diseño.

Para que los flujos naturales penetren en la ciudad se requiere de espacios abiertos de grandes dimensiones, de una red de corredores verdes y nodos adicionales. Los hábitats primarios o de larga tradición histórica son especialmente valiosos para la conservación de la naturaleza, por lo que deberán ser identificados y protegidos a toda costa. El desarrollo de las características particulares de cada sitio y el aumento de la diversidad espacial y temporal, suponen cortar drásticamente con las tendencias actuales de la ordenación y diseño actual que crean zonas verdes uniformes y sin imaginación (SUKOPP and WEGNER, 1982).

Estos principios ecogeográficos deben ir acompañados de otras medidas encaminadas a conseguir un espacio urbano en el que la calidad y complejidad sean compatibles con una mayor austeridad en el consumo de espacio, infraestructuras, agua y energía. Las líneas prioritarias, propuestas por LÓPEZ DE LUCIO (1993), podrían resumirse en las siguientes:

-El mantenimiento de unos niveles de densidad residencial que permitan el mantenimiento del espacio plurifuncional clásico, desplazamientos a pie y eficacia de los transportes públicos.

-La continuidad del espacio urbano en el que se atenúen las discontinuidades que suponen las grandes barreras de carácter viario.

-La complejidad morfológica, estructural y funcional que facilite la integración social de la población residente, evitando las barreras económicas, étnicas, sociológicas,...

-La articulación del espacio evitando la tendencia a la formación de grandes subcentros urbanos especializados y alejados entre sí -residencia, trabajo, áreas comerciales, servicios sanitarios- para evitar los problemas de movilidad.

Introducción de medidas de disuasión, e incluso de restricción, al tráfico rodado en los centros y subcentros urbanos.

-las nuevas funciones de los espacios agrícolas en las áreas metropolitanas y regiones urbanas.

El mantenimiento de la agricultura periurbana sólo podrá ser viable si se revalorizan los espacios agrícolas, poniendo en evidencia sus múltiples funciones y su contribución al funcionamiento del ecosistema metropolitano, y si se tienen en cuenta las necesidades reales de las gentes y su papel decisivo en la definición y puesta en marcha de las estrategias socio-culturales, económicas y ambientales (BRYANT, 1995).

La revitalización ecológica de los espacios rurales periurbanos está íntimamente unida a la restauración de sus valores culturales y al estímulo de la actividad económica. La agricultura es necesaria para mantener la capacidad de producción para la sociedad del futuro y reducir la dependencia del exterior y juega un importante papel, junto con los espacios naturales, en la regeneración de los sistemas vitales degradados por la ciudad. De esta función depende en gran medida la viabilidad del resto de funciones.

En las regiones intensamente urbanizadas, algunas unidades geomorfológicas son incompatibles con los usos urbanos y con ciertas infraestructuras sin costosas medidas correctoras, pero no excluyen en muchos casos otras funciones agrarias o recreativas. Es el caso por ejemplo, de las llanuras aluviales que en la agricultura tradicional han sido el soporte de la producción de alimentos frescos y de elevada calidad, a la vez que activos factores de laminación de avenidas.

Por otra parte, a medida que evolucionan las sociedades urbanas surge la demanda creciente de entornos naturales o escasamente alterados por el hombre para usos recreativos, educativos y científicos, y la preocupación por la conservación de espacios protegidos. En determinados lugares, el espacio rural puede ser soporte de numerosas actividades recreativas, deportivas y educativas demandadas por la nueva sociedad urbana e, incluso, ser compatible con una urbanización muy abierta e integrada con los demás usos, controlada bajo requerimientos estrictos en cuanto a tipología, volúmenes y alturas, y manteniendo viarios filtrantes, arbolado y jardines.

La sostenibilidad de este conjunto plurifuncional en términos de economía de recursos y prevención de riesgos, exige una planificación respetuosa y obliga a encontrar soluciones más finas y de mejor calidad urbanística (PELLICER, 1996).

En los espacios rurales más alejados, los cultivos deben adecuarse a la mayor protección del suelo, racionalidad en la roturación de áreas de cultivo, planificación y control de los espacios urbanos emergentes, la evaluación del impacto de las actividades de ocio y de las vías de comunicación y su adaptación a las aptitudes del medio, ordenación del espacio regable y técnicas de riego en función de la respuesta de los suelos y la rentabilidad exigida, medidas de control de incendios, repoblaciones acordes con las características de los paisajes que se pretende restaurar, seguimiento de la evolución positiva o negativa de los campos abandonados en áreas de montaña,.... son algunos de los temas con raíz o repercusiones ambientales que deben contemplarse en la planificación de los espacios rurales.

La preservación de la trama ecológica y cultural de los ejes estructurantes del paisaje tradicional -ej. setos vivos de la landa atlántica que actúan como corredores biológicos y retienen la erosión- es fundamental para mantener la identidad, la fisonomía, los procesos y los valores estéticos y simbólicos del paisaje en términos de sostenibilidad.

BIBLIOGRAFIA

BOSSELMANN, K., 1992, Im Namen der Natur. Der weg zum ökologischen Rechtsstaat. Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt.

BRAVARD, J-P, LAURENT, A-M, DAVALLON, J. et BETHEMON, J., 1995, Les paysages de l´eau aux portes de la ville. Programme Rhône-Alpes de Recherche en Science Humaines. Centre Jacques Cartier.

BRYAN, Ch., 1995, L´Agriculture périurbaine dans la Région de Montreal: des espaces protégés mais insuffisamment valorisés. Colloque: Développement urbain et conservation de la Nature. FIHUAT, IFHP. Paris.

CE. 1990, Libro Verde sobre el Medio Ambiente Urbano. Comisión de las Comunidades Europeas, DG XI, Bruselas.

COMMISSION EUROPEENNE. Groupe d´ Experts sur L´Environnement Urbain, 1994, Villes Durables Européennes. DGXI. UE. Bruxelles.

CUADRAT, J. M. , 1994, El impacto ambiental del crecimiento de las grandes ciudades sobre la calidad del aire y sobre las condiciones naturales del clima: condiciones energéticas, pluviosidad y viento. En: PELLICER, F. y MARIN, J.M., (Dirs), Curso sobre Medio Ambiente Urbano, Ayto. Zaragoza, Univ. Zaragoza, MaB- UNESCO.

DE LA CAL, P. y PELLICER, F. (Coords.), 1997, Ríos y Ciudades, Institución Fernando el Católico, Zaragoza (en prensa).

DUVIGNEAUD, P., DENAEYER-DE SMET, S. et TANGHE, M, 1975, L'écosystème urbain et ses sous-systèmes: application à l'Agglomération bruxelloise. Ed. Agglométration de Bruxelles, Bruxelles.

DUVIGNEAUD, P., DENAEYER-DE SMET, S. et TANGHE, M, 1977, Carte Écologique de l' occupation du sol et des degrés de verdurisation de l' Agglomération bruxelloise. Ed. Agglomeration de Bruxelles, Bruxelles.

ESTEVAN, A., 1993, Monetarización del medio ambiente y ecología de mercado, Alfoz, 93, 46-53.

FERNÁNDEZ DURÁN, R y VEGA PINTADO, P., 1994, Modernización-Globalización versus transformación ecológica y social del territorio, Ciudad y Territorio, II (100-101), 293-312.

GARCÍA-BELLIDO, 1994, La Coranomía: propuesta de integración transdisciplinar de las ciencias del territorio, Ciudad y Territorio, II (100-101), 265-292.

GOMEZ OREA, D., 1992, Planificación rural, Editorial Agrícola Española, S.A., MAPA, Madrid.

GREY, G. W. and DENEKE, F. J., 1978, Urban forestry, Wiley, Chichester.

KUNIK, W., 1978, Flora und Vegetation städtischer Parkanlagen, Acta Bot. Slov., Ser. A 3, 455-461.

KUNIK, W., 1982, Comparison of the flora of some citiesof the central European lowlands. En: BORNKAMM, R., LEE, J. A. and SEAWARD, M. R. D. (Eds), Urban Ecology, Blackwell, Oxford, 13-22.

LEAL, J., 1997, Perspectiva sociológica. En: NOVO, M. y LARA, R., El Análisis Interdisciplinar de la Problemática Ambiental. I. Ed. UNED, Cátedra UNESCO de Educación Ambiental, Fundación Universidad-Empresa. Madrid.

LOPEZ DE LUCIO, R., 1993, Ciudad y urbanismo a finales del siglo XX, Universitat de Valencia, 275 pág.

MARGALEF, R., 1991, Teoría de los sistemas ecológicos, Publicacions Universitat de Barcelona.

M.E.L. et T. (Ministere de L´Equipement, du Logement et Transports), 1992, Des plans d´eau en ville, PU 1846.

NAREDO, J. M. y FRÍAS, J., 1988, Flujos de energía, agua e información en la Comunidad de Madrid, Consejería de Economía CAM, Madrid.

ODUM, E. P., 1992, Ecología: bases científicas para un nuevo paradigma, Ed. Vedra, Barcelona.

ODUM, H. T. and ODUM, E. C., 1980, Energy basis for man on nature, Mc Graw Hill Inc. New York.

OWEN, J. and OWEN, D. F., 1975, Suburban gardens: England's most important nature reserve. Environ. Conserv., 2, 53-59.

PAREJO ALFONSO, L., 1994, La fuerza transformadora de la Ecología y el Derecho: ¿hacia el Estado ecológico de Derecho?, Ciudad y Territorio, II (100-101), 219-232.

PELLICER, F. y PEÑA, J.L. (1995): El Patrimonio Natural en las Directrices Generales de Ordenación Territorial, II Congreso sobre Ordenación del Territorio en Aragón, Gobierno de Aragón.

PELLICER, F., 1994, La ordenación del espacio físico, en GARCIA FERNANDEZ. J. (Dir.), Medio Ambiente y Ordenación del Territorio, Fundación Duques de Soria, Grupo Endesa y Universidad de Valladolid, 51-69.

PELLICER, F., 1995, El Medio Ambiente Urbano. En: PELLICER, F. y MARIN, J.M., (Dirs), Curso sobre Medio Ambiente Urbano, Ayto. Zaragoza, Univ. Zaragoza, MaB- UNESCO.

PELLICER, F., 1996 a, El ciclo del agua y la reconversión del paisaje periurbano. Las ciudades de la Red C-6. En: MONCLUS, F.J. (Dir) Suburbanizació i noves perifères: perspectives urbanistiques. Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. (en prensa)

PELLICER, F., 1996 b, Le paysage fluvial des villes méditerranéennes: exemples du Réseau C-6. Colloque International "Fleuve et Patrimoine", 9º Entretiens Jacques Cartier, Quebec, Canadá, 133-148.

PELLICER, F., 1996 c, El medio ambiente urbano: interfase naturaleza y cultura. V Congreso Nacional de Ciudades Saludables. Oviedo, (en prensa)

PEÑA, J.L. y PELLICER, F., 1991, Medio ambiente y ordenación del Territorio en Aragón, I Congreso sobre Ordenación del Territorio en Aragón, Gobierno Aragonés, 1-24.

RUEDA, S., 1994, El ecosistema urbano y los mecanismos reguladores de las variables autogenerativas, Ciudad y Territorio, II (100-101), 251-264.

RUEDA, S., 1995, Ecología urbana. Barcelona i la seva regió metropolitana com a referents, Beta editorial.

SUKOPP, H y WERNER, 1982, Nature in cities, Nature and enviroment series, 28, Council of Europe, Strasbourg. Traducido al español como Naturaleza en las ciudades, Monografías de la Secretaría de Estado para las Políticas del Agua y el Medio Ambiente, MOPT, Madrid, 1991.

TERRADES, J., PARÈS, M. y POU, G., 1988, Descobrir el medi urbà -Ecologia d'una ciutat: Barcelona. Ajuntament de Barcelona.

VELÁZQUEZ, I, 1994, Nota introductoria. Región y ciudad eco-lógicas. Ciudad y Territorio, II (100-101), 215-216.

WILLIAMS, S., 1995, Los resortes del gran desbarajuste. Fuentes UNESCO, nº 72, p 15.

ZUCCHI, C., 1996, Enclave: la città delle minoranze. En: ZARDINI, M. (a cura di), Paesaggi ibridi. Un viaggio nella città cantemporanea, Skira Ed., Milano.